P intar es, para José Ignacio Agorreta (Pamplona, 1963) desde que era un niño, su manera de estar en el mundo. También de niño se colaba ya en casas y fábricas abandonadas y merodeaba por los restos que le hablaban de las vidas que allí habían latido.

No sabía entonces que esas aventuras en terrenos deshabitados, y sobre todo, la emoción que sentía ante esos vestigios del pasado, presagiaban su futuro como artista.

Fotografías intervenidas con pintura

En esa emoción sigue haciendo latir el pulso del pintor, con la novedad reciente de la incorporación a su trabajo de la fotografía –que en sus manos también se vuelve pintura–. Lo descubrirá quien visite la exposición que habita hasta el 31 de mayo la Galería Ormolú de Paulino Caballero, Lo que quedó, donde Agorreta presenta al público una selección de su trabajo de los dos últimos años.

La fotografía, con la que lleva ya cerca de 6 años, una línea de trabajo de la que presentó un pequeño adelanto en la exposición que compartió con la fotógrafa Mar Mateo en 2022 en La Fábrica de Gomas, cobra ahora un mayor protagonismo. Hay en la exposición 8 fotografías –óleo sobre fotografías–, unas obras que surgen del deseo del artista de explorar con este medio sobre el que empezó a intervenir “un poco por casualidad” y al que vuelve “cada equis tiempo, a veces llevado por la intención de descansar del trabajo exclusivamente pictórico y ponerme a hacer un trabajo muy diferente y muy agradecido que cada vez estoy cogiendo con más ganas”, reconoce.

Un edificio de Bilbao

La mayor parte de las pinturas que José Ignacio Agorreta comparte con el público en Ormolú componen una serie monográfica, podría decirse, porque provienen todas de un mismo edificio de Bilbao que cautivó la mirada nostálgica del artista.

“Me llamó un día un conocido arquitecto de Bilbao y me dijo que había por ahí un edificio que podía interesarme. Me envió fotografías y decidí ir para allá. Y fue llegar y descubrir que había material interesante”. Se activó un proceso de trabajo que ya es una constante en el trabajo del artista pamplonés, pero esta vez con “un planteamiento estético en cuanto a composición un poco diferente”, cuenta el autor, aludiendo a que las imágenes del interior de aquel edificio le han provocado “distintas reacciones”.

Por un lado, sigue esa sensación o ese sentimiento de soledad que sugiere el abandono, y que Agorreta siempre ha encontrado en “ese elemento que alguien ha dejado en la casa, por ejemplo encima de la mesa de la cocina, como una sartén, y que te habla de la biografía, de las personas que han habitado en otro tiempo ese espacio”.

La vida que habitó, en objetos ahora en desuso. Iban Aguinaga

“Cuando pinto hago un viaje emocional, y espero que haga otro viaje quien contempla mi pintura”

José Ignacio Agorreta - Pintor

Sin embargo, en este edificio “sus dueños ya habían hecho el trabajo previo de amontonar las cosas, y esos conjuntos de elementos, esos cúmulos de restos de objetos me han llevado a otros lugares”, cuenta.

Aunque el pintor sigue dedicando algunos de sus lienzos a “esos elementos” que dejan un poso en su mirada y en su emoción y a los que da aquí un protagonismo individual: enchufes, un tendedero, un pomo, el tirador de una cortina, una percha, un frigorífico... Objetos que el artista nos coloca delante e inevitablemente activan nuestra percepción, nuestros recuerdos, nos sumergen en la memoria –a cada cual la suya–, invitándonos a volcar nuevos significados sobre unos cuadros que surgen de una emoción para despertar nuevas emociones.

Tuberías de Burdeos

Las pinturas que ha alumbrado del edificio de Bilbao se enriquecen en Ormolú con una serie de 6 pinturas dedicadas a tuberías de Burdeos. “Trabajo con una galería de allá y me toca mucho ir, y en su momento me fijé en las tuberías de todo el casco antiguo de Burdeos, tienen una presencia que me gusta muchísimo”, cuenta el artista.

Lleva ya varios años fotografiando esas cañerías que a ojos de muchas personas pasarían desapercibidas, y le pareció que “era el momento de hacer una serie” sobre este elemento aparentemente poco o nada estético, pero que al pintor le evoca.

“Además hay una cosa curiosa de la que me he dado cuenta después de haber hecho estas obras, y es que he recordado que en mi primera exposición en Pamplona, en mi primera exposición en mi vida, en el año 1991, ya pinté una tubería de la calle Campana. Y ahora, después de tantos años, vuelvo al mismo elemento, aunque con un tratamiento muy diferente”, reflexiona.

Su paleta de color sigue sustentándose en tres tonos clave: tierra siena, gris payne y blanco, en los que sigue encontrando el terreno “ideal para poder desarrollar la poética” de su pintura, y de los que saca esos magmas con los que crea sus particulares atmósferas a base de capas y huellas de capas que crea con pintura y papeles de periódico que aplica, arranca, vuelve a aplicar y a arrancar.

“Llevo ya muchos años con esta paleta, a la que a veces añado pequeños toques de algún otro color, como el rojo en uno de estos últimos cuadros, pero siempre son muy muy contenidos, muy tenues”, dice mientras recorre con la mirada su exposición, en la que predomina un tono general de calidez que, dice, no es intencionado.

Interior del edificio de Bilbao que ha motivado nuevas pinturas. Iban Aguinaga

"Crear es para mí una necesidad personal"

Si hay alguna intención en la pintura de Agorreta, esa es generar una obra que “mientras la esté haciendo me siga emocionando o me siga recordando la emoción que sentí cuando estuve en aquel sitio, ante aquellos objetos”. Y la intención se completa una vez que ese cuadro, ya expuesto, despierta una emoción en quien se toma el tiempo de contemplarlo.

Consciente de que “cada vez es más difícil conseguir que vaya público a una exposición”, cuando se cierra ese círculo es el mejor regalo para el artista. “A veces logras esa conexión, con según qué público, no con todos, claro. Y por lo que me cuentan, las emociones que experimentan ante estas pinturas no tienen nada que ver con la experiencia de pasar rápidamente de una imagen de un lugar o un objeto real a otra en el móvil”, dice Agorreta aludiendo a esa cultura de la inmediatez en la que estamos inmersos.

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“El arte en vivo es otra cosa, y mi pintura responde a algo muy emocional. Es un viaje emocional para mí cuando la creo y espero que sea un viaje emocional para cada espectador. Y ese viaje depende de la propia biografía de quien mira la obra, ahí está la riqueza, que un mismo cuadro puede llevar a lugares, tiempos y recuerdos muy diferentes, y todos igual de válidos”, concluye Agorreta, para quien crear es “una necesidad personal”.

“Voy al estudio y me pongo a hacer cosas y ya me dan igual todos los agentes exteriores que haya, me da igual el mercado, la dificultad y las exposiciones. Tú creas y y punto, ya está. Y así supongo que seguirá siendo”, dice.