Fecha: sábado 2 de junio. Lugar: El Bafle, Iruñea. Intérpretes: Los Deltonos, formación integrada por Hendrik Roever, a las guitarras y a la voz; Fernando Macaya a la guitarra; Pablo Z, al bajo; e Iñaki García, a la batería. Como teloneros abrieron cartel La banda del jefe Bigun. Incidencias: presentación de La caja de los truenos, 7º trabajo del grupo. Hora y veinte minutos de duración. Asistencia discreta.

CAPITANEADOS por el incombustible, inasequible al desaliento y enfermo Hendrik Roever, Los Deltonos actuaron en El Bafle el primer sábado de junio, validando aseveraciones tan certeras y arraigadas en el acervo popular como esas que hacen ver que "cuanto más viejos, más añejos", o que "el que tuvo, retuvo". Manteniendo el tipo y el tono artístico que les caracteriza desde siempre; desde que conocieran la popularidad a finales de los años ochenta. En resumidas cuentas, protagonizando un genuino y exquisito concierto.

La noche comenzó a coger tono de manos de La banda del jefe Bigun, talludita formación de Sakana que dejó constancia del rock & roll por ellos mamado en los últimos treinta años (o más) mediante la selección de versiones ofrecida: banda sonora más que apropiada para caldear con fundamento el sábado en la noche, ese día que, tal y como cantaron -y tuvieron a bien hacer-, se hizo para rocanrolear. Y a continuación, tras tan animado entremés, el llamado a ser el plato principal: Los Deltonos, formación cántabra con casi treinta años de historia a sus espaldas y marcado predicamento en la Iruñea de los primeros años noventa, tiempos en los que el otrora "grupo intelectualmente violento" -según sentencia de un juez de la época-, visitó la ciudad en numerosas ocasiones, a la vista de cómo gustaban sus trabajos: discos como Tres hombres enfermos, Bien, mejor o Ríen mejor.

La presente visita, primera desde que tocaran por última vez en la vieja Artsaia en 2003, comenzó con un repaso de Buenos tiempos, su sexto CD, recuperando para abrir boca, gusto, electricidad y elegancia a partes iguales, temas del mismo como Repartiendo, Yo puedo sacarte de aquí o Revolución, ofrecido tras brindar El espíritu de la montaña, primero de los de estreno en sonar. Recreándose gustosamente con el beneplácito de la banda Hendrik a las seis cuerdas, disfrutando los dos guitarristas de sus monturas con forma de guitarras; a lomos del mejor rock & roll con la marca de la banda por bandera y sin prisa alguna por dar por concluidas las interpretaciones (además, a estas alturas de carrera, ¿prisas? ¿para qué?), pronto encontraron su espacio temas nuevos y legendarios como El sector de los milagros y Gasoil y chocolatinas, qué declaración de principios, o Nadie me conoce y Elvis -respectivamente, entre otros-, de sonoridad más o menos renovada o adaptada a los nuevos tiempos que parecen correr para la banda: manifestándose la particular concepción del rythm & blues que siempre les caracterizó claramente acentuada por un profundo regusto a rock americano; a rock sureño con claros flirteos hacia ramificaciones como el country, ganando de este modo muchos enteros los temas ofrecidos; hablando de los mismos, brillando con luz -y sonoridad característica- propia, como no podía ser de otra manera, su tarjeta de presentación por excelencia. La primera canción que grabaron, (Soy un) hombre enfermo, reservada para el final.

Echando la vista atrás por el retrovisor y, cual buenos conductores, mirando a un tiempo hacia delante, Los Deltonos colorearon con su mejor concepción del rock & roll la noche pamplonesa, haciendo las delicias del puñado de incondicionales que se dio cita en el animoso local de Donibane. Como siempre que hemos tenido la suerte de verlos, más allá de que la veteranía sea un grado, un placer.