Condiciones extremas "32. rue vandenbranden"
Compañía: Peeping Tom. Dirección y concepto: Gabriela Carrizo, Franck Chartier. Dramaturgia: Hildegard De Vuyst, Nico Leunen. Danza y creación: Jos Baker, Eurudike De Beul, Marie Gyselbrecht, Hun-Mok Jung, Seoljin Kim, Sabine Molenaar. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 4/05/10.
EL espectáculo 32, rue Vandenbranden, de la compañía Peeping Tom, se inspira parcialmente en La balada de Narayama. No es una versión teatralizada de la película, sino que la toma como punto de partida. La balada de Narayama cuenta la historia de una pequeña comunidad del Japón rural, que habita en una zona montañosa en la que la supervivencia se ve comprometida con la llegada de cada invierno. Digamos que es la antítesis del mito de la vida en armonía con la naturaleza: aquí la naturaleza es cruel, exigente, ingobernable; y el hombre no es más que otro depredador, un eslabón más de la cadena trófica.
La balada de Narayama comienza con el cadáver de un bebé que el deshielo ha hecho emerger: su cuerpo servirá de abono para los campos, dice uno de los personajes. Termina con la imagen de una anciana que ha subido a la montaña para morir, como manda la tradición. Sus escasas carnes serán el alimento de los cuervos. 32, rue Vandenbranden comienza también con el hallazgo del cuerpo de un recién nacido en la nieve, y acaba con la muerte de uno de los personajes, que se desploma exactamente en el mismo lugar donde apareció el niño, cerrando así el círculo de muerte que enmarca ambas historias. No todo es tragedia, no obstante. En La balada de Narayama se pasa sin transición de escenas terribles, que lo remueven a uno en el asiento, a otras hilarantes, tan sumamente surrealistas, que provocan que la película parezca casi la versión japonesa de Amanece que no es poco.
En 32, rue Vandenbranden hay también espacio para la diversidad de tonos, desde situaciones casi humorísticas hasta otras desasosegantes y angustiosas. Como la película en la que se inspira, la obra recoge las relaciones entre los miembros de una comunidad que habita un paraje inhóspito, azotado permanentemente por el viento y la nieve. Pero los pobladores de esta rue Vandenbranden llevan zapatos de tacón, americanas o camisones de raso. Podemos reconocernos en ellos, en sus miedos, en sus inseguridades, en sus sufrimientos. No hace falta descifrar el sentido de las escenas. De hecho, es mejor no racionalizar y dejar que las emociones hagan el trabajo. La realidad presentada en 32, rue Vandenbranden tiene esa textura frágil y luminosa de los sueños, donde las situaciones más prodigiosas se suceden con naturalidad y lo absurdo guarda una sorprendente coherencia.
El espectáculo de Peeping Tom es un collage de materiales escénicos en el que todo tiene cabida, pero conservando al mismo tiempo una fuerte solidez interna, producto de un inspirado concepto estético e intelectual. 32, rue Vandenbranden es teatro y es danza; hay escenas basadas en el impacto visual del contorsionismo y otras en el de la acrobacia; hay música por doquier, desde la compuesta por Juan Carlos Tolosa, bella y en ocasiones inquietante, hasta el Shine on you crazy diamonds de Pink Floyd; hay mimo y casi hasta prestidigitación. Una sorpresa continua en cada escena, en definitiva.
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