A Pedro Lozano Bartolozzi (Pamplona, 1939) le agrada dar un “barniz de humor” a su trabajo. En su extensa y poliédrica trayectoria, destaca su currículum como periodista y como profesor universitario. Pero también su dedicación a la escritura, la historia y la cultura. “Yo procedo de pintores”, recuerda. Eso en parte explica su pasión por transmitir. Hombre de vasta cultura, pionero en el estudio de las Relaciones Internacionales, a lo largo de su vida ha ido aglomerando erudición para ejercer y ayudar a ejercer un mejor periodismo. Profesor emérito de la UNAV, didáctico y locuaz, de él parte la iniciativa de ir ataviado de mariscal a la sesión de fotos. Guiño a su nuevo libro e ironía sobre el metaverso. Retranca congruente con una singular personalidad, en la que sigue despuntando su interés por los ritos y la escenificación, así como, por supuesto, por la disección histórica y geográfica. Al fin y al cabo, según plantea en su último libro, Hojaldre cool (Papeles del Duende Ediciones), en el mundo y en nuestras vidas se entrecruza la realidad y la fantasía, la gravedad y el divertimento. Lozano Bartolozzi lleva 34 libros escritos; 22 vinculados principalmente al periodismo y 12 literarios, como este que ahora presenta, con 32 historias dedicadas a sus nietas.

Su disfraz es un guiño a un capítulo histórico en Sorauren.

–La historia o solo la vemos desde el presente o la ignoramos. Es una de las consecuencias de vivir al día y no saber qué ha pasado. La batalla de Sorauren, en 1813, fue enorme, de 80.000 o 90.000 hombres por cada bando, y se habla muy poco de ella. Todos los mandos militares ingleses, como Wellington, los franceses y en menor medida los españoles, estuvieron también en Waterloo. En cualquier otro sitio se habría puesto un monolito.

¿Y usted por qué tenía ese disfraz?

–De alguna manera siempre vamos disfrazados. Por ejemplo, la moda de los pantalones vaqueros. Si no los llevas, no sé a qué mundo perteneces. Los vaqueros del Oeste desenfundaban el revolver. Las chicas desenfundan el móvil del bolsillo de atrás del vaquero. En vez de el revolver, llevamos el móvil. Se ha convertido en una prótesis. O como en los Gremlins, en un monstruo que de repente te come. 

“Se habla muy poco de la enorme batalla de Sorauren, de 1813. En cualquier otro sitio se habría puesto un monolito”

Ha posado junto a un cañón.

–El mundo de la guerra, y sigue así en el cine, lo hemos sentido como heroico. No digo que no lo sea, pero esa visión es interpuesta sobre una realidad brutal. Tampoco se trata de una mirada buenista de la condición humana. No sabemos hasta dónde podemos llegar hasta que nos vemos en una situación dura. El uniforme que me he puesto es por recordar esta batalla. Me atrae la plasticidad de esos trajes. Esa visión idealista, fantasiosa, en el fondo es una visión del mundo como cuento infantil. Los ingleses, cuando tienen una ceremonia, vuelven a ponerse las casacas rojas, como en el funeral de la reina de Inglaterra. Hay una nostalgia, no solo de pasado glorioso; creo que es del mundo infantil y de juguete que hemos perdido. 

Hay tantas facetas en su vida... ¿En cuál se siente más reflejado? 

–La de periodista, porque te permite hablar de los demás y de ti a la vez. Realizarte sobre las experiencias vividas, que te enriquecen o te entristecen, pero no te aíslan. El periodismo es vivir con la gente, vivir los problemas de la gente, contagiarse de esos problemas y escribir sobre ello.

Usted lo ha ejercido profesionalmente, pero se le recuerda más por su faceta como docente.  

–Efectivamente. He hecho periodismo, lo he estudiado, contado e investigado. La educación es ir descubriendo mundos a quienes están empezando a abrirse a la curiosidad de las cosas. Querer contar la experiencia.

En este libro hay literatura además de otras muchas cuestiones.

–Yo creo que todos vestimos distintos sombreros o disfraces, que vivimos en varios planos distintos a la vez, igual que los planos del hojaldre. Por ejemplo, en las relaciones internacionales. Tenemos una visión de que el mundo se acaba un poco más abajo, con suerte, de ir a veranear a Cancún. Pero si descubrimos el mundo oriental, China, la cultura india o los secretos de África, te das cuenta de que vives casi en una especie de EuroDisney, que es Europa. Es muy bonita la pintura gótica o barroca. De acuerdo. ¿Pero tú has visto cómo pintaban los japoneses o como es la música africana? El eurocentrismo es egocéntrico. Pero si ves un mapa del mundo hecho por los americanos, en el centro está América. Y en el de Asia, China está en el centro y Europa casi ni se ve. No dejan de ser construcciones artificiales sobre la vida, en la que convive lo real con lo imaginario. En la época actual, de la evanescencia del instante, donde todo es un presentismo absoluto, los medios son incluso elementos de olvido. Somos una sociedad del consumo y ahora estamos continuamente bombardeados de información. Una sociedad hipercomunicada, y me temo que desinformada, sin tiempo de asimilar, no digo ya de reflexionar. 

