La exuberancia y la vitalidad del Barroco, en el Guggenheim Bilbao
obras del siglo XVII dialogan con piezas contemporáneas Creaciones de Zurbarán o Ribera colisionan con otras de Cindy Sherman, Maurizio Cattelan o Robert Crumb
bilbao. El aspecto mundano, la cotidianeidad, el carácter efímero de la vida y la vulgarización de lo religioso son características del estilo Barroco que han servido como punto de partida de la exposición en la que el Museo Guggenheim de Bilbao pone en relación la exuberancia de obras del siglo XVII con piezas contemporáneas.
La obra La carnicería, pintada por Pieter Aertsen en 1551, contiene todos estos aspectos y fue la que dio la idea a la comisaria Bice Curiger para organizar Barroco exuberante, una exposición en la que el tema latente es la vitalidad, ya que en ella se recurre a una mirada viva para observar los impulsos del arte contemporáneo y, a la vez, redescubrir las obras del Barroco con otros ojos.
Organizada en colaboración con la Kunsthaus Zürich, donde se vio con anterioridad, la muestra acoge un centenar de piezas y ocupa la tercera planta del museo, cuyas paredes se han vestido de tela de yute para mostrar las obras barrocas. La viveza de este material y sus imperfecciones dan otro carácter y vitalidad a las obras del XVII. Aunque las hay, la intención de la comisaria no ha sido plantear una sucesión de obras maestras, "sino acercar un arte del que nos separan varios siglos al terreno común de lo comprensible, al mundo de las vivencias". En su selección de piezas, procedentes de museos y colecciones públicas y privadas de diferentes países, se ha propuesto además desligar el concepto barroco de la habitual tendencia a la clasificación estilística, distanciándose de los clichés de ostentación, rica decoración y oropeles. Frente a ello, apuesta por la manifestación de una "vitalidad precaria".
Aunque lo que se presentan son dos realidades distintas, ambas son afines "colisionan una con otra, se inspiran y alimentan mutuamente y rompen la linealidad propia de las técnicas narrativas convencionales", creando una exposición con mucho movimiento. Bice Curiger ha dividido los espacios en torno a diferentes aspectos que caracterizan el Barroco. Así, el recorrido comienza con obras agrupadas en torno a lo bucólico y lo cómico, con piezas que traen lo cotidiano a primer plano. Esto ocurre en las grandes imágenes que tomó Juergen Teller a dos amigas suyas, una de ellas Charlotte Rampling, de noche paseando desnudas por el Louvre y posando ante la Mona Lisa o el Hermafrodita Borghese. "Las dos mujeres dotan al museo de vitalidad, mientras que La Gioconda permanece encerrada", en opinión de Lucía Aguirre, subdirectora del departamento curatorial del museo, quien destacó que muchas de las obras pertenecen a colecciones privadas y no se suelen mostrar.
Frente a las imágenes de Teller, la vitalidad campesina de las pinturas de Adriaen Brouwer (1605-1638) o Jan Miense Molenaer (1610-1668). Esta realidad en lo contemporáneo se puede contemplar en la serie Té, Café Capuchino que Boris Mikhailov tomó en áreas marginales de la sociedad postsoviética. Con humor e ironía, muy presentes en la exposición, la comisaria ha establecido una relación entre la obra Bodegón con cerdo de José de Ribera (1591-1652) y la Cerda de Paul McCarthy (1945). Mitología y exaltación de la virilidad masculina y Lo burlesco y lo grotesco son otros apartados de la muestra, en la que también tiene hueco la animación de figuras de plastilina de Nathalie Djurberg y e instalaciones como una gran cama destrozada de Urs Fischer, en torno a la cual se plantean muchas preguntas.
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