EL MONTAPLATOS
Autor: Harold Pinter. Compañía: Animalario. Dirección: Andrés Lima. Intérpretes: Alberto San Juan y Guillermo Toledo. Lugar y fecha: Teatro Gayarre. 31/03/2012. Público: lleno.
MIENTRAS veía esta versión de El montaplatos, el último montaje de Animalario, me pasé media función pensando a qué o a quién me recordaba esa dicción tan peculiar con la que Alberto San Juan y Guillermo Toledo encarnan a los personajes de Pinter. Es un modo de hablar entre descuidado y apresurado, cortando las frases y repitiendo parte de ellas, además de vocalizando un cincuenta por ciento de las letras, aproximadamente. Acabo de caer: es clavadito al tono que emplean Faemino y Cansado en algunos de sus gags. Puede parecer que lo digo solo por parecer ocurrente, y vale, tal vez un poco sí, pero de verdad que no me parece fuera de lugar la comparación. Animalario ha subvertido el modo digamos ortodoxo de representar esta historia de dos asesinos a sueldo que aguardan en un sótano a que llegue la víctima que van a enviarles para darle matarile. Lo habitual, lo obligado casi, es representarla con seriedad, marcando bien unos parlamentos misteriosamente siniestros, cuando no claramente amenazadores, espaciados por inquietantes silencios.
Animalario, bajo la dirección de Andrés Lima, le da la vuelta a este canon, estirando hasta la hora y media un texto que, en condiciones normales, daría para una horita. Lo recarga de verbosidad redundante, y, sobre todo, hace que Gus y Ben, los dos matones, por su modo de hablar y de moverse, más que tipos duros, parezcan dos hampones de comedia; más cerca de Mortadelo y Filemón que de los personajes de Reservoir dogs, por ejemplo. Parece que lo digo como demérito del montaje, y el caso es que no, que considero que este modo de verlo resulta perfectamente defendible. Hay algo, o bastante, de humorístico, aunque sea de humor negro, en los personajes de El montaplatos, que esperan un mensaje lúgubre y lo único que reciben durante un buen rato son absurdos encargos gastronómicos de una extravagancia creciente. Animalario lo que ha hecho es llevar esa comicidad a un primer plano. Algo que, paradójicamente, aumenta la carga trágica de la obra. Las lecturas de El montaplatos son abiertas, pero hay una cosa que su director tiene clara: Gus y Ben "somos nosotros", y describe su drama con una frase de Ionesco, "la vida del hombre es absurda, su tragedia ridícula". Vemos a estos dos sicarios de pacotilla, nos reímos de ellos, o con ellos, y, en realidad, nos reímos de nuestra propia tragedia. Encima de cornudos, (auto)apaleados.
Gus y Ben son cómicos, desde luego. Pero también son trágicos. Y San Juan y Toledo demuestran su extraordinaria capacidad interpretativa definiendo a voluntad en qué registro quieren que nos situemos. Algo nada sencillo: la risa es difícil de aislar una vez que se introduce en la ecuación. La compañía manifiesta con claridad la ambivalencia de su puesta en escena al definirla como "pesadilla cómica". Efectivamente, son evidentes los elementos que aproximan la acción hacia un lugar terrible y fantasmagórico, como ese suelo y esas paredes recubiertos de plástico negro, como si toda la habitación fuera una gigantesca bolsa para cadáveres. Amén del ominoso sonido del montaplatos, coprotagonista oculto de la función, pero cuya presencia es imposible obviar. Tampoco en la vida real. Está por doquier. Identifíquenlo.