“A pasarlo bien” es expresión que recoge la filosofía básica de muchos programas del actual panorama del negocio televisivo, que se sustentan en el buen rollo de los personajes que construyen la narración televisiva. Lejos de la seriedad acartonada de los presentadores de otras épocas pasadas, desde los tiempos del inefable Emilio Aragón y Belén Rueda, que trajeron frescura, espontaneidad y gracejo, se ha impuesto este estilo de nuestra época, que pretende transmitir a los televidentes el buen rollo de la diversión y entretenimiento en directo, y así surgen chispas mediáticas como Wyoming, Gonzo, Valls, Fernández y otras estrellas, ellos y ellas, del star system de Vasile, Carloti y cía, manejadores de las parrillas de nuestros azacaneados días, pegados frente al televisor, capaces de triturar lo que les venga en gana, eso sí con un superficial baño de a pasarlo bien, consigna imperante y definidora de una sociedad atosigada, apurada y bamboleada de norte a sur y de este a oeste por noticias, personajes y sucesos que alimentan nuestro complicado vivir. Los responsables de la producción en la tele buscan empatías entre presentadores y ciudadanos, en un ejercicio de simulación y engaño colectivo que busca anestesiarnos. Hemos dejado el deporte y hemos convertido a las teles en opio del pueblo para sobrevivir. La tele es la gran compañera de nuestras jornadas para continuar en el avatar de los días grises e imposibles de este invierno que nos azota y obliga a recluirnos en nuestras madrigueras iluminadas por la catódica luz de la tele, que nos protege, alimenta y engaña. Así pues, todos a mamar la nutricia leche de los divertidos programas de variedades, concursos, talk show, talent show y otros inventos necesarios para sobrevivir en este valle de lágrimas, y que nos empujan al fingido ejercicio de sentirnos a gusto, cómodos en la búsqueda del entretenimiento, pasar las horas y cobijarnos en la pantalla amiga. Aquí, el que no se engaña, es porque no quiere.