MADONNA posee la fuerza de un ciclón sobre el escenario. Ayer lo demostró enseñándoles un pecho a los turcos. Un striptease patético pero que tiene el valor del simbolismo y del atrevimiento. Ahora resulta que Madonna es la gran revolucionaria del siglo XXI. Tan pronto defiende de los integristas el derecho de los homosexuales, como agita la bandera de la libertad frente al partido de Le Pen en Francia al que, por cierto, Sarkozy y los suyos apoyarán en las próximas elecciones. En esta sociedad sin niveles intelectuales la mercadotecnia es una herramienta en manos de los ladrones. Hace tiempo que de la televisión desaparecieron los creadores, cantantes, escritores. Ahora el producto es el mensaje y lo que se escucha es a Miguel Bosé decirle a un aspirante a cantante con sobrepeso que tiene que bajar kilos. ¡Dios qué pobreza! Vale que lo de Madonna será seguramente una pura pose. Pero es mejor ese gesto al silencio que recorre la televisión antes de la tormenta de fascismo que nos aguarda en Europa. Es posible que Madonna juegue con el morbo de sus besos lésbicos mezclados con la estrategia de asomar un pecho por un corpiño copiado de los sueños del marqués de Sade; pero es eso o el bofetón en directo de un descerebrado diputado neofascista griego, nacido de entre las grietas de esta sociedad sostenida artificialmente para el negocio de los mercados. El patético desnudo de Madonna recuerda algo al culo que nos enseñó hace poco Mercedes Milá. Un saltito al vacío que solo se pueden permitir estrellas protegidas por un sistema patentado y sin fisuras en las redes que las recogen sin mayor problema. Una pose más que una convicción.
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