Más caras nuevas y menos casta
El año empezó como casi siempre entre anuncios de bebidas azucaradas y la exagerada celebración de las campanadas. El día de la marmota televisivo no cambia por más ridículas transparencias que si algo dejan ver, es la caspa de una televisión de la que se retroalimentan unas docenas de conocidos. La televisión arrancó como se despidió: con esa familia televisiva que vive, revive y se repite hasta la saciedad. Prueba de que esto no va a cambiar en 2017 han sido las sesiones maratonianas que en Telecinco han pasado grabando la intimidad (es un decir) de Mª Teresa Campos. Si desde luego hay una casta en la política, qué les voy a decir de la casta que se reparte las tertulias televisivas, la presentación de los programas de entretenimiento y hasta los informativos. Digamos que la televisión es la pescadilla que se muerde la cola: hace populares a sus participantes y solo hacen televisión los que ya son populares. Y miren si es contradictoria esta teoría que uno de los programas de más éxito es Gran Hermano, que lo protagonizan auténticos desconocidos que en pocos días se convierten en referentes para el público. La tele que vemos tiene medida la audiencia y parece hacerse con la suma de egos sobradamente conocidos. Pocas apuestas nacen con el espíritu de la novedad o la ilusión de adentrarse en una aventura caminando por senderos desconocidos. Una fórmula ésta que sí pone en marcha cada curso Andreu Buenafuente y su productora El Terrat, aportando nuevos valores cada año. Unos tendrán los días contados y otros habrán nacido para la televisión del futuro. Aún hablando de lo mismo que es hacer televisión, supone la antítesis de lo que hace Bertín Osborne y sus entrevistas con olor a naftalina. En 2017 seguirá adueñándose de los horas televisivas esa casta que sobrevive en las productoras con el más de lo mismo. Hay otra, sí, pero le está costando abrirse camino. No son conocidos de toda la vida. Ni falta que les hace. Solo necesitan más oportunidades.