pamplona. Reconoce que vivimos tiempos "extraños", y de ahí que su literatura se considere una rara avis. Refleja la confusión en la que nos movemos, y escucha el dolor de la gente pero para curarlo con dosis de alegría, euforia y optimismo. Humor e ironía a raudales se encontrará el lector en la última obra de Manuel Vilas, Los inmortales, donde situaciones surrealistas sirven para hacer críticas certeras a la realidad.
¿Se reconoce en esa descripción que hacen de usted como "el escritor más peligroso que hay ahora en España"?
(Ríe). Eso es una frase publicitaria que escribió Javier Calvo en un artículo de Quimera, y lo que quiere decir es que quien se acerque a mi libro se va a encontrar una obra poco convencional, muy libre, muy punki en alguna medida, y muy irreverente.
Todo lo que no es la sociedad...
La española. Porque España es un país que está muy encorsetado. Innecesariamente encorsetado, porque se puede ser pobre y estar alegre. El añadido de la tristeza es innecesario. La crisis de hoy es económica, pero no tiene por qué ser espiritual. Y la insistencia en que sea también espiritual es un hallazgo del postcapitalismo. Es decir, pobres y tristes también. Por eso, mi literatura apuesta por la alegría y la euforia.
Volviendo al adjetivo del principio, ¿hasta qué punto cree que es hoy peligroso pensar, reflexionar, cuestionarse las cosas?
Es necesario. Y la literatura es el sitio donde podemos ser libres, poner en cuestión todo tipo de autoridad y criticar todo lo que nos apetezca. Es el máximo espacio de libertad.
La sociedad nos empuja a entrar en una rueda y no parar. ¿Considera que eso es vivir?
No. Eso no es vivir, eso es producir. Precisamente, la literatura y otros espacios culturales están ahí para que la gente se dé cuenta de las alienaciones. Seguimos siendo seres alienados. Y la literatura es un espacio para la no-alienación.
En 'Los inmortales', Ponti (la parodia que hace de Juan Pablo II), está fascinado por el consumismo. Una alienación de nuestro tiempo...
Sí, pero ojo con el consumismo, porque también tiene otra parte, que es la fascinación ante lo material, y yo eso lo respeto. Las conquistas y los avances materiales son humanos y un grado de civilización. Es muy complejo criticar al postcapitalismo, porque tiene cosas buenas. El no a todo es un error, no dice nada.
Aludiendo al título de su libro, ¿la literatura aspira hoy a la inmortalidad?
No como antes. Este es el cambio de que ha habido: la inmortalidad del siglo XIX era la posteridad de la obra, mientras que ahora el escritor lo que quiere es ser inmortal él, no su obra. Su obra le da igual (risas). Ahora el éxito es el todo. La posteridad como utopía artística ya no existe. La gente lo que quiere es vivir amparada por el éxito.
Paradójicamente, muchos artistas que hoy se consideran imperecederos no buscaban eso.
Sí, Kafka por ejemplo lo único que buscaba era desarrollar su mundo interior. Hay escritores que han escrito por una necesidad existencial ajena a la lectura y al mundo social de la literatura, como Kafka. Pero son pocos.
Dice que la crisis en la que estamos no tiene por qué ser espiritual, pero si cada vez nos alejamos más de la cultura, como ocurre...
Claro. La crisis económica no tiene por qué llevar aparejada la conversión de España en un país de tontos. Y el pensar que esta crisis tiene que redundar en faltas de inversión en cultura, me parece atroz. Yo prefiero tener un coche más viejo pero que no me quiten los libros ni la música. A la cultura hay que tenerle más respeto, porque es barata y nos viene bien a todos. ¿Para qué queremos un estado material si no lo convertimos en un estado cultural?
En su último libro se imagina la humanidad en el año 22011, e ironiza con que en ese futuro nadie sabrá quiénes fueron Hitler ni Stalin, ¿por qué?
Me gusta pensar en la Historia como un objeto móvil. La ciencia, de hecho, ya ha demostrado que el tiempo es relativo. Y la Historia también es relativa, cada 40 o 50 años los historiadores reinterpretan la Historia. La visión que tenemos hoy del franquismo hace 50 años era imposible. Y una película como Malditos Bastardos, de Tarantino, también es una reinterpretación de la Segunda Guerra Mundial... El pasado es móvil, se reinterpreta. Entonces, cabe todavía intensificar más esa movilidad del pasado, hasta el punto de llegar a pensar que en el año 22011 nadie sabe quienes fueron Stalin y Hitler. Y es terrible, que haya sociedades que puedan llegar a olvidar el mal absoluto, el crimen de Estado.
Entonces, ¿es optimista respecto al futuro?
Soy ambiguo. Y ahora me has llevado al terreno de la novela. La ambigüedad, que es algo muy cervantino. La duda sobre lo real. Lo que a Don Quijote le parecen gigantes, a Sancho molinos, y a otro le parecerían otra cosa... Pero cualquier sociedad que acepta la ambigüedad está protegida contra la tiranía. La tiranía es o blanco o negro, y todos sabemos que hay cincuenta mil grises. Por eso mis novelas son ambiguas.