En los años felices del Sky, cuando Chris Froome era el emperador del ciclismo, el británico siempre buscaba con la mirada a Mikel Nieve (26 de mayo de 1984, Leitza). Era un tic nervioso. Froome siempre encontraba al navarro trabajando a su servicio y entonces se calmaba. Una visión reparadora. Respiraba tranquilo. Que Nieve estuviera ahí, le serenaba. Sabía que todo saldría bien. 

Abnegado, serio, riguroso, sin un mal gesto, Nieve nunca desapareció de la vista de sus líderes. Feliz por cuidar de ellos bajo cualquier circunstancia. Nieve siempre se dedicó a mimar al resto, a vigilar que nada les faltara, a que les fuera bien. Imprescindible. Cedió el navarro sus piernas durante miles de kilómetros para que las lucieran otros. Nieve, magnífico gregario, era un líder de las solidaridad y el compromiso.

El día que Froome supo que Nieve abandonaba el Sky para buscar otros horizontes, el británico se enojó con los rectores del equipo. Nunca entendió aquello. Sabía Froome que perdía un tesoro. Todos reconocían en el navarro a un ciclista impagable. El mayordomo perfecto. Eso define a Nieve. Sus líderes sabían que era insustituible. Nieve siempre prefirió la contención y cierto anonimato al brillo, uno de los ciclistas más respetados del pelotón, que después de quince temporadas en la élite ha decidido colgar la bici. 

QUINCE CAMPAÑAS EN LA ÉLITE

Lo anunció el leitzarra esta mañana a través de las redes sociales, donde se mostró agradecido por su paso por el profesionalismo, un arco de quince cursos y cinco equipos. Debutó Nieve en el Orbea en 2008 antes de asentarse en el Euskaltel-Euskadi (2009-2013) y después dar el salto al Sky, donde compitió entre 2014 y 2017. Posteriormente se alistó al Mitchelton (2018-2021). 

Este curso recaló en el Caja Rural después de su andadura por el WorldTour. “Necesitaba resetear”, expuso el navarro en una entrevista con este diario. En silencio, de puntillas, con el sigilo y la humildad que le vistieron, Nieve ha decidido dejar el ciclismo en el equipo que fue su hogar durante aficionado. El navarro cierra el círculo a los 38 años

Mikel Nieve EP

“Ha sido un privilegio compartir pelotón con grandes ciclistas”, escribió en su despedida. Nieve también lo era, pero de algún modo se alejaba de ese perfil. No encajaba con su personalidad. Nunca quiso ser líder, se sentía cómodo como un secundario, aunque no fueron escasas las ocasiones en las que tuvo que reemplazar a los jefes de fila en momentos críticos de estos. Cumplió con creces en esa faceta. Fiel y leal a las necesidades del equipo, nunca le volvió la cara al trabajo. Por eso, Nieve finalizó en varias ocasiones entre el top-ten en las grandes vueltas. Nieve era un ciclista muy fiable y de gran calidad. 

GRANDES VICTORIAS 

Dedicado por completo al bienestar de sus líderes, Nieve dejó huella con grandes victorias. Fueron escasas, pero de gran significado. Las logró en escenarios majestuosos. Venció, escapado, tres etapas en el Giro, la última en 2018 sobre la cumbre de Cervinia. Aquel día, 26 de mayo, se regaló una montaña. Era el día de su cumpleaños. Fue su último gran festejo. En Italia también sonrió de gozo en 2016. Festejó una victoria de etapa en fuga, su patrón de comportamiento en los triunfos, y lució el maillot azul de la montaña. 

En 2011, pintado del naranja del Euskaltel-Euskadi, Nieve conquistó en Gardeccia Val di Fassa una victoria descomunal después de casi 7 horas y 30 minutos sobre la bici para completar un recorrido de 223,5 kilómetros con cinco montañas, entre ellas los colosos Passo Giau y Paseo Fedaia. Un logro majestuoso, solo al alcance de los elegidos.

En la locura se impuso el sentido común de Nieve, el recogimiento de un ciclista con aspecto de asceta pero que acurrucaba a un competidor feroz en sus entrañas. El leitzarra encontró en las cimas del Giro de Italia su mejor escenario para expresarse. También dejó huella en la Vuelta. En 2011 se impuso en el Alto de Cotobello. 

Otra vez en solitario. Solo con sus pensamientos, acompañado por su respiración, por ese pedaleo infatigable. Sus triunfos tuvieron el aroma de los grandes clásicos de la épica, el de los aventureros que se adentran con la mochila del arrojo al hombro y un mundo por explorar. También el propio. 

“NO CAMBIARÍA NADA”

En sus victorias en fuga se concentra la búsqueda de los límites en un ciclista de fondo. Había en su gesto, doliente, un aire de antihéroe, acaso melancólico. “¿Ha pensado que un ciclista de su nivel, que ha hecho miles de kilómetros tirando para proteger a un líder, podría haber tenido un mejor palmarés en caso de no haber trabajado tanto para los demás? 

“Nunca lo he pensado. Estoy orgulloso de lo que he hecho y lo he disfrutado. No pienso en eso. Lo miro desde otro punto de vista. Estoy contento con todo lo que he hecho. He hecho más de lo que imaginaba. No cambiaría nada en ese aspecto”, dijo en una entrevista a este periódico a comienzos de temporada. Ahí está la esencia de Mikel Nieve, el hombre que siempre estaba ahí.