“El periodismo es vivir con la gente, los problemas de la gente, contagiarse de esos problemas y escribir sobre ello”

Necesitamos buenos selectores.

–Necesitamos algo que es el origen del buen periodismo: extraer lo que es importante, trascendente, de todo lo que ocurra. Hacer una selección, después saber contarlo de una manera amena e interesante. Que el receptor triture eso y lo meta en su cabeza. Este, por ejemplo, es un libro roto, porque la sociedad está rota. Estamos acostumbrados a un todo roto, el zapping. Esa saturación también ha afectado a la televisión. Esto sonará un poco raro, pero yo creo que es un medio fracasado. Mis nietas no ven apenas televisión, y si la ven a los dos minutos están mirando el móvil. La televisión, cuando empezó, parecía que iba a barrer a todo el mundo, pero es muy pobre en cuanto a originalidad. Para mí, el medio estrella sigue siendo la radio, porque es cálida y te permite hacer 20 cosas a la vez.  

El título de su libro combina una metáfora y un anglicismo.

–Hay dos hilos conductores. Uno, el tema del lenguaje, que ha ido evolucionando, pero que se va empobreciendo cada vez más. No se escribe. Los historiadores del futuro no sé dónde van a encontrar un documento escrito. El otro hilo conductor es la tecnología, que ha cambiado el lenguaje. Han aumentado los tecnicismos y sobre todo los anglicismos. En ese juego entre la realidad y la ficción, se nos ha intercalado otra capa de hojaldre, la de las nuevas tecnologías, que nos impiden soñar porque nos lo dan todo hecho.

El cambio es tecnológico pero también humano.

–La vida es un relato. De aventuras, sufrimientos, alegrías. No es estar quieto como esta silla. 

“Llevamos en vez de revolver, como en el Oeste, el móvil, convertido en una prótesis o en un monstruo”

Y en una vida hay también proyectos truncados y zarpazos. 

–Para mí escribir es una terapia. He visto situaciones duras. Portell era mi jefe en Bilbao cuando lo mataron. Y había estado comiendo con él dos días antes. Me tocó estar en Montejurra y tirarme al suelo cuando sonaron los disparos, y aquello se vio claramente que era un montaje. O cuando a Mirentxu Purroy le pusieron aquella bomba; era amiga mía, y estuve con ella después. Ejerciendo el periodismo tenías unos riesgos y hubo momentos duros, no digo que ahora no los haya. Incluso con la última bomba que pusieron en la Universidad. Yo me había ido a tomar un café. Con la explosión la cristalera cayó sobre la mesa de mi despacho, y Maite Martínez, que trabajaba de secretaria al lado, sufrió un ataque de histeria. O cuando estuve en la Guerra de los Seis Días... Lo vives casi como una novela, y en el momento no eres ni consciente, porque lo ves como periodista. Es absurdo, lo que quieres es contarlo inmediatamente. Una de las cosas más duras que a uno le puede pasar es perder un hijo. En el caso de mi hija María, a mí me ha ayudado escribir. Ante problemas personales, normalmente evitas hacerlo, o a lo mejor lo escribes solo para ti. Pero a veces es un modo de recobrar un poco las ganas de vivir; aunque sea por los demás, tienes que seguir aguantando. Cuando llegas a una situación de rompimiento tienes dos salidas. O romperte del todo, o intentar superarlo. O por el deporte, o por la fe, o porque te gusta algo, o dedicándose a tomar cada día 20 wiskis. En esa idea de la vida como relato, todos somos una novela de Faulkner. Unos más, otros menos.

Usted tiene vocación estilística.

–De cuidar la palabra. Eso es porque dibujo. Cuando escribo lo hago a mano. Dibujo la palabra y estoy viendo el objeto. Hay mucho de metáfora en este libro. En cierto modo, el lenguaje es metáfora, porque las palabras son unos convenios que hemos creado, que varían de un idioma a otro, para representar algo.

¿Usted es el autor del concepto ‘ecosistema informativo’?

–Fui el primero en acuñarlo, lo mismo que tsunami informativo. El ecosistema informativo lo escribí en 1974. En mis libros académicos me puede el influjo de lo literario, y en los literarios meter ideas de más calado. Por entonces pregunté a mi mujer, Margarita, bióloga, por los ecosistemas de los bichos que se adaptan al ambiente, y le dije: Pues eso es lo que hace el periodismo. Y el término gustó. 

“Somos una sociedad hipercomunicada, y me temo que desinformada, sin tiempo de asimilar”

'Ecosistema' está hoy en boga.

–Ahora se usa para todo, hasta para hablar de deportes. En cuanto al tsunami informativo, me querían poner maremoto. El libro lo saqué algo más de un año después del tsunami del Índico.

Ucrania...

