La quema de Ainhize-Monjolose
Ainhize-Monjolose es un pueblecito situado en el centro geográfico de la Baja Navarra. Hoy en día su población oficial, muy mermada por el éxodo rural, es de 164 habitantes, y su máximo poblacional se produjo hace ya mucho tiempo, en 1841, cuando se alcanzaron nada menos que 549 vecinos. Observando este inmaculado pueblecito de Ultrapuertos con ojos críticos, enseguida se apercibe uno de que ni su blanca iglesia ni sus casas tienen una antigüedad considerable, toda vez que la localidad ardió por los cuatro costados en el amanecer del 19 de octubre de 1512. Las enciclopedias nos dicen hoy que Ainhize-Monjolose (Mongelos en la documentación de la época), es un municipio francés, situado en la región francesa de Aquitania y en el francés departamento de los Pirineos Atlánticos. En octubre de 1512, sin embargo, los habitantes de Ainhize-Monjolose no eran ni se sentían otra cosa que navarros cuando, poco antes del amanecer, los soldados del duque de Alba entraron en sus casas armados con antorchas y con las peores intenciones.
Por aquellos días, la suerte de los acontecimientos de la conquista pasaba por un momento de incertidumbre. Las tropas del duque de Alba habían entrado en la Baja Navarra con la intención de conquistar la totalidad del territorio navarro a ambos lados del Pirineo, pero las cosas no marchaban como ellos habían esperado. El rey de Navarra había emprendido un decidido contraataque, penetrando con sus tropas en los valles de Roncal y Salazar, y el propio Juan III se encontraba ya en Ochagavía, mientras que sus aliados franceses se acercaban peligrosamente a Donibane-Garazi, con evidente riesgo de copar a los invasores muy lejos de sus bases de aprovisionamiento. Fue en estas circunstancias cuando el duque de Alba decidió ordenar la retirada de su ejército hacia Pamplona, abandonando la merindad de Ultrapuertos, no sin antes dictaminar la destrucción de la localidad de Ainhize-Monjolose. Después de expulsar a los lugareños con lo puesto, las casas de Monjolose fueron incendiadas. El cronista Luis de Correa, soldado español al servicio del duque de Alba y testigo ocular del incendio, escribiría posteriormente que las tropas españolas, asentadas en los alrededores del pueblo bajonavarro, contemplaron impasibles la total destrucción de la localidad, afirmando, de forma literal, que "era cosa maravillosa el ruido del fuego y de las casas que se caían...".