pamplona - Ni Diana es solo una caprichosa, ni Teodoro es ambición y nada más. Helena Pimenta, directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), remarca en su propuesta las aristas de unos personajes complejos creados por Lope de Vega para esta comedia divertida, oscura, luminosa, vibrante, bruta, triste, alegre, aristocrática y popular.

Ya lleva unos cuantos montajes clásicos a sus espaldas y ahora prepara La dama duende, pero seguro que Teodoro es uno de esos personajes soñados.

-Es un bombón para cualquier actor y más en el teatro clásico. El otro día leía que don Manuel, de La dama duende, era uno de los grandes personajes del teatro clásico, junto con el don García de La verdad sospechosa, y el Teodoro de El perro del hortelano. Y yo he tenido la suerte de hacer los tres con Helena Pimenta.

Lleva años trabajando con ella en la Compañía Nacional.

-Me llamó cuando entró en la compañía, hace seis años, para hacer el Astolfo de La vida es sueño, y al año siguiente me dio el protagonista de La verdad sospechosa. Luego hice Donde hay agravios no hay celos, El alcalde de Zalamea, El perro del hortelano y ahora, La dama duende. He tenido mucha suerte. Teodoro lo han hecho todos los grandes actores de este país, no quiero compararme con ellos, pero me siento muy afortunado. Como curiosidad, El alcalde de Zalamea la protagonizó Carmelo Gómez y yo hacía de su hijo y resulta que todo el mundo recuerda su Teodoro de la versión cinematográfica de El perro del hortelano que dirigió Pilar Miró. Cuando se lo dije, estaba muy contento.

¿Qué peculiaridad diría que ha imprimido Pimenta en esta versión?

-Sin menospreciar los montajes anteriores, creo que Helena trabaja muy en profundidad, va pelando las capas de los personajes, que, como los seres humanos, tienen de todo: complicaciones, virtudes, errores... No se queda con que Teodoro es ambicioso y Diana manipuladora. Claro que son eso, pero no solo eso. Ella siempre pone el acento en los matices. No todo es comedia, sino que de repente el texto te toca el corazoncito.

Para los actores será un lujo superar los arquetipos.

-Eso intentamos, no acomodarnos en lo conocido e ir más allá. Yo me considero un privilegiado. Tenemos mucho tiempo para ensayar, metemos muchas horas, eso sí, y Helena tiene una capacidad de trabajo enorme. Ensayamos mucho y en profundidad, y eso es un lujo. En este trabajo nuestro en el que se busca el resultado ya, como la comida rápida, la Compañía Nacional es una especie de Bulli o de Celler de Can Roca. Podemos cocinar lento y disfrutar del proceso.

También la versión del texto es especial. Su responsable, Álvaro Tato, ha comentado que ha respetado el original, pero usando elementos para salvar el paso del tiempo.

-Tato tiene una cosa muy buena, y es que pega un buen repaso a los textos sin que apenas se note. En este caso, la hace entendible, fácil para el público. Lo tenemos comprobado. Los martes y los jueves hacemos funciones para institutos en el Teatro de la Comedia y esta obra la siguen sin ninguna dificultad. Y salen entusiasmados.

Las diferencias entre clases, los roles, las ambiciones... Suena actual.

-¿Sí, verdad? Es lo que tienen estos grandes autores, escribieron sus textos tantos años atrás y, sin embargo, siguen vigentes. Aquí la obra se desarrolla en Nápoles, donde una mujer soltera (Diana) está al frente de un condado y tiene un montón de buitres volando a su alrededor para casarse con ella y lograr todos sus bienes. Y ella se resiste, se mantiene en sus trece y establece una lucha entre su estatus social y los sentimientos. Muchas de esas cosas no han cambiado. Por otro lado, Teodoro es criado, secretario, e, inconscientemente, cree que puede llegar más arriba al casarse con ella. Esa fantasía y esos deseos también los estamos viendo en muchos dirigentes políticos de hoy (ríe). Esa ambición algunas veces te hace ir por el camino equivocado.

La obra va del odio al amor, del drama a la comedia. Interesante para los actores.

-Es muy atractiva. Dentro de una misma obra puedes tocar varios palos. En esta tengo que sacar mucho el sentido del humor, pero a la vez mucho sentido de verdad, y meterme en sitios complejos. Es como ir tocando los movimientos de una gran sinfonía.

Pimenta ha llevado a la compañía a cotas de éxito impresionantes.

-No puedo hablar de los años anteriores, pero desde que está Helena, la compañía ha pegado un petardazo. Sus cifras son impresionantes. Todas las temporadas se ha llegado casi al 100% de ocupación y las recaudaciones son estupendas. El público está respondiendo y se está viviendo un auge del teatro clásico en España. Otras compañías y otros teatros lo están programando gracias a ese éxito. El viaje con Helena está siendo muy bonito. Parecemos extraterrestres; tal y como está el país y el resto del sector, esto es un oasis.

Cuando se hacen buenos montajes, el público responde y pierde el miedo a los clásicos.

-Claro. Yo tengo que confesar que hace unos años a mí también me daba perecilla ir a ver un clásico, hasta que me los han hecho conocer bien. Hay que perderles el miedo. Si el montaje está bien, sales transformado.

¿Es el teatro el lugar natural de Rafa Castejón?

-Sí. El teatro es el espacio natural del actor. A mí me encanta. Tuve una época en la que hice mucha tele, he hecho menos cine, cinco o seis pelis, pero el teatro lo conozco desde pequeño. Mis padres siempre han trabajado en compañías de zarzuela y desde niño ya salía a los escenarios. Tomaba la merienda con los técnicos, dormía las siestas en las cestas de la ropa... El Teatro de la Zarzuela ha sido mi casa, allí pasábamos los fines de año. Para mí hacer teatro es como estar en casa.