Alzó la vista el día, el lienzo azul de febrero y el sol zigzagueante, con el desasosiego de Mikel Bizkarra, apresado por el dolor en su antebrazo, víctima el de Mañaria de la caída en Murcia. Se quedó anclado en la frustración Bizkarra, a la espera de otros soles, de otros amaneceres. A Xabier Isasa, un recién llegado al profesionalismo por el árbol naranja del Euskaltel-Euskadi, y a Ander Okamika, que tampoco lleva tanto en el Burgos-BH aunque sea más mayor, no les dolía nada. Muy al contrario. Saludables, entusiastas, impregnados por el deseo del aire de libertad se encaramaron a una estupenda aventura. La bandera de los humildes es el estandarte de la valentía.

Ambos completaron una etapa magnífica. Okamika, el hombre que vino del triatlón, al que descubrieron en el campo aficionado cuando la pandemia imposibilitó que participara en su especialidad, e Isasa, una de las perlas de la cantera vasca, se encontraron en la mismo plano tras compartir 200 kilómetros de andanzas por caminos de Andalucía. Los dos compartieron el centro del escenario en la subida a Iznájar, que remató Rune Herregodts, el más fuerte de la fuga. El belga mostró su superioridad ante Bassett. El gran grupo, que despertó tarde, acumuló 40 segundos de retraso. Covi fue el primer perseguidor de los favoritos.

15 MINUTOS DE RENTA

Bassett, Christian, Cuadros, De Vylder, Herregodts y Repa tejieron con Okamika e Isasa el mosaico de todos los ProTeam que disponen dorsal en la carrera. El pelotón, perezoso, retozando en las sábanas del cálculo, desatendió cualquier precepto. Eligió la dejadez. Arrastró los pies. En la otra punta nadie regateaba el esfuerzo. La ventaja se disparó al cuarto de hora. Una renta grosera que engordó entre los campos de olivos que estrujan aceite. Carecía el pelotón, hamacado en la nada, del lubricante de la jerarquía. Era espeso su caminar, engorroso, con aire de saeta y letanía en la Ruta del Sol, que iluminaba el empeño y la camaradería de Isasa, Okamika y el resto, hermanados entre Ubrique e Iznájar.

Sesteaba el pelotón con el deje del paternalismo insertado en el rodar, sin más interés que el desinterés. En algún momento, por aquello del qué dirán o el sentido de cierta dignidad, se desempolvaron en el gran grupo. Asomaron con timidez, al igual que los pueblos encalados que salpicaban de blanco la ruta entre el ocre de la tierra y la legión de olivos que festoneaban de verde el camino. Los equipos de los favoritos se agitaron mínimamente para mantener cierto decoro, pero con el convencimiento cerrado en un bolsillo de cremallera.

ISASA Y OKAMIKA, ENTRE LOS MEJORES

Apenas mostraban los dientes los pudientes y a los fugados se les roían las piernas, apelmazadas por la fatiga en un terreno quebrado. El Alto de la Parrilla elevó la temperatura. El cansancio se personó en la fuga. Isasa y Okamika resistían. Erguidos. Orgullo de clase. Los ochos que fueron eran seis. De Vylder, Herregodts (ambos del Sport Vlaanderen), Christian y Bassett eran los compañeros de viajes de los dos vascos.

Por detrás, los favoritos aligeraron la marcha. Lucha de egos y de colocación. A diez kilómetros de la rampa de Iznájar, de un kilómetro que gateaba hacia la azotea del pueblo, la fuga tenía que gestionar dos minutos de renta. Un mundo. Comenzó entonces el ajedrez. El baile. El interés común dejó de tener sentido. Trallazos y rock&roll. El Ineos de Carlos Rodríguez alzó la voz.

Okamika buscó la fractura antes de encarar la subida definitiva. “Creo que era uno de los más fuertes de la fuga pero me ha faltado sangre fría, al final es de las primeras veces que me veo en estas situaciones de pelear por la victoria”, se sinceró Okamika. Xabier Isasa, joven e irreverente, soportó la sacudida. Todos juntos. Olía a pólvora en el kilómetro vertical. La ascensión a Iznájar pesaba, desmadejaba las fuerzas, retorcía los cuerpos. Agarraba. Asfalto de velcro. Herregodts, el más poderso, se agitó. Estallido. Bassett mantuvo el pulso hasta que bajó la mirada. Unos metros por detrás, Okamika e Isasa dejaron huella.