Redención a la medianoche
La Filmoteca proyectará el jueves un documental que recoge los testimonios de Javier Arzuaga, sacerdote al que en 1959 le tocó confesar y dar la extrema unción a 55 prisioneros en los inicios de la victoria de la revolución cubana
cuando en 2008 conoció el texto, Angel González Katarain se propuso no parar hasta encontrar a su autor y publicar su historia. Una historia desgarradora y a la vez profundamente humana, la de Javier Arzuaga, un hombre en permanente cuestión de sí mismo y del mundo, “resuelto a hacer su camino al andar”, que vivió unos meses terribles en La Cabaña, la prisión donde la triunfante revolución cubana recluyó a los que combatieron en defensa de Batista y a unos cuantos pobres diablos que cayeron de ese lado.
Período que puso contra la pared su ya maltrecha relación con Dios y que volcó en un libro de reflexiones y versos titulado A la medianoche. Este jueves (20.00 horas), la Filmoteca de Navarra mostrará la película que González Katarain realizó a partir de ese material, una cinta que recoge el testimonio directo de este exsacerdote que conoció al Che Guevara y que entre enero y junio de 1959 acompañó a 55 reos en su camino hacia el paredón.
“Yo soy el cadáver de un niño que asesiné, ¿o asesinaron?, cuando tenía 10 años”. De esta forma tan contundente se refiere el oñatiarra Javier Arzuaga a su ingreso en el seminario de Arantzazu a esa edad. En 2010 le cuenta al director de esta película que nunca debió ser ordenado sacerdote. Después de una infancia junto a los frailes franciscanos, se convirtió en cura a los 23 años, quizá por su curiosidad infinita o por una idea de justicia revolucionaria que la vida se fue encargando de ajar.
En realidad, A la medianoche no iba a ser un documental. O sí. Todo se fue decidiendo desde que contactaron con Arzuaga por primera vez en 2010 en Puerto Rico, donde vivía con su mujer, Stella Andino. Lo primero que quisieron hacer Angel González Katarain y Amaia Apaolaza, creadores de los Estudios de grabación Katarain de Azkarate (Navarra), fue publicar su libro y darle una difusión en condiciones. “Nos contó que esas letras habían tenido en 2006 una pequeña distribución muy limitada y puntual como libro de mano a través de una pequeña compañía americana y que se sentía un poco títere de unas intenciones enfocadas más que nada a desprestigiar la revolución cubana”, comenta el realizador, que en aquella primera visita apenas tenía mayor pretensión que proponerle divulgar el texto a través de Internet. “Llevé material de filmación, pero no estaba seguro de para qué; me conformaba con que me hablara un poco sobre los masones en Cuba para el documental que tenía entonces entre manos, Belascoain”, añade, en referencia a Semillas en el tiempo, un proyecto que pretende difundir en libros, películas o contenidos web historias de vascos que emigraron a Cuba y a otros lugares del mundo, donde dejaron huella en forma de nombres de calles -en La Habana hay 28- o con papeles relevantes en los procesos políticos de los países por donde pasaron. Sin embargo, la empatía funcionó, “saber que éramos vascos y que conocíamos a gente de Oñati despejó un poco el hielo y le dio confianza”, así que “pasamos varios días juntos hablando de todo, le propuse la entrevista como algo para guardar de archivo, con imágenes grabadas de manera improvisada en su casa”.
Y no fue hasta un par de años después cuando volvieron a hablar, esta vez en Oñati. Durante ese tiempo, González Katarain había viajado a Cuba, a aquella Cabaña siniestra de la que le habló Arzuaga, encontrándose en 2011 con un monumento turístico por cuya visita se paga y que alberga un restaurante, una feria del libro y más actividades festivas. El contraste entre el relato de 1959 y el presente era arrollador. Mucho más cuando le mostró esas grabaciones actuales al protagonista. “Él las vio y yo volví a filmarle mirando en la pantalla del ordenador los muros de su pasado, y creo que fue en ese momento, cuando él señalaba los lugares con su lápiz, cuando descubrí que aquello se estaba convirtiendo en un documental; a partir de ese día empecé a darle vueltas a todos los detalles”.
