Es difícil relatar lo vivido la noche del pasado sábado en el BEC. Quizá la palabra que mejor lo resuma es histórico. Porque eso es lo que hizo el grupo navarro Berri Txarrak, historia. Más de 10.000 personas se congregaron en el recinto de Barakaldo para llenarse los ojos de chiribitas viendo como un trío de músicos ponía patas arriba sus almas y la mayoría de sus sentidos. El primer grupo que, haciendo rock en euskera, se atrevía con tamaño escenario, colgando el cartel de entradas agotadas y dando una lección, desde la humildad, de lo que es la música con mayúsculas.

Apenas una hora antes de arrancar el concierto, Gorka atenazaba los nervios charlando con Fermín Muguruza en los camerinos. En su cabeza todavía bailaban los últimos flecos del set list. El instinto es el que manda en estos casos. Y, como se vio después, acertó de pleno.

La velada arrancó pasadas las 20.30 horas con The Baboon Show sin dar tiempo a respirar. Cecilia Boström es un frontwoman que catapulta las canciones a otra dimensión. Desborda garra, escenario, flexiones, voz y actitud, pero no solo es ella, la banda la sustenta e impulsa como pocas. Vamos, que los que pensaban estar relajados antes del plato fuerte se dieron de bruces con tsunami que les pasó por encima.

A las 21.45, Gorka Urbizu (guitarra y voz), Galder Izagirre (batería) y David González (bajo y coros) hicieron su aparición sobre el escenario, acercándose hasta el borde para dar las gracias a las 10.000 personas que ya no podían sujetar sus ganas.

La primera parte del concierto tuvo un claro protagonista, Infrasoinuak, como no podía ser de otra forma, ya que era la primera vez que sus canciones se podía escuchar en directo en el Euskal Herria. Sonaron las diez que integran el álbum, aunque no en el mismo orden, ya que arrancaron con Dardararen bat y terminaron el bloque con Zorionaren lobbya. Eso sí, los momentos álgidos fueron para Spoiler y, sobre todo, Katedral bat, con las gargantas ya echando humo.

Tras un parón que se alargó en demasía, el único pero junto con algunos problemas iniciales de acceso al recinto, arrancó la segunda parte del concierto, en la que el grupo se presentó en un formato hasta ahora desconocido, apoyados por Martí Perarnau (teclados) y Arkaitz Miner (viola y mandolina). Así, Berri Txarrak logró lo que días antes parecía una quimera, conseguir que un concierto multitudinario se convirtiera en un acontecimiento íntimo. Sonaron clásicos como Eskuak, con el BEC manos en alto, dando pie a otros temas quizá no tan enfervorecidos en el imaginario de los fans pero con una notable carga dentro del grupo: Makuluak (Haria), Poligrafo bakarra o Min Hau, creada en su día en apoyo a los enjuiciados en el sumario 18/98. Y es que la noche dio pie para todo. Haciendo gala de esa particular habilidad que atesora, Gorka recordó, sin dogmatizar pero con un criterio claro, a los jóvenes de Alsasua que llevan casi un año y medio en prisión. Este segundo bloque regaló en su final una de esas versiones que Berri siempre destapa: Wake up (Arcade Fire).

De regreso a su formato de trío habitual, el concierto encaró una larga y apoteósica recta final que comenzó con Ikasten y no dejó de crecer hasta los últimos compases. Jaio.Musika.Hil, Libre, Lemak Aingurak, Zertarako amestu, Denak ez du balio... Uno ya no sabía donde meterse, ni dónde meter las emociones, ni la garganta, y se preguntaba cómo diantres aguantaban las manos de Galder.

Pero no todo estaba dicho. De hecho, estaban por llegar momentos que quedarán para siempre en la retina de los asistentes. Gorka se presentó en solitario, acústica en mano, para esculpir Maravillas en los corazones que latían a mil. Un viaje al genocidio de la Guerra Civil y la posguerra, representado en aquella niña raguesa violada y asesinada, cuyo recuerdo se iluminó con miles de móviles, una luz que también quiso Gorka llegara hasta Brasil, con Marielle Franco en la memoria. Oreka tomó el relevó con el frenesí del respetable desatado, pero atento, ya que comenzaron a corear Kids, de MGMT, habitual en los últimos conciertos de Berri, obligando al grupo a tocarla como pase previo de un final que terminó de sacar toda la rabia y la emoción que quedaba: Oihu. Cuando el sonido paró, llegaron los abrazos entre el grupo, más sentidos que nunca, y el de Gorka con su manager Pau, ya en la trasera del escenario. Un abrazo que se alargó casi hasta la lágrima. Como ayer mismo apuntaba la banda, “esta noche formará parte de nuestros mejores recuerdos para siempre. Fue algo más que un simple concierto y así lo vivimos nosotros también. Inolvidable”. Jaio.Musika.Hil.