Mikel Laboa, in memoriam
AYER se cumplió el primer aniversario del 1 de diciembre de 2008, cuando el entrañable cantautor euskaldun Mikel Laboa (Donostia, 1934) abandonó definitivamente la tierra, el país, nuestra patria Euskal Herria, y se encontró allá, en lo alto con sus txoriak. Aquella noticia recibida con dolor como imposible por la inmortalidad espiritual que poseen los grandes artistas dejó un silencio, un vacío no sólo creativo y comunicativo, algo mucho más trascendental: la pérdida de una excepcional personalidad, humanista y amable, discreta y generosa, genial y admirable.
Su aportación a la cultura vasca ha sido, y seguirá siendo, trascendental en nuestra historia contemporánea, un período excepcional y fundamental en la creación artística: Ez Dok Amairu, el euskara batua, los grupos artísticos Gaur, Hemen, Orain, Danok, la estatuaria del santuario de Arantzazu, etcétera. Supuso la aportación de una forma de expresión musical oral de absoluta vanguardia partiendo de las raíces peculiares de un pueblo, sus creencias, tradiciones y una lengua singular. Laboa alcanzó, desde una humildad personal y austeridad escénica, una grandiosidad absoluta creando en sus actuaciones una atmósfera poética sencilla a la vez que profunda, entre la forma y el fondo. Una voz entrañable con unos registros sorprendentes, compuestos de dulzura, armonía, sentimiento y capaz de desgarros vocales que creaban tonalidades épicas. Repletas de una conmovedora semántica, transmitiendo unos contenidos penetrantes de ancestralidad de múltiples memorias, en ocasiones casi olvidadas, alusivas a la etnografía, la naturaleza, la vida, el sufrimiento, la lengua y el país impregnando la sensibilidad de los asistentes. Originando un tiempo emocional diferido, una reverberación. Su fraseo sumamente creativo por su expresividad, apreciado en directo con su presencia, poseía además de profundidad una gama de sensaciones contagiosamente enternecedoras que suscitaban en ocasiones temáticamente un llanto espiritual y cuántas veces real. Actualmente, su abundante discografía, enriquecida con las artísticas portadas de su gran amigo el extraordinario pintor José Luis Zumeta, nos permite la recreación de momentos inolvidables.
Quienes además tuvimos la ocasión de conocerle personalmente desde hace muchos años en su época de especialidad médica en Barcelona, apreciamos su estructura humanista arraigada en los valores tradicionales de un pueblo que generaron su faceta compositiva. Solidario con todas las afecciones y problemas más arraigados en nuestro pueblo, como la asistencia junto con otros destacados creadores, a la Biennale di Venecia en 1976 bajo el lema Amnistía Denontzat. Mikel, como también casi todo el arte vasco comprometido con su país, ha sido ignorado en España. Quizá uno de los momentos más sublimes y merecidos de su vida como artista, por la dimensión estética, la singularidad orquestal, la multitudinaria y afectiva acogida popular, fue el concierto de agosto de 1999 en el Victoria Eugenia Antzokia de Donostia junto con Donostiako Orfeoia y Euskal Herriko Gazte Orkestra en tres temas que representan epopeyas musicales: Gernika (Lekeitio 4), Txoria txori y Baga Biga Higa (Lekeitio 2). Su declamación respondida y respaldada por el magnífico arrope colectivo, vocal e instrumental, crea parajes musicales inconmensurables, incluso en sintonía con la dialéctica estética vasca entre el vacío, en este caso su canto, y el lleno, el coro y la orquesta. La creación de Mikel Laboa, si fuésemos un país elementalmente culto, debería ser analizada en su totalidad y tener como genuino e irrepetible por muy diversos valores una consideración y calificación de monumento sonoro perteneciente al Patrimonio Cultural Inmaterial Vasco. El pasado 8 de agosto, en Donostiako Musika Hamabostaldia quienes acudimos a su homenaje Laboaren Munduak, con la participación de sus colaboradores más habituales y grandes creadores Iñaki Salvador y Josetxo Silguero, pudimos de nuevo apreciar con una gran carga emocional, la enorme trascendencia de su legado musical que quedará para siempre.
En este contexto cultural resulta absolutamente decepcionante que, llegado ya el primer aniversario, no se haya programado ningún acto en su memoria, con toda esta estirpe de políticos asalariados de la cultura que padecemos. Desde el gobierno-rapiña vascongado españolista, y con una diputada de Cultura en Bizkaia y una concejala de Cultura en Bilbo cuyas aficiones más conocidas en esta materia, con la que siempre desde hace décadas especulan demagógicamente, son los estrenos de la ópera y las cenas del Guggenheim para poder posar y mostrar vestimenta. Gente por su absoluta indiferencia, insensibilidad incapacidad verdaderamente despreciable. Más si comparativamente vemos en ocasiones qué tipo de personajes y espectáculos se contratan para el Arriaga y Euskalduna.
La figura y obra permanecerá siempre como un inmortal patrimonio sentimental de Euskal Herria. Por todo y por tanto, ¡mila esker!, Mikel Laboa.