pamplona - Como todo buen relato, comencemos por el principio, ¿cómo llega la historia de Caridad Mercader, y de los Mercader, a manos de Gregorio Luri?
-Bueno, el principio de este libro no es ese sino la dedicatoria: “A mi pueblo, Azagra”. En cuanto a la historia, esta comenzó sin que yo lo supiera... Fue en las Navidades del 93, cuando fui a Pamplona a pasarlas con la familia, concretamente a casa de mi hermana, en el barrio de la Milagrosa. Al llegar, mi hermana me comento que había un vecino que quería hablar conmigo. Se presentó el hombre, me dijo que había estado en Rusia, y que se llama Luis. Lo encontré un poco reticente a dar el apellido pero yo le pregunté: “Luis, ¿qué?” “Mercader”, respondió. Ya vi que no quería hablar pero, como él estaba recién llegado a Pamplona, y no conocía mucho de la ciudad, en los días siguientes le invité a ir de pinchos por la ciudad. Y así comenzó todo, pero, en aquel momento, yo no tenía previsto escribir ningún libro, simplemente se despertó una curiosidad, que después siguió con lecturas... hasta que te das cuenta de que tienes el material suficiente para ir más allá y comencé a entrevistar a personas.
Caridad Mercader fue una mujer singular, montó en avión, llegó a poner una bomba en la fábrica de los Mercader, pero también se codeó con la aristocracia, fue amazona... ¿Cuáles son para Gregorio Luri las principales claves en la vida de esta persona y personaje?
-Todas las personas humanas que son interesantes se nos escapan un poco... Solo entendemos por completo a los que son muy simples. Las personas complejas siempre tienen una parte reservada a la que resulta difícil entrar. Este libro es, evidentemente, la crónica de una familia, pero a mí me ha llevado a plantearme otra reflexión. Nuestros padres vivieron una época de una profunda fe política; ellos estaban convencidos de que el mundo se podía cambiar en cuatro días. Nosotros vivimos en una época descreída y sin fe. Por lo tanto, ¿cómo se puede comprender desde la carencia de fe aquella pasión política que tenían nuestros padres y abuelos? Para mí, esta ha sido la pregunta central. Y por eso me ha interesado, en el caso de Caridad Mercader, ir más allá de los hechos para ver qué tipo de psicología, qué tipo de persona había detrás. Para resumir, diría que Caridad responde a un tipo, nada inusual, de comunista convencida con mentalidad aristocrática. Esto puede parecer muy raro pero te aseguro que en la Internacional Comunista había bastantes personas así. Y eso le lleva a una entrega absoluta a su causa, pero siempre preservando sus medias de seda o sus zapatos de piel de serpiente; una actitud que alcanzaba también su círculo social, ya que no se relacionaba con cualquiera. A partir de ahí, aparece una persona con una gran capacidad de subyugación de la gente que está a su alrededor.
Precisamente, ¿cree que fue determinante para el asesinato de Trotski, cometido por su hijo, Ramón Mercader?
-Clarísimamente. Ella se sintió culpable siempre a la par que protagonista. En este sentido, los datos que teníamos sobre Caridad estaban escritos por enemigos suyos, enfrentados al stalinismo, que ofrecen una imagen muy distorsionada de Caridad que describe a una persona desalmada absolutamente, que entrega a su hijo a la causa y que no le importa hacer nada con tal de servir a Stalin. Pero yo creo que, aceptando que para Caridad el comunismo era la causa fundamental, hay que aceptar también que para un comunista de los años 30 la subjetividad o la familia no eran nada comparadas con la fuerza del partido; cualquier cuadro comunista sabía que las preocupaciones personales o familiares eran pequeñoburguesas, lo importante era la causa. Apuntado todo esto, ¿fueron las manos de Caridad las que mecieron la cuna, como dijeron algunos? Pues yo, con los datos que he podido conseguir, digo que no. Primero porque, cuando va a buscar a su hijo al frente de Guadarrama, lo que intenta es que, puesto que su otro hijo Pablo ha muerto en el frente, Ramón viva una situación de menos peligro, y para ello lo pone a colaborar con la inteligencia soviética en distintas operaciones contra el POUM en Catalunya. Posteriormente, la historia los llevará de tal manera que acabe siendo Ramón el que asesine a Trotski. Pero a este respecto hay que decir que el proyecto de asesinar a Trotski fue encargado al pintor Siqueiros, que debía entrar con un grupo armado a su casa y acribillarlo. Lo inconcebible es lo que pasó, que entraran, dejaran la casa como un colador... y Trotski saliera indemne. Es entonces cuando se recurre a la alternativa de los Mercader. Por eso digo que la situación es más compleja que la de una mujer despiadada que desde el primer momento educa a su hijo para ser un asesino.
