Al igual que Maite Alberdi, el estadounidense Joshua Oppenheimer también ha dado el salto del documental a la ficción en la Sección Oficial. En su caso lo ha hecho con The End, un musical ambientado en el subsuelo de un futuro postapocalíptico que protagonizan Tilda Swinton, Michael Shannon y George MacKay y que se vuelve algo tediosa en sus dos horas y media de duración.

A priori, que un musical fuese a convertirse en la primera película de ficción de un documentalista reconocido por sus trabajos sobre los genocidios en Indonesia con The Act of Killing y La mirada del silencio no entraba en los planes de nadie. Sin embargo, Oppenheimer parece haber buscado la mejor forma de romper con todos los esquemas con The End, la historia de una familia que vive en un búnker construido en una mina de sal tras la llegada del fin del mundo.

Aunque algo de ese cineasta social queda en la figura del padre, un antiguo empresario que habría tenido algo que ver en la destrucción del mundo, lo cierto es que su primer largometraje de ficción deambula más por el drama familiar e incluso de clases en una película que podría ser más atrevida de lo que acaba siendo.

Durante dos horas y media el espectador conoce los entresijos de ese mundo subterráneo que han construido a través de los ojos del hijo, un joven que nunca ha visto el exterior y que interpreta MacKey, el único intérprete del filme que se ha desplazado a Donostia –Swinton lo hará este miércoles, pero para promocionar la cinta de Almodóvar–. La llegada de una mujer a su hogar amenaza la bucólica vida familiar hasta el punto de que las canciones felices del comienzo dan paso a temas más solemnes e individuales.

Musical, a ratos

El resultado, no obstante, resulta pretencioso y excesivo, con un metraje que termina por ser tedioso a pesar de las buenas interpretaciones del reparto. El musical, asimismo, no termina de cuajar, ya que las piezas musicales se intercalan en la historia sin ton ni son y resultan muy arbitrarias. Hay momentos en los que llegan a pasar quince minutos sin que nada indique que estamos ante una película musical.

Aunque el esfuerzo de Oppenheimer por tratar de ser original en su salto a la ficción es encomiable, lo cierto es que aún le queda mucho para inquietar al espectador del mismo modo que lo hizo con sus dos anteriores documentales.