LOS productores y guionistas de series televisivas rastrean la vida cotidiana para recoger y seleccionar materiales capaces de armar un buen producto sea con la vida de políticos, avatares de una familia de clase media o intenso trajín de comisaría, quirófano, o redacción y plató con patosos redactores, acelerados corresponsales de guerra, engolados enviados especiales o simples presentadores. La historia de la televisión muestra un amplio abanico de series que han hecho de las redacciones lugares comunes que el espectador siente como suyos, recreando de forma especial el periodismo guionizado que poco o nada se corresponde con los ambientes de una redacción de esforzados currelas. Tanto cine como tele han vendido prototipos de periodistas de cartón piedra que se mueven en el imaginario colectivo del personal como auténticas referencias de protagonistas de la info. Desde los tiempos del inolvidable Lou Grant, pasando por los periodistas de Watergate hasta las aventuras recién iniciadas de Hill Mc Avoy en The Newsroom, la vida diaria de los periodistas atrae a millones de espectadores, ávidos de saber tejemanejes de una redacción, fobias y filias de productores de noticias, criterios profesionales y políticos de selección, tratamiento y presentación de narraciones de la actualidad y todo ello con un lenguaje ágil, dinámico y plagado de elipsis que mete al espectador en una dinámica periodística que tiene mucho de real pero mucho también de imaginaria, sobre todo cuando el argumento se entremezcla con situaciones y avatares personales de héroes y heroínas de la redacción. No hay que olvidar que se trata de un producto de ficción y a partir de ahí la verosimilitud condiciona el relato más próximo o alejado de la coincidencia con hechos o personajes reales. La mera coincidencia es furtiva casualidad.
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