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Madrileños bisoños "luisa fernanda"

Reparto: Luisa Fernanda, Amparo Navarro. Vidal, Federico Gallar. Carolina, Rocío Ignacio. Javier, Ricardo Muñiz. Mariana, Nerea Castellot. Rosita, Amaia Azcona. Aníbal, Mikel Bengotxea. Don Luis Nogales, José Mari Asín. Bizco Porras, Jesús Idoate. El Saboyano, Javier Andueza. Orquesta Sinfónica de Navarra. Coro Juvenil del Orfeón Pamplonés (director: Juan Gainza). Dirección musical: Luis Remartínez. Dirección escénica: Ignacio Aranaz. Escenografía e iluminación: Tomás Muñoz. Vestuario: Gabriela Salaverri. Producción: Fundación Municipal Teatro Gayarre. 21 de enero de 2011. Teatro Gayarre. Lleno. Incidencias: El tenor programado, Albert Monserrat, fue sustituido, por enfermedad, a última hora, por Ricardo Muñiz.

lA escenografía e iluminación de Tomás Muñoz, y el vestuario de Gabriela Salaverri, enmarcan con elegancia y limpia claridad la trama, más romántica que revolucionaria, de esta Luisa Fernanda, un poco averiada por la sustitución del tenor a última hora; visualmente muy cálida; con voces muy solventes en el lado femenino del reparto -tanto en los papeles protagonistas como en los secundarios-, con un triunfador indiscutible en el rol de Vidal; y un coro, voluntarioso y adolescente que, sin embargo resultó bisoño en su actuación teatral, y un tanto alicorto en lo musical, aun salvando con dulzura y afinación los fragmentos más conocidos.

Ese espacio vacío y luminoso, con un fondo fotográfico muy bien logrado, que compensaba, con creces, cualquier andamiaje de ranciedad escénica, debe ser ocupado por una poderosa dirección escénica, donde los personajes -esos tan zarzueleros y característicos que lo mismo se juegan la vida, que se toman una horchata- desarrollen su personalidad teatral y vocal. Y la hubo, pero con resultado desigual. La Luisa Fernanda de Amparo Navarro estaba bien definida en su contradicción. Soprano con cuerpo en la voz, convenció teatral y vocalmente. Con fuerza interior y sin aspavientos, llegó hasta su sentido Cállate corazón con emoción y fuerza. Muy completa, también, y elegantísima, la duquesa Carolina de Rocío Ignacio. Soprano de voz timbrada, con buen registro en la zona media. A Ricardo Muñiz debemos agradecerle que se pudiera llevar la función a buen término, aunque, con algunos momentos de sufrimiento. Generoso en el libreto, generoso en la voz, generoso en la ocupación teatral del escenario, Federico Gallar encandiló con su voz envolvente y poderosa, convincente desde el parlato hasta el rotundo final de la obra. Ya desde su primera intervención llenó el teatro, aunque el agudo le sorprendió un poco. Pero, a partir de ahí, todas sus intervenciones eran culminadas con espléndidos y homogéneos calderones. De entre los secundarios cabe destacar a una estupenda Nerea Castellot, que ha progresado en teatralidad, asimilando la naturalidad a sus roles, y que consolida una voz cada vez más presente y homogénea. Y a Amaia Azcona, graciosa y muy timbrada en su corta intervención al inicio de la obra. Los veteranos roles teatrales -Asín, Idoate-, sin problemas. Iker Bengotxea, muy motivado en su papel de Aníbal. Javier Andueza se defendió en El Saboyano.

No se por qué se ha optado, en esta producción, por el coro juvenil del Orfeón, teniendo al propio Orfeón o al coro de la AGAO. Quizás sea por presupuesto o por algún cometido pedagógico. Ciertamente se vio una encomiable dirección escénica y un gran esfuerzo por parte de todos para lograr los resultados obtenidos. Pero no es suficiente para una función de la categoría del ciclo del Gayarre. El bellísimo vestuario, en la grama de las imágenes proyectadas -con los contrastes chillones de los vestidos de las protagonistas- apenas disimulaba el envaramiento -sobre todo de los chicos- en su deambular por la pradera. Aun así, el famoso número de las sombrillas resultó airoso. Y el baile extremeño, vistoso. Remartínez, al frente de una Sinfónica de Navarra un tanto opaca toda la tarde, resolvió el envite del cambio de tenor con un gran oficio. Se le veía, en muchos momentos, cantar con él las romanzas. En cualquier caso, el triunfo final del espectáculo, a juzgar por los aplausos del público, fue apoteósico.