Sin embargo, sí que hizo suyas, tal y como apunta en el libro, máximas como “no se puede hacer la tortilla sin romper los huevos”, referido a la utilización del terrorismo.
-Pero es que esa era la mentalidad de cualquier comunista de la tercera Internacional; eran revolucionarios profesionales. En el Partido Comunista de España hubo muchas personas colaborando en todo tipo de operaciones como, por ejemplo, los matones de Pasionaria en México. Lo que carga de dramatismo y crueldad el asesinato que perpetró Ramón es el piolet; probablemente, si hubiera utilizado la pistola que llevaba y le hubiera pegado un tiro, la imaginería hubiera sido distinta.
Saltando en el tiempo, y volviendo al origen del libro, ¿qué actitud mantenía Luis Mercader respecto al asesinato que perpetró su hermano y a la relación con su madre?
-Luis vivía en una contradicción clara. Era hermano de quien era y, como hijo de Caridad, había participado de un manera u otra en los servicios de inteligencia soviéticos. Pero llega un momento en que todas sus convicciones soviéticas se desmoronan y se viene a vivir aquí, enfrentándose incluso a sus hermanos por abandonar la patria socialista. Él viene aquí y yo recuerdo perfectamente, sobre todo a su mujer, Galina, la fascinación con la que vivían nuestra cotidianeidad. Recuerdo que me comentaba cosas como que habían ido los pintores a pintar la casa y le habían dicho que ya volverían otro día a cobrar; no entendían semejante confianza. Y ella valoraba esto como una muestra de superioridad moral del capitalismo frente al comunismo que acababa de dejar. Luis Mercader me decía: “No te das cuenta de lo que supone ir a una tienda y decidir lo que no quieres comprar”. Hasta el final de su vida, tuvo un shock con un mundo contra el que toda su vida había estado luchando. Por otra parte, con respecto a su hermano, siempre lo admiró y consideraba que lo que había hecho era una muestra de militancia comunista. Y, en cuanto a su madre, creo que la relación de Caridad con sus hijos era rara, de hecho, ella llegó a decir que “la desgracia es que los hijos no los eliges y tienes que cargar con ellos, mientras que los amigos sí, esa es tu auténtica familia”. Así se entiende que Luis hablara de ella con cierto resquemor, aunque, por otra parte, siempre dijo que era la URSS la que tenía una deuda con los Mercader, y no al revés.
Para terminar, ¿cómo encaja Sara Montiel en toda esta historia?
-De Sara Montiel una revista del corazón llegó a decir que había sido amante de Ramón Mercader y había tenido un hijo con él. Lo que yo sí puedo asegurar es que en los años 50 tuvo un contacto frecuente con Ramón Mercader cuando éste fue encerrado en la cárcel mexicana de Lecumberri. De esto, las mentes calenturientas deducen una cosa, pero lo que pasaba realmente es que la persona que vivía con Sara Montiel era la encargada de suministrar el material electrónico para el taller de radio que había montado Ramón en la cárcel. Y esto supuso un contacto muy estrecho, hasta el punto, según me ha asegurado la hija de Ramón Mercader, que vive en México, que fue su padre el que enseñó a leer y escribir a Sara Montiel en la cárcel. Por cierto, también hay que reseñar, como dato navarro, que Ramón Mercader tuvo una novia, Lena Imbert Lizarralde, que estudió en Etxarri y en Pamplona, y cuya madre era de Alsasua.