La escritora vasca Alaitz Leceaga ha cumplido con uno de sus sueños al escribir La última princesa, al poder ambientar un thriller en Euskal Herria y crearlo en torno a un personaje, la criminalista Nora Cortázar, una mujer que tiene la capacidad “de perseguir al crimen y a los monstruos con los que se va encontrando”.
Tras cautivar a miles de lectores con sus anteriores obras, vuelve con un thriller envolvente ambientado en la costa vasca de 1992, en una novela en la que ha sabido entrelazar misterio, rituales ancestrales y leyendas de la mitología vasca con secretos familiares inconfesables “y una protagonista que deja huella”.
Una protagonista inspiradora
La historia gira en torno a una criminalista de la Interpol, neurodivergente e hija de un asesino en serie, que regresa a su pueblo natal tras la muerte de su madre, en un momento que, además, coincide con el hallazgo de un cadáver en una central nuclear abandonada, con una investigación que dirige una mujer “que tiene esa capacidad de perseguir a los monstruos, de perseguir el mal”, en una serie de páginas que van hilando misterios en torno a ella.
De entrada, Cortázar es una mujer “incalificable” a la hora de definirla, pero es, desde luego, el personaje que toda novelista querría tener en sus manos. La autora confiesa que, para ella, “las historias siempre comienzan con sus personajes, con sus protagonistas, y buscaba una protagonista que, de alguna forma tuviera ese empuje, esa capacidad de perseguir a los monstruos”, porque a ella la atraen mucho ese tipo de personajes, y por eso le da todo el protagonismo desde el principio del libro.
La España de los grandes cambios
Todo ello está ambientado en 1992, y no por casualidad. “Cuando te pones a escribir, cuando te pones a pensar en qué momento vas a querer ambientar la historia, pensé que el año 92 era perfecto, porque sucedieron muchas cosas”, y lo explica precisamente en Sevilla, donde, recuerda, se celebró la Exposición Universal de Sevilla, en el mismo año de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en el contexto de “esa España que, de alguna forma, miraba a esa modernidad ese año”.
De fondo, en la historia se menciona “el contexto político y el social de la época”, porque Alaitz Leceaga cree que “no hubiera sido honesto con los lectores obviarlo”, además de que “cuando te sientas a escribir una historia ambientada en 1992 en España, resulta muy complicado obviar el contexto de la época”.
El escenario como protagonista
Y también por eso, la ganadora en 2021 del Premio Fernando Lara ha hecho de la CAV no solo el escenario de la novela, sino que lo convierte en un protagonista más. “En todas mis novelas me gusta mucho siempre que los escenarios, los lugares en los que suceden, sean también de alguna manera los protagonistas de la historia, que no sean simplemente un escenario en el que suceden las cosas”, y por eso sus personajes no solo recorren los escenarios, ya sea un bosque, un pueblo o una central nuclear.
Así, une en las páginas lugares como “la costa, la central nuclear abandonada gigante o esa plataforma petrolífera en alta mar”, creando una red de lugares “muy potentes” para ambientar una novela de misterio.
Una historia de contrastes y tramas entremezcladas
Una novela de contrastes y, además, con personajes que suponen todo un contraste, como un hermano de la detective, que es sacerdote, creando “sin desvelar demasiado”, una red de historias “que tratan un poco sobre el perdón, sobre el pasado..., y todos los personajes que desfilan por ahí, que sienten un poco que los pecados de sus padres, de alguna manera, les pueden pasar a ellos”.
“Para ellos es como un intento, casi como de expiación de esos pecados que pueden transmitirse como si fuera una especie de maldición familiar”, asegura la autora, que mantiene a quien lee la novela pendiente de todos sus detalles, como el de averiguar por qué una matrioska es protagonista en la sombra desde que arranca el libro.
Un reconocimiento creciente hacia las escritoras españolas
En plena promoción de su novela, Alaitz Leceaga forma parte del buen momento que tienen las novelistas españolas, y asegura sentirse agradecida de “caminar detrás de los pasos de ellas”.
Precisamente, cuando se le pregunta qué libro tiene ahora mismo en su mesita de noche, explica que está leyendo el manuscrito de una amiga que pronto saldrá a la venta y en sus ojos se adivina, mientras lo cuenta, que otra gran novelista está a punto de ser conocida por el gran público.