pamplona - En pocos años, Bernard Minier pasó de ser funcionario de aduanas a convertirse en uno de los autores más conocidos de la novela negra francesa. El escritor hablará esta tarde en Baluarte sobre su trayectoria, donde destaca su saga dedicada al comandante Martin Servaz, pero también del homenaje a la novela norteamericana que supone Una maldita historia. Nacido en Béziers en 1960, Minier pasó su infancia en Montréjeau, al pie de los Pirineos, enclave en el que ha ambientado gran parte de sus libros, entre los que están Bajo el hielo, El círculo, No apagues la luz y Noche.

La novela original, Une putain d’histoire

-Totalmente. Siempre es el mismo juego entre las traducciones. Este año voy a viajar a Moscú, Praga, Bratislava y Londres y cada vez hablaré de una novela distinta. Además, ya estoy con las correcciones de la próxima. Cuando hablo de una novela que he escrito años antes hay cosas que ya he dejado atrás y centrarme en ellas no es tan fácil. Por eso hago mis deberes y siempre intento llegar preparado.

Una maldita historia ha supuesto un giro importante, ya que hasta entonces había publicado tres novelas con Martin Servaz de protagonista y en este caso cambia de personajes, de país... ¿Lo necesitaba? ¿Quería demostrarse algo a sí mismo y/o a los demás?Una maldita historia

-Martin Servaz me gusta mucho, y creo que a los lectores aun más que a mí, pero ya no podía más. Es como pasa en una pareja, que de vez en cuando necesitan hacer cosas cada uno por su lado. Yo sentía el deseo de descansar de él y también temía que si seguía a ese ritmo, llegaría un punto en el que no quedaría más por decir y el lector podía cansarse. Además, quería hacer un homenaje a la novela americana, que, aparte de la francesa, fue una de las que más me inspiró y más me nutrió de adolescente y de joven. Y lo hice cuando pensé que había llegado el momento adecuado. Se lo dije a mi editorial y, sorprendentemente, me dijo que sí. Así que lo hice por mí, por nadie más, ni por el lector.

¿Nunca escribe pensando en el lector?

-No. Nunca escribo pensando en el lector, en la crítica o en la prensa. Cuando escribo solo pienso en el universo que estoy creando.

¿Qué autores norteamericanos le han influido más?

-Hay tantos... Lovecraft cuando tenía 12 años; más tarde, en la adolescencia, empecé con la ciencia ficción de Harlan Ellison, Isaac Asimov; luego pasé a los clásicos, Melville, Chandler, Faulkner... Y hoy en día tengo mucha afición por los autores judíos de Nueva York como Norman Mailer, Philip Roth, John Updike... Y los que siguen.

¿Y Stephen King?

-¡Por supuesto! Pero es que Stephen King es un género en sí mismo, un planeta aparte. Imprescindible. Todos hemos crecido con él y lo ha dicho todo. Somos todos enanos de yeso comparados con Stephen King. Intentamos seguir sus huellas, pero son inmensas y tenemos pies pequeños.

Es que ha creado un mundo propio, aunque a través de historias que suceden en pueblos pequeños.

-Y eso me encanta. Es algo que yo también intento hacer desde el principio, uno de los rasgos más destacados de mi trabajo, y en Una maldita historia se ve también. La geografía literaria es muy importante para mí. Aparte de esta, todas mis novelas suceden en una pequeña zona del suroeste de Francia que va de Toulouse a los Pirineos. Seguramente será por la influencia de King y sus ciudades inventadas de Maine.

Este relato sucede en Glass, una isla ficticia creada a partir de pedazos de otras que sí existen.

-Así es. En plan de broma suelo decir que no tengo imaginación y que necesito usar trozos de realidad para pegarlos y que a partir de ahí nazca una especie de imaginación. Esta isla existe porque existen otras como Orcas Island, San Juan, Bowen -esta en Canadá- y muchas tienen sus sheriffs. Tuve la suerte de visitar sus servicios, de conocer la Brigada Criminal de Seattle... No puedo empezar sin nada, soy un poco periodista para eso.

Pasa mucho en la novela negra.

-Y seguramente es porque, hoy en día, es el género que más habla de los numerosos problemas a los que nos enfrentamos: morales, económicos, políticos, sociales... Jean-Patrick Manchette decía que la novela negra es una literatura de crisis. La narrativa a veces es muy autoconsciente y distante con la realidad, pero la novela negra tiene los dos pies en el suelo siempre.

Henry, el protagonista, está en esa etapa, la adolescencia, tan difícil en la que acabas de salir de la infancia, pero aun no eres adulto. A medio camino de todo.

