Durante buena parte de los años 60, el sello de soul más grande de la historia, Motown de Detroit, fue la fábrica del sonido de la joven América, como rezaba su eslogan, The sound of young America, aunque hoy la joven América no escucha soul, ni la europea ni la de ningún sitio. Hablamos, claro, en términos generales, pero la chavalería está a otra cosa. Sin embargo, el soul y el rhythm and blues han sabido mantener su piel tersa sin necesidad de inyecciones de botox. Han aguantado el tirón de los años y el paso de generaciones enteras. Aquello fue más profundo que una moda pasajera y la flor nunca se llegó a marchitar. El soul se reveló atemporal: su vigencia es incuestionable.
Decimos esto a colación de las palabras que en un momento dado lanzó el Dr. Thelonius Tatum, voz principal de Gregario de Luxe: “Huir de la música prefabricada”. Y aunque de fabricar canciones en la casa Motown sabían un rato, la proclama se justifica por si sola, y más cuando la banda que abrió para los Blues Brothers no se limita a realizar versiones de clásicos más o menos bien ejecutadas, sino que cuenta en su haber con una ristra de composiciones propias nada desdeñable. Gregario de Luxe sonaron clásicos y elegantes, a traje limpio y corbata estrecha, a soul de cuando la joven América y a soul de Stax, el otro gran sello de la época. No en vano, empezaron con Eddie Floyd y su I’ll Take Her. También presentaron dos canciones nuevas: Not a Good Man y la cálida Life!, pero entre sus temas propios nuestra favorita fue Hallelujah, un cañonazo con sabor a Northern Soul. Y nos sorprendieron para (muy) bien con dos grandes títulos del la historia del rock pasadas por el tamiz negro: You Shock me All Night Long de AC/DC y Sympathy for The Devil de los Stones, inspirada, dicho sea de paso, en la novela El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgakov.
Vamos ya con la banda principal de la noche: The Original Blues Brothers Band ¿Tienen sentido los Blues Brothers sin los granujas John Belushi y Dan Aykroyd y una banda sólo sustentada por dos músicos originales, el guitarrista Steve Croepper y el saxofonista Lou Marini? Que cada cual saque sus propias conclusiones. Lo que sí diremos es que los Blues Brothers no se salieron del guión y arrancaron con Green Onions de los Booker T & The MG’s, a la que siguió la cinematográfica Peter Gun Theme que dio pie al lucimiento de la sección de vientos y del propio Lou Marini, que lo hizo dentro de las coordenadas del jazz. Nos gustó. Hasta que no sonó Going Back to Miami no salieron a escena los cantantes Rob Paparozzi y Tommy McDonnell (Bobby Harden lo haría más tarde), que lo intentaron todo para levantar de sus asientos a un público rocoso que seguía con atención el show pero que, quizá por eso de ser domingo, no se arrancó ni a corear ni a palmear con profusión. Este pequeño “contratiempo” no detuvo a los Blues Brothers, que realizaron unos solos de armónica muy bonitos, saltaron a ritmo de rhythm and blues (Flip, Flop & Fly), le dieron al blues clásico electrificado y nos trajeron por segunda vez en la noche a Eddie Floyd, esta vez a través de su imperecedero Knock on Wood, que clavaron, o la genial Soul Man de Sam & Dave. En el apartado de jazz, tocaron Minie de Moocher, pero no fue lo mejor de la velada, y en Sweet Home Chicago Tommy McDonnell anduvo de un lado para otro del escenario metido en un carro de la compra. Acabaron, como no, con Solomon Burke y su Everybody Needs Somebody to Love, en la que invitaron a los y las componentes de Gregario de Luxe a salir al escenario con ellos. Todo un detalle de unos músicos simpáticos que nos hicieron pasar una tarde de domingo muy agradable.