El argentino Ernesto Baca experimenta a través de la India un nuevo ritmo vital
"vrindavana" se pudo ver ayer en la sección oficial junto a "alda" y "make it new john"Cakányová hace un retrato íntimo y demoledor del Alzheimer, y Campbell aborda la alienación laboral a través de DeLorean
pamplona. Vrindavana, del realizador argentino Ernesto Baca, imprimió ayer a la Sección Oficial de Punto de Vista un nuevo ritmo vital a través de la India. La jornada se completó con Alda, retrato íntimo y demoledor sobre el día a día con la enfermedad de Alzheimer que firma la realizadora de Bratislava Viera Cákanyová; y con Make it new John, en el que el irlandés Duncan Campbell aborda temas desafortunadamente tan familiares hoy como la alienación laboral y la crisis económica, en esta ocasión a través de la figura de John DeLorean y su sueño americano en forma de automóvil revolucionario, que terminó en pesadilla para miles de trabajadores.
Ernesto Baca lleva diez años practicando yoga, y eso es nota en Vrindavana. Igual que en dicha disciplina se trabaja para separar la mente de la conciencia que la observa, en su documental el realizador argentino vuelva sus habilidades y su mirada en un reto similar: aislar al espectador occidental de su rutina y trasladarle a otro modo de vida, a un nuevo estado de conciencia, a través de la India. La vinculación con el lugar se la dio a Baca el yoga, y luego se materializó en un viaje de tres meses que realizó junto con un equipo reducido (cuatro personas) para filmar lo que llegaría a ser Vrindavana. El título se lo da a la película la aldea del distrito de Mathurá, en el estado de Uttar Pradesh (norte de la India), que es popular por ser el lugar donde se supone que pasó su juventud Krishná, una de las deidades más importantes y veneradas de la India. En Vrindavana y alrededores, donde según comentó ayer Baca en Pamplona "todo está enfocado y concentrado en despertar la devoción de uno hacia Krishná", rodó el director argentino las imágenes que nos llevan ahora a una dimensión de amor, paz, calma y quietud. De silencio, al que tan poco acostumbrados estamos -en la vida diaria y en el cine-.
Precisamente, Baca prescinde aquí de los diálogos dejando hablar al sonido ambiente que captó durante sus aventuras por India. Un sonido que se distancia de la imagen, que "se aísla del entorno" -como la mente del yogui de la conciencia que la-, propiciando así "una lectura diferente de ambos elementos", comentaba tras la proyección de su película, uno de los estrenos internacionales que acoge este año el Festival Punto de Vista. "He tratado de llevar al espectador a una experiencia de libertad. Aunque la imagen y el sonido le guían, he procurado que eso sea lo más transparente posible", explica Baca. El cineasta coloca al espectador-contemplador en un nuevo entorno. "Le mando allí, le inserto en ese lugar y no le explico nada", apunta. Le hace experimentar un choque similar al que sintió el realizador cuando puso el pie en India. "Cómo explicar aquello... Es como si te metiesen por momentos dentro de una licuadora, por el contraste que supone todo", dice. En su película hay contraste entre imágenes que transcurren con calma -la gran mayoría- y algunas partes filmadas con super 8 en las que el ritmo narrativo se acelera vertiginosamente hasta el punto de casi marear literalmente al espectador. Como si estuviese dentro de una licuadora. Es el choque dentro de la propia India, y el choque entre Oriente y Occidente. "Allá hay tanto amor... Qué lejos estamos", cuenta Ernesto Baca.
Yendo más allá de los límites geográficos, Vrindavana no sólo nos lleva a la India, o al menos no es allí donde se detiene el espectador, sino en sí mismo. Además de un ejercicio fílmico de gran belleza visual y valor narrativo, repleto de metáforas tan poéticas como palpables, el documental es una invitación a una toma de conciencia nueva para la mayoría, cuya esencia puede resumirse en muchas de las imágenes del filme: el discurrir del agua, las sonrisas en los rostros, los cánticos y bailes, el misterio hipnótico del fuego, la tierra y los alimentos que nos da, el animal pastando... La certeza de que la vida sabe mejor si se degusta lentamente.
dos formas de soledad Aunque en lo formal y aparentemente también en lo temático están muy lejos una de otra, las otras dos películas que acogió ayer la Sección Oficial, Alda y Make It New John, comparten trasfondo: la soledad. La de quien padece una enfermedad que va robándole cada día la memoria, eso que nos hace ser quienes somos ante nosotros y ante el mundo; y la del trabajador que de la noche a la mañana se convierte en parado, víctima de un sistema que reparte mal su riqueza.
La protagonista de Alda (República Checa, 2009), documental de Viera Cákanyová, llama así -Alda- al Alzheimer, ese intruso que se ha instalado en su cerebro y ha convertido su rutina en constantes retos orientados a un mismo fin: no olvidar. Una cámara de vídeo a través de la cual la protagonista se habla a sí misma, dándose instrucciones para lograr ese fin tan vital como respirar, guía al espectador por la dura vida del enfermo de Alzheimer, que en la dolencia está solo. Y a través de ese retrato íntimo y demoledor, Cákanyová hace de su película una metáfora sobre el borrado de la historia reciente en los países excomunistas. Por último, Make it new John (Gran Bretaña, 2009), con la que el espectador recobró por momentos la sonrisa, recupera la figura de John DeLorean, exitoso ingeniero de General Motors que quiso materializar su sueño -y el sueño americano- en un automóvil deportivo revolucionario, pero terminó hundiendo en la pesadilla a 2.000 trabajadores de una planta en Belfast. La misma en la que malviven hoy tantos y tantos parados que se reconocerían en la impotencia que, tras hundirse el sueño de DeLorean, es lo único que les queda a los ex empleados.