La radio que se ve
RNE está cumpliendo setenta y cinco años y lo ha hecho inaugurando nuevos estudios dotados de poderosa tecnología digital y alardeando de que es una radio que se ve. Hace años se utilizó como eslogan de campaña una frase similar en el intento de poner los límites de la potencia comunicativa radiofónica en llegar a ver a través del sonido y ambos usos traspasan una práctica de oro que se mantuvo en las primeras décadas de existencia del medio, de que la radio era anónima, se hacía en la soledad de acolchados locutorios y era positivo mantener el misterio de las voces que creaban escenarios, imágenes, situaciones, historias y personajes. El aspecto físico de locutores y locutoras se mantenía reservado y los oyentes componían imágenes físicas correspondientes a presentadores y conductores de programas que casi nunca coincidían imagen sonora y real. A partir de la transición con las nuevas formas de contar se fue liberalizando el conocimiento de los comunicadores y con presencia en la tele y la necesidad de hacer radio en la calle fueron acercando rostros e imágenes a la audiencia. La radio fue perdiendo el misterio de los estudios y se fue asimilando a la televisión en la potenciación de rostros famosos y populares, en un ejercicio de apertura que no ha complacido a todos, porque se sigue defendiendo el anonimato de las voces que construyen una realidad icónica imaginada. La presencia global de Internet ha llevado a colocar cámaras web en los estudios para que los oyentes puedan seguir los programas con sus creadores sentados y estáticos lo que no permite una riqueza narrativa en la realización pero puede posibilitar el acercamiento entre emisores y receptores porque es añadido poco significativo, más slogan propagandístico que elemento comunicativo añadido.