–Cuando acabó la Guerra Fría la Unión Sovietica dio paso a 15 estados. Una desintegración del último imperio parecida a un proceso de descolonización. Volvemos a cometer los mismos errores, con dirigentes otra vez con la cabeza volada. Rusia ha violado el derecho internacional y la soberanía ucraniana firmada en los acuerdos de Minsk, donde la propia Rusia, Bielorrusia y Ucrania firmaron poner fin a la URSS. Rusia no ha sido atacada, luchan los rusos que están en Ucrania, destruyendo la zona que quiere anexionar, territorio que fue prorruso. Pero nadie piensa en entrar en Rusia.

El plan chino ha sido visto con escepticismo en Occidente.

–Pues eso es una equivocación para mí. Cuando uno quiere sentarse a hablar, primero hay que hacerlo, y luego se habla. Pero el primer acuerdo es sentarse. 

Al inicio de la guerra lo estuvieron.

–Para mí, ha sido excesivo ese corrimiento de la OTANal este. Me parece un exceso. 

Presuponíamos que Putin había entrado en códigos de relaciones occidentales.

–¿Por qué hace y por qué no se evita que lo haga? La evolución de los países europeos del este hacia la democracia occidental Rusia no la ha tenido jamás.

A pesar de los intentos realizados.

–Militarmente no ha sido nunca derrotada, y de pronto, vemos que es incapaz de ocupar dos ciudades en un año en Ucrania, y en cambio, la capacidad de resistencia ucraniana. Pero no hay que olvidar que Ucrania era uno de los países importantes de la URSS, con casi más armamento que Rusia. Rusia ha sido el escudo de Europa frente a Asia desde el siglo XI. No tiene sentido para un europeo que se tambalee; frente a China y al mundo musulmán es el único tapón. Puede ser una Rusia tranquila, ayudada, democrática y con su modo de ser, o una que quiera recuperar lo que fue en tiempos de los zares. Eso, tarde o temprano iba a venir, porque si entró un personaje como Putin, que lleva 20 años prácticamente en el poder, y no se ha creado un tejido democrático por las razones que sean, allí hay una bomba de relojería que habría que evitar.

“China no quiere saber nada de que la guerra en Ucrania dure”

Pedro Lozano Bartolozzi cree que una guerra como la que asola Ucrania, “de desgaste”, es por definición “una guerra industrial, en la que hay que estar continuamente enviando munición”, factor que puede acabar facilitando el final negociado. Aunque defiende asimismo que “ayudar al pueblo de Ucrania contribuye a que Putin se decida a parar” el conflicto.  

El relato hegemónico en Europa es que hay que pisar el acelerador. 

–La guerra se ha suicidado a sí misma, porque con armas nucleares no se puede hacer; sería el apocalipsis. Parece que Putin esperaba en cuatro días ocupar tres sitios, pero no le salió la jugada. Y creía que Europa, divida y con sus líos, no se iba a meter en el ajo. Y que estados Unidos desde la otra punta tampoco querría. Y ha pasado todo lo contrario. Ha aumentado la OTAN, ha unido a Europa. Y en cuanto a la opinión pública, ha sido impresionante. ¿Usted ha visto alguna cosa de lo que piensan los rusos? La prensa rusa, esté manipulada o, algo dirá. De la televisión rusa no hemos visto ninguna imagen en toda Europa. Está siendo una guerra de comunicación terrible. Y es también económica.

Decir eso tiene hoy mala prensa.

–Ya. Tampoco se trata de las ingenuidades buenistas de Ione Belarra. Los chinos, que en principio están como aparte, han planteado por lo menos sentarse a hablar. Hay cosas que se pueden negociar, que no son imposibles, como compartir el acceso al mar Negro, que existía antes. Imagínese que empiezan a caer misiles sobre Rusia, al día siguiente van a Londres y a Nueva York. Por eso no lo hacen, y esto no se puede acabar más que hablando. ¿Por qué se cuestiona esta mediación? Porque no se quiere que los chinos se erijan en protagonistas de la situación internacional. Hemos pasado del Domund para los ‘chinitos’ a que tengan los fondos de deuda del Tesoro Americano. Y China no quiere saber nada de que esta guerra dure, porque su negocio está en las inversiones que tiene por África, América y aquí mismo, con todas las cosas que vienen de allí. Si sigue la guerra se le va a acabar la clientela. Brasil parece que también ha entrado un poco en el tema, y ya es hora de que alguien de América del Sur pinte algo, y Lula lo puede hacer. Pero a los americanos y a los europeos nos cuesta asumir que ya no solo mandamos nosotros. Es que el mundo ya no es el de antes. Claro, y tampoco Putin puede decir que es como Catalina la Grande. Una cosa más antes de que terminemos: en la Guerra de Crimea, del siglo XIX, que se hizo para frenar a los rusos, la legión extranjera tuvo 900 españoles carlistas refugiados en Francia en un campo de concentración. La cólquida estaba en Crimea, hasta allí fueron los argonautas capitaneados por Jasón en busca del vellocino de oro. De ahí el Toisón de Oro, que luce el rey de los gigantes de Pamplona. En Crimea tuvo también lugar la Conferencia de Yalta, que dio fin a la Segunda Guerra Mundial. Una cosa más, por último. Haga lo posible por reflejar una idea: tenemos que recuperar el leer y el escribir, que no son prótesis, sino dos actividades humanas.