50 años sin Garcilaso y Agerre
fallecidos el mismo día de 1962, los dos periodistas fueron la cara y la cruz de la historia navarra del siglo xx
Comienza entonces un siniestro pulso entre Kennedy y Kruschev, continuación del fallido intento que meses antes habían ensayado los estadounidenses con la invasión de Bahía de Cochinos. The New York Times llegó a titular esto: Kennedy, preparado para una confrontación con los soviéticos. En pocos días, el presidente de EEUU ordena el bloqueo de Cuba para impedir que más barcos soviéticos puedan desembarcar en Cuba. Kruschev advierte de que responderá a cualquier agresión.
Finalmente, el 26 de octubre, el líder soviético ofrece retirar los misiles cubanos si EEUU se compromete a no invadir Cuba y a replegar sus misiles ubicados en Turquía. A pesar de que otro avión U2 es derribado en cielo cubano, la crisis se resuelve el día 29 en los términos ofertados por Kruschev. El mundo respira aliviado. La guerra nuclear tendrá que esperar. El fin del mundo, también. En aquellas fechas, todos los periódicos del mundo abrían sus portadas con la crónica diaria de la que ha pasado a la historia como "la crisis de los misiles cubanos". No es para menos. Pudieron ser los últimos días de la humanidad sobre la faz de la Tierra.
¿Todos los periódicos? No, todos no. Al menos un periódico dedicó enteramente su portada, durante varios días consecutivos, al fallecimiento por muerte natural de un periodista madrileño de 78 años, enfermo desde hace varios meses… Es decir, un hecho relativamente poco noticioso al lado de unos sucesos que situaban a la humanidad al borde mismo de su extinción. Pues bien, las portadas de Diario de Navarra durante aquella crisis de los misiles cubanos estuvieron dedicadas casi por entero durante muchos días a la muerte de su director, Raimundo García García, más conocido desde principios del siglo XX como Garcilaso, uno de los varios seudónimos que utilizó durante su prolongadísima trayectoria profesional. Ha transcurrido ya medio siglo, y cada día que pasa crece el asombro de quien accede a la hemeroteca y comprueba la enorme trascendencia otorgada a la muerte de Garcilaso, al menos en Navarra.
El fenómeno aún es más chocante por comparación. Aquel 19 de octubre de 1962, mientras Kennedy y Kruschev decidían si desataban o no el holocausto nuclear, casi a la misma hora de la tarde, también en Pamplona y apenas a un par de calles de distancia del lecho donde agonizaba Garcilaso, otro periodista de su generación moría de un infarto en un piso de la calle Estafeta. En los días siguientes, ningún periódico navarro le dedicó ni una línea: era José Agerre Santesteban, de 72 años. Garcilaso tuvo funerales oficiales en la catedral, se declaró luto con banderas a media asta en la Diputación y la Caja de Ahorros de Navarra, Franco y Juan de Borbón enviaron sus pésames… Al entierro de Agerre en Aoiz acudieron solamente sus amigos, estrechamente vigilados por la Guardia Civil en un acto que resultó semiclandestino. Y todo eso, partiendo de dos muertes que sucedieron el mismo día, prácticamente a la misma hora, casi en el mismo sitio… Fueron dos periodistas, pero no solo eso. Durante la II República, coincidieron durante varios años como directores de los dos principales periódicos navarros: Garcilaso al frente de Diario de Navarra, y José Agerre a los mandos de La Voz de Navarra. Ambas redacciones se ubicaban casi puerta con puerta en la calle Zapatería de Pamplona.
Pero no acaban ahí las similitudes entre ambos personajes. Ambos procedían de familias modestas y de raíces carlistas, aunque Garcilaso nació y se crió en Madrid hasta los 18 años, mientras que Agerre era irunsheme del Casco Viejo pamplonés. Los dos profesaron una fe católica sólida y rotunda, ninguno pudo estudiar en la universidad, pero fueron autodidactas y depositarios de una vastísima cultura. Durante toda su vida mantuvieron unas ideas conservadoras en lo social -ambos eran hombres de orden, como se solía decir en la época-, e incluso fueron compañeros de redacción, Garcilaso como director y Agerre como responsable de su página semanal de euskera, entre 1915 y 1919.
Ambos fueron patriotas irredentos, pero cada uno de su patria, para Garcilaso España y para Agerre, Euskadi. Y ahí empiezan las diferencias que conducen al cénit de su historia compartida pero divergente, al desenlace supremo de dos biografías que, puestas una frente a otra, constituyen un haz y un envés, la cara y la cruz que separa a vencedores y vencidos. La imagen que sella de forma invencible esa separación dramática de sus destinos personales es la suma de dos sucesos casi simultáneos. Si el 19 de julio de 1936, Garcilaso paseaba del brazo del general Mola por las calles de una Pamplona en estado de guerra -que ellos mismos habían proclamado contra la República-, a las pocas horas los falangistas, obedeciendo esa orden militar, irrumpieron en La Voz de Navarra, detuvieron a Agerre y le golpearon con saña antes de encerrarlo con la intención más que probable de asesinarlo. Garcilaso, a plena luz del día, encarnaba esa imagen luminosa del periodista victorioso junto a los futuros vencedores de la Guerra Civil, lado que ya no abandonaría hasta su muerte. Agerre, por el contrario, confinado en los sótanos del Gobierno Civil, se vio condenado al papel oscuro de proscrito y perseguido político, también ya de por vida.
Sus trayectorias paralelas atravesaron la historia de Navarra de la primera mitad del siglo XX. Sus diferentes posturas en los sucesivos conflictos políticos de aquella época convulsa fueron definiendo dos biografías cada vez más divergentes, hasta conformar dos figuras enfrentadas, dos pequeños gigantes periodísticos que dirimían sus querellas políticas a escasos metros de distancia, uno en cada acera de la calle Zapatería, pero separados por un foso ideológico cada vez más profundo y también más y más peligroso, sobre todo para Agerre.
No obstante, fueron sus grandes diferencias las que ganaron la partida. La más visible estriba, sin duda, en sus nacionalismos enfrentados: el español de Garcilaso y el vasco de Agerre. Podría decirse hoy que los dos se reivindicaron navarristas, pero uno para poner a Navarra al servicio de Madrid como baluarte de "los valores cristianos y antimarxistas de Occidente frente a la barbarie roja y el bizcaitarrismo separatista", y el otro para liberar a Navarra del "yugo español vigente desde la conquista por parte de Fernando el Falsario", y siempre para participar en la construcción de "Euzkadi" con el resto de territorios vascos.
Sin embargo, la diferencia más esencial entre ambos no es su opción nacional, sino los métodos para imponer políticamente sus respectivas ideas. Agerre fue desarrollando con los años una profunda convicción democrática y republicana, aunque siempre desde el confesionalismo cristiano, y cada vez se alejó más de cualquier solución autoritaria. Fue un periodista y un político abierto al debate, con dotes para el discurso y el magisterio, de verbo fácil aunque barroco y rebuscado, algo pedante, sin duda. En cambio, Garcilaso era refractario a hablar en público, y fue escorándose cada vez más hacia el autoritarismo, las soluciones militares (apoyó sin ambages las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco), las opciones represivas contra los obreros y un fascismo que derivó en filonazismo durante la II Guerra Mundial: basta con leer sus elogios a Hitler, incluso después del suicidio del Führer.
En fin, al cumplirse medio siglo de ambas muertes, no es tan difícil advertir la herencia desigual y la influencia tan dispar que estos dos personajes han tenido en la conformación de la Navarra que hoy conocemos. Agerre y Garcilaso: víctima y verdugo del golpismo navarro.
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