Yo soy aquel
ACABA de meter un gol televisivo A3 con la vida de Raphael en dos entregas que han gozado del aplauso del público y demuestra la profesionalidad para hacer frente a un excelente guión con un acertado elenco de actores y así contarnos la vida del cantante andaluz, pero sobre todo su agonía, pasión y victoria tras un largo proceso de degeneración humana de la mano del alcohol y un costoso proceso de recuperación tras someterse a un transplante de hígado. El director Manuel Ríos ha contado con un poderoso y camaleónico Juan Ribó, que ha asumido el papel del artista enfermo al que ha dotado de encarnadura, pasión y fuerza y ha construido una imagen de Raphael que eclipsará la amanerada, acartonada y cursi pose del cantante que inició el fenómeno de histéricas fans los años finales del tardofranquismo. El acierto de la narración está en colocar la enfermedad del cantante como núcleo del contar y a partir de esta columna vertebral jugar con las idas y venidas del pasado con la participación de Félix Gómez en el papel de joven artista. La presencia de Natalia Figueroa (Cecilia Castro), una aristócrata que salta barreras sociales y pone al amor por bandera de su vida, le da verosimilitud y realismo a una cruel historia de enfermedad poco conocida del gran público y filmada con respeto pero con dureza. Este modo de avanzar en el argumento es la clave de la fluidez y verosimilitud de las escenas que construyen la vida de quien se convirtió en el primer divo de masas de la canción moderna, más allá de la copla y sones tradicionales aflamencados. Lógicamente, las canciones de Manuel Alejandro cantadas por Raphael van salpicando la narración con pequeños insertos de imágenes vivas documentales de la trayectoria del cantor de El tamborilero, Yo soy aquel o Digan lo que digan.