“payaso de dios” Toda la primera parte de A la medianoche se centra en la narración de Javier Arzuaga sobre su estancia en La Cabaña. Sus palabras desarman. Y los textos de su puño y letra que el director intercala entre las imágenes no se quedan atrás. El exsacerdote, por entonces capellán de Casablanca, acabó convirtiéndose en “el payaso de Dios queriendo dar lo que no tenía” a hombres que esperaban a ser colocados ante el pelotón de fusilamiento. Asistió a 55 ejecuciones. De muchos de los reos habla con nombres y apellidos: Pedro Morejón, que intentó suicidarse con una sábana; Jesús Sosa Blanco, que le pidió que regalara sus zapatos tras su muerte; José de Jesús Castaño, que no era creyente, pero le solicitó prestada su fe para morir; el joven Ariel Lima, “una tristísima figura”... “Se corrió la voz de que los hipnotizaba”, cuenta, y dice que hasta el Che recomendó a la madre de un preso que fuera a ver al padre Javier porque era un maestro consolando y dando ánimos. Todo aquello le pasó factura. El 55 es un número “marcado al rojo vivo” en su piel. En 1960 volvió a Euskal Herria, aunque “La Cabaña vendría conmigo adonde fuera”, comenta. Nunca regresó a Cuba. “Se quedó aquí, pero resultó ser un pastor molesto, así que por sacarlo de España lo destinaron al Equipo Misionero para América”, con el que visitó Colombia, Ecuador, Miami, El Salvador, Perú... Pero desbarató el grupo. Como señala en el filme, “en 1974 yo era en una playa de Puerto Rico un tablón tirado por las olas del mar, resto mortal de un naufragio, residuo de desilusiones y desengaños”. Pidió la secularización y se casó.Su mujer le salvó. Han criado tres hijos. “37 años después, no somos ricos, pero somos felices”, agrega.
batallas interiores Muchas de las conversaciones de Arzuaga van acompañadas por imágenes, algunas de la Cuba de hoy, otras muy oscuras. “Que nadie espere ver un documental clásico o con imágenes brillantes de alta definición; esto es un paseante con su cámara y el resto es en general borroso y negro, como la vista del que mira sus batallas interiores”, indica el director. Y sigue: “El fondo oscuro pretende llevar al espectador a ese pequeño espacio donde los reos esperaban la muerte”, un cubículo que encontraron después de “un trabajo casi detectivesco” y que hoy resulta ser el guardarropa de un restaurante en la antigua fortaleza de La Cabaña. Pero la idea del negro va “un poco más allá”: “Resultó también la mejor forma de conseguir en el documental que en algunos momentos ningún sentido visual nos apartara de la voz de este hombre relatando en primera persona”.
dedicatoria González Katarain se siente honrado de conocer a Javier Arzuaga, y subraya que más que una película sobre aquellos años de la revolución cubana esta es una historia sobre un hombre. “Mi pequeño objetivo no es otro más que provocar en el espectador unos momentos de reflexión sobre la levedad de lo que vivimos, lo que creemos y lo que somos”. La dedicatoria final del filme es la siguiente: “A las víctimas de cualquier conflicto que ya no están y a las que en vida tratan de encontrar la paz. También a las mujeres y a los hombres que han conocido la redención”.
Javier Arzuaga vio la película el 26 de septiembre de 2014 junto a los suyos y en el mismo acto firmó ejemplares de su libro. Para él todo este proyecto fue como “una espinita sacada del corazón”, y eso que, como expresa al principio del documental, “no es fácil ser espectador de una batalla que se desarrolla en los espacios interiores de uno mismo”. Hoy, el oñatiarra vive en Atlanta, con su mujer y cerca de sus hijos “y en paz con sus demonios”, apunta González Katarain, que de alguna manera le lleva el contacto con los medios. Vive con lo justito, lo necesario para poder escaparse cada dos o tres años a su Euskal Herria natal.