pamplona. Llegan a trabajar de doce a catorce horas al día por 40 euros -y eso en el llamado Primer Mundo-, y muchos de ellos valen menos que las latas que recogen, porque en las sociedades donde viven son considerados como desechos. Ese el estigma que rodea a los recolectores de basura. ¿Su pecado? Ser gente sin futuro que está dipuesta a ensuciarse con lo que a otros no nos sirve y nos repugna, por sobrevivir.

"¿Qué haríamos nosotros si no tuviéramos ninguna posibilidad? Sin trabajo y sin poder adquirir nada, lo único que te queda es rebuscar en la basura o delinquir", reflexiona Joseba Zabalza ante sus fotografías, que exhibe en la planta baja de la Sala de Armas de la Ciudadela. Allí, hasta el 13 de febrero, el visitante puede recorrer en 75 imágenes en blanco y negro el día a día de trabajadores de basureros de los cinco continentes, desde Traperos de Emaús, en Pamplona, hasta basureros de Madagascar, pasado por Albacete, Filipinas, Papua Nueva Guinea o Argentina. Traperos, cirujas, pepenadores, buzos, cacheros, cartoneros, hurgadores, guajeros, rebuscadores, catadores, basureros de todas las edades a los que el fotógrafo pamplonés se ha acercado y con los que ha convivido, "comiendo lo que ellos comen", motivado por la admiración que le causa "el hecho de que haya tantísima gente que se gana la vida con lo que otros tiramos porque lo consideramos inútil e inservible". Más de cien millones de personas, sobre todo mujeres y niños, son recolectores y recicladores de basura en el mundo capitalista y consumista en que vivimos. Y en la época del año más propicia al gasto -y no precisamente necesario-, la Navidad, Joseba Zabalza nos propone en la exposición Welcome to the garbage mountain (Bienvenido a la montaña de basura) adentrarnos en una realidad tan dura como digna, a través de imágenes que trascienden lo anecdótico y reflejan el compromiso del autor, que se alía con la existencia humilde y también orgullosa de los recolectores de basura, esos que le acogieron con los brazos abiertos cuando les propuso el proyecto que tenía entre manos. "Si algo me han demostrado es que donde falta de todo, sobra muchas veces solidaridad", afirma Zabalza. Él también recogió alguna vez cartones y hierro, de chaval, "para venderlo y gastar luego el dinero en los Sanfermines". "Por eso me impresiona mucho ver que eso lo hacen millones de personas pero como medio de vida, de subsistencia", apunta el fotógrafo, quien ha llevado a cabo este proyecto entre 1999 y este año 2010, del que datan las imágenes más recientes de la muestra.

Los recolectores de basura con los que ha convivido Zabalza son en su mayoría "gente que un día se fue de zonas rurales a las ciudades buscando un sueño, un modo de vida mejor que el que tenía en el campo; y acabaron siendo todavía más pobres en un basurero". Del trabajo de estos destaca "la difícil labor de las mujeres, porque ellas son doblemente trabajadoras: en el basurero y en casa con los hijos". Y cuenta curiosidades que le han descubierto estos viajes a la inmundicia, entre buitres y gente tapada por el continuo olor de la basura, como que en Madagascar reciclan los huesos del cebú (animal similar a la vaca), los machacan y con parafina hacen un jabón para lavarse. Que ha visto a gente buscando oro -"siempre es posible encontrarlo, si a alguien se le cae un anillo a la basura, por ejemplo", dice-, creando perfume a partir de los restos de un frasco de Chanel Nº 5 o pasta de dientes a partir de lo que queda en un tubo desechado. "Cualquier cosa se puede reciclar. Lo que no nos sirve, a mucha gente le sirve. Y los productos que ellos crean a partir de esa basura van a un mercado secundario de gente que no puede permitirse nada de lo que continuamente nos venden y con lo que nos bombardean en televisión", afirma el fotógrafo pamplonés. "Gente que es capaz de estar cinco días sin comer para tener unas Nike", añade. Lo que nos obliga a una reflexión: ¿Adónde nos lleva este consumismo sin medida? ¿Sabemos lo que consumimos? ¿Medimos lo que necesitamos? De algún modo esta exposición nos devuelve un reflejo, el de nosotros mismos y nuestra injusta abundancia.