Maldita la Itzulia. No hay paz para los ciclistas. Gafada la carrera de punta a punta, una pesadilla la zarandea. Caen los dorsales, deshojados en un juego siniestro. Este sí, este no. Caprichoso el destino. La Itzulia es un mal sueño, una pena que se arrastra envuelta en la tristeza y en el drama. Convertida la competición en un tratado de supervivencia, ganará el que se mantenga en pie. Esa será la mayor victoria. Después de la fatalidad de Olaeta, de esa curva que siempre tendrá su trazada tatuada en negro sobre el memorándum de la carrera,- allí se rompieron Vingegaard, Evenepoel, Vyne, Quinn y Cras, todos ellos con fracturas- Mikel Landa entró en la página de sucesos que es la Itzulia. El escalador de Murgia se fue al suelo en Mañaria. Encogido sobre el asfalto, paralizado por el dolor, roto. Fractura de clavícula. Otra mala noticia para la carrera. 

No parece que los ciclistas quieran aminorar la velocidad tras el estado de shock y conmoción en la que quedó la Itzulia tras el terrible accidente en el descenso de Olaeta, donde se rompió la carrera y se quebraron muchos. Se estima que Vingegaard necesitará diez semanas para reaparecer; Evenepoel, unas ocho; Vine, doce; Quinn, seis y Cras no menos de ocho. Landa también entró en esa lista tétrica. Es la Itzulia de los caídos. El alavés tuvo que abandonar tras una caída dura a la altura de Mañaria. Tendido sobre el asfalto, Landa fue evacuado en ambulancia, inmovilizado, con el collarín puesto. Por fortuna estaba consciente y se comunicaba con los sanitarios. No pudo ver Urkiola, un altar del ciclismo vasco. Saturno devora a sus hijos. A nadie respeta.

Landa fue evacuado en ambulancia tras fracturarse la clavícula. ETB

En la montaña mágica se agitaron Del Toro, juventud exuberante la suya, y Sepp Kuss. Su revuelta la apagaron antes de encarar el primer paso por Muniketa, otro lugar vinculado a la extinta Klasika de Primavera. Al igual que la Subida a Urkiola, la carrera que tantas flores repartió en Amorebieta, que convirtió el pueblo en un vergel de ciclismo, ya no existe, asfixiada por el ciclismo global. La Itzulia da lumbre a Amorebieta. Se iluminó Romain Grégoire, por un filamento. Su golpe de riñón pudo con el esprint de Orluis Aular, que no se levantó del sillín. Rozó el triunfo el velocista del Caja Rural. La foto finish retrató a Grégoire, cuyo alarido de alegría cerró el esprint entre los aristócratas, más juntos aún a la espera del desenlace en Eibar. Skjelmose sigue de amarillo. Le sobrevuelan Schachmann, a un par de segundos, y Ayuso, a cuatro. Pello Bilbao está a 15 segundos. Todo en juego. Lo que tenga que ser se decidirá en la etapa de cierre, donde se acumula la pólvora de siete puertos. El polvorín para el estallido de una Itzulia aterida por las caídas, pero que corre, pavorosa como un incendio incontrolable. Se rodó a 47 kilómetros por hora de media. Ni la presencia de Urkiola pudo amainar la Itzulia.

Urkiola, cima venerada por la afición vasca, competición de renombre en su día, evoca el pasado y cierta edad de la inocencia. En Urkiola ganaron Julio Jiménez, Delgado, Chiappucci, Rominger, Lejarreta, Mayo, Chava o Igor Antón, el último ciclista que se encumbró en Urkiola. Fue en 2009. Fagocitada la carrera por el monstruo del ciclismo moderno, quince años después Urkiola asomó en la Itzulia, pero su relevancia era menor, el reflejo de su decadencia. Apenas un puerto de paso para una subida catedralicia, que tantos peregrinos del ciclismo congregó. La carrera, promovida en su origen por la Sociedad Ciclista Bilbaína, se puso en pie en 1931. 

Ricardo Montero fue el primer morador de la montaña vizcaina. En Urkiola, en la mítica cima, no solo se escuchó el eco y la algarabía del ciclismo. En 1977 se escucharon tiros. Urkiola acogió la llegada de la penúltima etapa de la Vuelta. Antes de enfrentarse a la montaña, “el pelotón debió de esquivar alguna barricada y muchos clavos que provocaron infinidad de pinchazos, entre ellos el del coche del Kas que tenía a su pupilo Nazabal en fuga junto a un italiano”, cuenta Javi Bodegas, profesor e impulsor de Urtekaria. Antón Barrutia dirigía al legendario Kas, en el que militaba el ciclista guipuzcoano. La página de sucesos redactó los siguientes párrafos de la jornada, que trascendió de lo deportivo. Tiempos convulsos. “Cuando Barrutia vio su vehículo inutilizado, no tuvo mejor idea que coger un par de ruedas y salir a la calzada para parar a algún coche y de este modo poder reparar a su corredor en caso de avería. El coche que se apiadó del de Iurreta fue el de los médicos, donde montó con sus dos ruedas hasta que se percató de ello el director de carrera y le hizo apearse ya que su presencia en el vehículo contravenía al reglamento de carrera”, recuerda Bodegas sobre una jornada que quedó grabada en el recuerdo de muchos. 

Agitación en Muniketa

Nazabal sometió a Perletto y triunfó en la cima en medio de la multitud. Txomin Perurena fue tercero en Urkiola. En un ambiente cargado de efervescencia política y no exento de violencia, la policía abrió fuego. Disparó al aire. “Una vez finalizada la etapa, hubo algún problema cuando la policía abrió fuego al aire para dispersa a la multitud congregada”, expone Bodegas. El único sonido que acompañó la subida a Urkiola camino de Amorebieta fue el del entusiasmo y los gritos de la afición, que abrazó la Itzulia, siempre al galope. En la primera hora de carrera se cubrieron 54 kilómetros. Volaban los dorsales. La caída de Landa no amainó la tormenta de vatios. 

Las prisas y las urgencias se elevaron en el paso definitivo por Muniketa, el puerto que serpentea entre bosques, una estampa de la Klasika de Primavera, tan evocadora. Del Toro, todo impulso, embistió otro vez. Corajudo. Skjelmose, el líder, se mantenía sereno en la cuerda de Geoghegan. “He tenido buenas piernas”, dijo. Ayuso estaba planchado en la espalda del danés, como si fuera parte del número. Surgió Schachmann para avivar el fuego. Nadie se quemó en Muniketa, un pasatiempo. Un entretenimiento. El descenso veloz se resolvió sin contar bajas. Un suspiro. Algo que celebrar. McNulty, excelente rodador, buscó un hueco para hacer palanca. No lo encontró. Blindado Skjelmose, Amorebieta abrió los ojos para el esprint de los mejores. Floreció Grégoire en la doliente Itzulia. La maldición que no cesa.