‘atlas, map of moves’

Compañía: Dani Panullo Dancetheatre Company. Dirección y coreografía: Dani Panullo. Bailarines: A. Gómez, D. González, G. Jackson, J. Gómez, L. Sepúlveda, M. Espada. Espacio sonoro y visuales: A. Mosquera. Iluminación: Lola Barroso. Programa: Atlas, Map of moves, sobre fotos de Ortiz Echagüe. Programación: Museo en Danza del Museo Universidad de Navarra. Lugar: auditorio del museo. Fecha: 17 de noviembre de 2018. Público: más de media entrada (14 y 12 euros).

Las fotografías de Ortiz Echagüe -una de las joyas del MUN- son absolutamente inspiradoras para cualquiera que acceda a un escenario. Son pictóricas -unas veces Zurbarán o Basiano; otras, desierto-; son teatrales -algunas parecen verdaderos finales de acto de una ópera (El Sermón)-; son coreográficas -con el viento a favor o en contra, componen un movimiento elegantísimo sobre la vestimenta talar de los beduinos (Siroco)-; en fin, siempre misteriosas y sugerentes. Así que, efectivamente, uno quiere apropiarse de todo ese misterio y representarlo. Claro que competir con el impacto y belleza de esas fotografías no es nada fácil. Son tan absolutamente poderosas, que suelen engullir todo lo que se les acerca.

Como buen artista, el coreógrafo Dani Panullo queda fascinado por los ya famosos negativos tratados de Ortiz Echagüe y nos propone su visión de compartirlos. Hemos de tener en cuenta, ante todo, que su espectáculo Atlas, Map of moves es un work in progress, o sea, un trabajo que aún se está desarrollando; porque de los quince cuadros -a modo de álbum de fotos escogidas- unos están más logrados que otros; pero, en todo caso, el espectáculo funciona muy bien porque los intérpretes son francamente buenos. Panullo, sigue, como el fotógrafo viajero, su propio periplo por diversas culturas de la danza -derviches egipcios, flamenco, butoh japonés- y ahora se fija en lo más cercano, lo que se encuentra al salir de casa, sobre las aceras o los parques de su barrio: la danza callejera -el workout, freestyle, el b-boying, el parkour, etc-; o sea, lo que los profanos en estas materias, solemos simplificar como break dance. Los seis bailarines -de 21 a 32 años- son formidables: tienen empuje, ritmo, vitalidad, por supuesto; pero además, son olímpicos -dominan las paralelas-, disciplinados en su libertad -van a la simetría y a la sincronización cuando se les exige-; acróbatas sin abusar del salto por el salto, sino dotándolo de giros y rizos espectaculares; y con una sensibilidad que, en algunos momentos, trasciende la mera fisicalidad -hermosa, potente y joven, a la que se accede, ya de entrada, via pulchritudinis, como decían los clásicos, o sea solo por belleza-. Ellos y Panullo nos ofrecen pasos acertadísimos: el juego de manos con vestido negro del paso hacia la luz; el impresionante Via Crucis con el Stabat Mater de fondo; la lectura corporal de las obras para piano; el humor finísimo con las Gardenias de Machín bailadas. Y, sobre todo, la idea del coreógrafo de no competir con las fotografías -que se proyectan de fondo-, sino, más bien, contrastarlas: por ejemplo, la lentitud y quietud de los monjes de las fotos, y el violento evolucionar de todos en el suelo; o la brutalidad y el fondo religioso? Quizás esta brutalidad y pasajes como el de Agua negra haya que pulir, por choque excesivo o corto, con las fotografías -creo-; todo se andará. Porque, el final, sin embargo, es impresionante: con una danza de todo el cuerpo de baile exacerbada y potentísima en escena, se proyecta un tranquilo rebaño que abreva en el lago. Cuánta belleza.