Sabina en el país de la melodía 'la sonámbula'
Programa: 'La sonámbula', ópera en dos actos con libreto de Felice Romani y música de Vincenzo Bellini. Reparto:Sabina Puértolas (Amina), José Luis Sola (Elvino), Felipe Bou (Conde Rodolfo), Sandra Pastrana (Lisa), María José Suárez (Teresa), Alberto Arrabal (Alessio), Josef Zeknik (Notario). Acompañamiento: Coro Nacional Checo. Orquesta Sinfónica de Navarra. Director de escena: Pat rick Mailler. Director musical: Miguel Angel Gómez Martínez. Fecha: 6 de octubre de 2011. Público: Casi lleno.
una melodía vale más que mil músicas. Bellini y Donizetti lo saben. Y reinan en el bel-cantismo. Bel canto no es sinónimo de ópera -aunque algunos confundan los términos-. Las del bel canto son técnicas y maneras que corresponden a una determinada época del romanticismo operístico. Es la melodía ornamentada, con una armonía sencilla -a veces francamente simple-, sin nada que pueda turbar el discurso musical. Con esta ingenuidad de la época debemos acercarnos a esta Sonámbula que ha abierto la temporada del Baluarte. Una Sonámbula muy bien encajada vocal y teatralmente en Sabina Puértolas; con una puesta en escena elegante y luminosa, una dirección de actores algo mejorable; de rico vestuario; algodonosa e intemporal -como corresponde a los sueños-, solventada con mejor o peor fortuna por el resto del reparto, con una dirección musical bien cuadrada por el titular, unos conjuntos -coral y orquestal- impecables, y un segundo acto soberbio -con sorpresa escénica incluida- que llenó de emoción la sala.
Sabina Puértolas compone un personaje bien diferenciado en sus dos caras, despierta y sonámbula, ganando -quizá por la calidad de las arias- en este último estado. Sabina ofrece, desde el primer momento, seguridad vocal, un timbre diáfano y puro que le va al carácter de su rol, y, unos registros variados dentro de la homogeneidad de color. La soprano brindó magníficos filados, ataques en piano que se abren, fortaleza vocal en los fuertes, y una austeridad en el adorno que, a mí, personalmente, me gustó. Me aburre el abuso de coloratura. Richard Bonynge solía gastarle bromas a su mujer -la gran Joan Sutherland- para que le indicara con un gesto cuándo iba a caer del último agudo para dar la entrada a la orquesta. Aquí todo fue fluido y consecuente, sin perderse la línea melódica. Me imagino que habrá tenido mucho que ver el siempre fiel a la partitura M.A. Gómez Martínez. La Sabina sonámbula logró un estado ingrávido y sereno -sobre todo en la última aria- que arrastró al público a su sueño.
José Luis Sola encaja -en voz y figura- en el papel de Elvino. Fusiona bien con su partenaire la soprano. Pero no lució tantos registros vocales. Instalado en ese sonido brillante, que se expande en un agudo timbrado y bien colocado -me gustó sobre todo en el segundo acto-, hubiera preferido, sin embargo, más matices en su canto: el comienzo más piano en la primera aria, por ejemplo, o más diferenciación en el carácter cambiante del personaje (dulce enamorado, celoso, traicionado, dubitativo, arrepentido, de nuevo alegre?). Es cierto que en nada le ayudó la dirección de actores. Encorsetado en un frac ya estuviera en el bosque, o en una discusión doméstica, no se movió con la libertad de los estados de ánimo que arrastraba. Ambos -soprano y tenor- lograron dúos deliciosos, de plenitud de estilo. Salvo el tramo -a cappella- de los celos, donde la orquesta entró como guillotina.
El desagradable papel de Lisa fue bien defendido por Sandra Pastrana, con plenitud vocal, y sobrada de facultades. Felipe Bou hace un conde Rodolfo de solvencia vocal, con voz agradable, algodonosa, pero un tanto plano de matices. Y la Teresa de María José Suárez, tuvo presencia y calidad en su corta intervención.
Impecable el coro Nacional Checo. Aunque, en los corrillos del entreacto, nos preguntábamos por qué traer un coro tan lejano en tiempo de crisis, lo cierto es que dieron una lección de canto; sobre todo en los concertantes, muy cubiertos, pero respetuosos con los solistas. Muy bien los acentos y los staccatos. Gómez Martínez mantuvo una concertación impecable durante toda la velada. Nada se le escapó. Respetó y acompañó con mimo a los cantantes. Eligió un tempo reposado (quizá un poco lento en algunos tramos), seguramente consensuado con los solistas, e hizo que la orquesta -ya sabemos que no hay gran compromiso de conjunto- se luciera en sus solistas (trampa, flauta?), y precisamente en eso, en su comedimiento. El público, frío en el primer acto, se redimió al terminar la sesión. Con bravos para todos.
Mi felicitación al responsable de los efectos de luz.