XII Festival de MendigorríA

Interpretes: Ilaria Iaquinta, soprano. Giacomo Serra, piano. Programa: Schubert, canciones (“Die Forelle”, “Erlkonenig”, “Mignon”, “Ganymed”, “Auf der Bruck”). Impromtu op.142. Canciones napolitanas de Donizzetti, Bononcini, Liszt, Costa, Tosti, y de compositor anónimo. Lugar: Casa del Vínculo de Puente La Reina. Fecha: 7 de agosto de 2015.

El dúo canto-piano italiano tardó un poco en hacerse a la acústica de la pequeña sala, con un Schubert, que ocupaba la primera parte, un tanto abrumador -casi aturdidor- para el oyente; se enmendó, en la segunda, con las canciones napolitanas; y nos descubrió -en las propinas- un Offenbach, absolutamente delicioso. Si la soprano se atiene al francés y a Nápoles, se hunde la sala de aplausos.

Efectivamente, el sobrecogedor Schubert del Lied, comprometido para los intérpretes, delicado de matiz en cada palabra, de profundo sentimiento en la intención, se nos perdió un poco en el excesivo volumen de voz y acompañamiento; ambos en un diálogo que, dada la cercanía entre intérpretes y oyentes, podía haberse solucionado en la media voz, como tope de volumen, y en el susurro de los matices en piano. Incluso la soprano, algunos agudos en matiz fuerte, los solucionó con algo de vibrato; y el pianista, con tremebundos golpes de piano. No obstante, sí que supieron sacar el dramatismo de algunas canciones, y desde luego, “La trucha”, sigue siendo una maravilla.

Cambió radicalmente el recital en la segunda parte. Con la tapa cerrada del piano, y tomado el pulso a la sala, Ilaria Iaquinta fue maestra de “rubato” (o sea, de control muy personal de la duración de algunos compases) en las canciones napolitanas. Luce, para este repertorio una excelente calidad, color y carnalidad en la zona media, lo cual es fundamental para unas canciones que se mueven en esa tesitura. Son canciones cercanas, agradables, que cuentan lances amorosos llenos de gracia, a menudo bailables, y que la soprano borda en música e intención. Su timbre de soprano tiene unos bellos tintes oscuros, lo que le permite esos claroscuros luminosos del bello centro y los agudos bien solucionados.

El pianista acompañó muy bien a la cantante, porque le dejó cantar, ir y venir por un fraseo de narración muy libre. Y, con dos piezas de Schubert, para piano solo, completó ese ambiente familiar -de schubertiada- de la tarde.

La tercera parte del concierto -la de las propinas- fue un verdadero descubrimiento. Qué bien le va a esta intérprete la canción francesa, concretamente, el extravertido y burbujeante Ofrfenbach de las canciones parisinas. Fue una fiesta. Y es que la señora Iaquinta, con una pronunciación impecable, -alguna de verdadero virtuosismo- nos introdujo en ese mundo colorista y frívolo -deliciosa “La Grande Duchesse”- con una musicalidad y fraseo perfectos, y una teatralidad en su justa medida de picardía, sin sobreactuar, sin perder nunca la elegancia, uniendo la cálida belleza napolitana y la sofisticada belleza francesa.