-Es la edad en la que todo es posible, pero al mismo tiempo viene después de la infancia, que es el tiempo de la eternidad, de la inocencia, de la falta de responsabilidad. Con la adolescencia las responsabilidades se hacen presentes y el mundo de los adultos se acerca, pero no te gusta y te rebelas. A esa edad ves a los adultos tristes, pesados, cargando con un gran peso a la espalda, y mortales... Un día eres un niño y te sientes inmortal y otro ya no lo eres... Por eso esta edad es tan complicada, es una frontera.

El personaje busca su identidad.

-Todos los adolescentes lo hacen, sí, por eso tienen esas crisis y esas reacciones violentas. Henry está buscando su identidad, aunque tiene una forma peculiar de hacerlo (ríe), pero mejor no contamos nada...

La juventud juega un papel importante en novelas suyas como Bajo el hielo o Bajo el hieloEl Círculo

-Es que creo que no nos curamos nunca de la infancia, es una enfermedad para siempre. Me interesa mucho el paso al mundo adulto porque es cuando se forma la personalidad. A mi edad ya no hay tantos cruces, si acaso uno o dos más, pero a esa edad los hay por todas partes y hay que elegir. Y las elecciones pueden ser decisivas y marcar el resto de la vida.

En este libro aborda asuntos muy actuales, como la intromisión de las tecnologías en nuestro día a día. ¿Se ha terminado la vida privada?

-Es uno de los temas centrales de la novela. Extrañamente, la novela que estoy corrigiendo vuelve a ese tema, al fin de la vida privada. Han pasado tres o cuatro años entre una novela y otra y he podido medir la aceleración absoluta de este fenómeno. Cuando escribí Una maldita historia estaba espantado con lo que pasaba con la NSA, Internet, las redes sociales... Hemos visto el papel que Facebook ha jugado en la elección de Trump, algo parecido ha pasado con Bolsonaro y el movimiento de los chalecos amarillos de Francia también nació en esa red. Facebook está cambiando incluso las reglas de la democracia. Para bien y para mal. Por un lado es un punto de encuentro, una nueva ágora, pero a la vez tiene muchos fallos, como las fake news. Se ha demostrado que en los foros de los chalecos amarillos hay noticias que se inventan ellos mismos, con fotos y todo. Por no hablar del nuevo algoritmo de Facebook, con el que solo ves en tu muro a la gente que piensa como tú. ¿Dónde queda la opinión contraria, el debate, la apertura de mente si estás siempre hablando con gente que te dice lo que quieres oír? Se está construyendo un mundo que cada vez está más alejado de la realidad y eso es muy peligroso para la democracia.

En la novela hay un detective, Noah, muy distinto a lo que se estila.

-La primera misión de un novelista es hacer la guerra a los clichés. Yo no quería caer en el tópico del detective con su botella de whisky y su secretaria. Noah es un tipo frío para el que el fin justifica los medios. Y yo pienso que el fin nunca, pero nunca justifica los medios. En mis novelas, también en esta, hay distintos tipos de mal: el del sádico que es consciente de que lo ejerce; el perverso del que no puede evitar sus pulsiones; el del que cree que el objetivo lo justifica, y el del virtuoso que piensa que está haciendo el bien, como la Inquisición o un terrorista, por ejemplo. Me gusta presentar las distintas formas de mal y cuestionarlas. Los novelistas estamos para cuestionar el mundo, no para dar respuestas; para eso ya están los ideólogos, los políticos, los científicos...

¿Servaz vuelve en su próxima novela?

-No. Será un one-shot como Una maldita historia. Sucede en Hong Kong y está protagonizada por Moira, una mujer francesa contratada por una empresa china del estilo de Google. Viajé allí en julio y la ciudad será otro personaje. Hay mucha pobreza; es el último escalón del capitalismo a ultranza. No hay reglas. Y es terrible para quien vive allí, pero fascinante para un novelista.

pamplona negra 2019

‘Kafe Beltza’. A las 17.00 horas, en Elkar Comedias con Aingeru Epaltza, Mikel Soto e Inés Castiella. Modera Irati Jiménez.

‘Crímenes con historia’. A las 18.15 horas con el periodista y escritor Martín Olmos. Modera Miguel Izu.

‘The French Connection’. A las 19.15 horas, Susana Rodríguez Lezaun, directora de Pamplona Negra, entrevista al escritor francés Bernard Minier.

El cine, a las 20.15 horas. A pleno sol (1960), de René Clément, será la última sesión del festival de este año.

“Intentamos seguir las huellas de Stephen King, que es un género en sí mismo, pero son enormes y tenemos pies pequeños”