pamplona - ¿Qué es lo que le llevó a participar en El ministro
-Cada dos años y medio o tres, me animo a subir al escenario, más que nada porque, cada vez que hago una obra, luego me tiro uno y medio de funciones entre Madrid y la gira, así que luego tengo que dejar pasar otro tanto para recuperarme físicamente (ríe). Así que, como en octubre de 2011 había estrenado La guerra de los Rose, ya en 2014 me tocaba volver. Endemol quería producir una obra escrita por uno de sus guionistas, Antonio Prieto, la leímos en la empresa, nos gustó mucho y me decidí a entrar.
¿Qué aspectos destacaría de la historia?
-El ministro me gustó mucho primero porque es una comedia y yo creo mucho en la comedia por razones comerciales, pero también por motivos intelectuales. Te permite hacer sátira o crítica de una manera mucho más efectiva, en el sentido de que no eres panfletario. La obra también me atrajo porque es muy actual y habla de la crisis financiera, política y de valores y de cómo los políticos son muchas veces interesados y gente sin escrúpulos. Además, el personaje del ministro me parecía muy divertido.
¿Quién es este Ramiro?
-Es un político que, como creo que hay muchos, aunque afortunadamente no todos, ambiciona poder y dinero. Dentro de su partido hace toda clase de tejemanejes intentando sustituir al presidente, al que no respeta y que, casualmente, también es el presidente del Gobierno. Juega en la sombra permanente para ocupar su lugar y, en su afán de tenerlo todo, se encapricha de la profesora de francés de sus hijos y decide echar una canita al aire, pero se mete en un follón tremendo, al encontrarse con dos ladrones que han pegado un palo en el banco que está en los bajos del edificio donde vive la chica. Ellos están huyendo de la policía y, a partir de ese momento, Ramiro también va a tener que huir para que no le pase como a Hollande, que salió de la casa de su amante y toda la prensa le pilló. En ese lío se ve la trastienda de este personaje miserable que es capaz de sacrificar a su madre si es necesario.
¿Se ha inspirado en alguien conocido para crear el personaje?
-Todo lo contrario. El director (Silvestre G) fue el primero que me dijo que no íbamos a fijarnos en ninguna persona en concreto. Primero porque seguramente todos los políticos que tenemos aquí se parecen a los que tienen en Francia, Italia, Grecia o Gran Bretaña. Por eso tratamos de buscar el arquetipo y alejarnos de nombres concretos, más que nada porque podía parecer maniqueo y oportuno.
La ambición parece no tener límites en el ser humano, ¿es uno de nuestros principales motores?
-Sin duda. En esta función, el que está dibujado como más perverso es el ministro, pero los otros tres personajes son igual de miserables, en el sentido de que cualquiera de ellos en el intento de conseguir sus objetivos lo sacrifica todo. Aquí todos practican la teoría del ‘sálvese quien pueda’, no existe la empatía ni la solidaridad, todo es egoísmo y si hay que matar, se mata. La ambición tiene siempre un lado muy positivo y a la gente le sirve para luchar por sus sueños, pero también tiene un lado negativo cuando lo único que se busca es poder y cosas materiales, porque te vuelves loco en esa carrera sin fin.¿Es Carlos Sobera ambicioso?
-En el sentido romántico y melancólico, sí. Soy un tipo que sueña no tanto con dinero y poder, sino con cosas como trabajar en lo que me gusta.
¿Y cómo es esta profesora ante la que Ramiro cae rendido?
-Sandra es, en teoría, una profesora de francés que se gana la vida correctamente y que no ha roto un plato en su vida. Pero termina siendo otro personaje igual de miserable. Se deja seducir por el ministro porque ve la oportunidad de enamorarlo, capturarlo y utilizarlo. Ella ya se ve como primera dama en el futuro gobierno y es capaz de sacrificar el amor, ya que está enamorada de uno de los ladrones, por esa vida cómoda. Y es capaz de volver a ese amor inicial de manera interesada cuando se entera de que su novio puede convertirse en millonario tras robar 2 millones de euros.
¿Y qué hace Marta Torné rodeada de tantos hombres locos?
-Pues, como buena loca que también es ella, nos va reconduciendo a todos. Es el pastor de las ovejas (ríe).
Dice Antonio Prieto que le daba un poco de reparo pasárselo tan bien con un texto que moralmente es bastante cuestionable.
-Y me parece estupendo lo que dice. El humor es una forma de crítica constructiva muy interesante. Te permite tener cierta distancia de las cosas y eso, a la vez, te permite analizar con mayor objetividad incluso las realidades que son éticamente reprobables como esta que narra la obra. En ese sentido, el humor es mucho más interesante que el drama, que siempre corre el riesgo de convertirse en maniqueísmo o en panfleto.
¿Con la risa todo es mejor?
-Sí, la risa, la ironía e incluso el sarcasmo permiten meter el dedo en la llaga en muchas ocasiones y sobre temas que, tratados de manera seria serían más problemáticos. Con humor, en cambio, puedes meter el dedo, pero bien.
A Carlos Sobera, de hecho, le identificamos más con la comedia que con el drama, ¿le gusta más o es que ha habido menos oportunidades en otros géneros?
-Me gusta más. Hice una obra dramática, aunque tenía tintes de comedia, que se llamaba Palabras encadenadas, de Jordi Galcerán, pero la verdad es que cuando decido dar el paso de volver al teatro normalmente escojo una comedia porque me encuentro mejor, me resulta más llevadera y me lo paso bien, en definitiva es puro egoísmo como actor. Pero en algún momento me sentiré inspirado y regresaré al drama.
Seguramente que para vivir la locura de la televisión diaria hará falta mucho humor.
-Hace falta humor para todo; para ir al banco a las nueve de la mañana, para operar en un hospital, para construir casas, para ser periodista como tú y para ser actor como yo. Así la vida no se hace tan cuesta arriba; hay que mirarla con optimismo y con alegría para que sea más llevadera. Nada es inevitable, salvo la muerte, y no sé si va a dejar de serlo en el siglo XXI...
¿Cómo hace para conjugar televisión, teatro, cine y otros proyectos?
-En este caso, casualmente, he grabado el talent show Esto lo hago yo y Cosmos, pero de manera muy relajada, y me ha venido muy bien, porque estuvimos tres meses en Madrid con la obra, de miércoles a domingo, y la gira también está siendo muy intensa. Porque, muchas veces, compatibilizar teatro y tele cuesta mucho. En 2011, la locura de estar haciendo Atrapa un millón, La guerra de los Rose y un programa en ETB al final me llevó al médico. Ahora prefiero tomarme las cosas con un poquito más de calma. Y tiene que ser así, nos pasamos la vida en la carretera y es duro.
Eso sí, cuando tiene la batuta y decide producir, opta por el teatro.
-El teatro como fenómeno me gusta muchísimo, probablemente es lo que más interesa porque tienes la posibilidad de hacer cosas muy distintas, atractivas, y de lanzarte directamente al contacto con el público. Para hacer cine tienes que poner de acuerdo a demasiada gente: distribuidores, televisiones, exhibidores... Y en televisión, ni te cuento. Todo el mundo opina, corrige, reflexiona... Cuando haces teatro, creas tu equipo, apuestas por una idea y es una apuesta mucho más directa al público.