Fue un concierto un tanto especial, cantado con mucho más cariño. Porque gran parte del público, también, era especial; acomodado, no precisamente, en las aterciopeladas butacas de un teatro, sino en sillas de ruedas con esos goteros inmisericordes que, por otra parte, proporcionan vida. Y, sin embargo, aún en esas circunstancias, y con un programa de música bastante conocida, más bien jubilosa -para asomar optimismo- y, serena, pero no doliente, los enfermos y el personal de la clínica San Juan de Dios, disfrutaron de una hora balsámica, que, sin duda, ayudó a olvidar los males. La iglesia de este centro hospitalario de Pamplona se llenó. La acústica del espacio se comporta muy bien con el coro, lo empasta y, a la vez, no lo emborrona cuando canta barroco. Un órgano electrónico -a cuya consola se sienta el titular de la catedral, Julián Ayesa- cumple con su discreto acompañamiento. El Maestro de Capilla, Aurelio Sagaseta -57 años en su puesto-, ataca un Cantemus omnes de Carissimi, envolvente de sonoridad, luminoso y que lo llena todo. También resulta especialmente brillante -excelentes sopranos- el fragmento de la Oda a Sta. Cecilia de Haendel, de este compositor se interpretará, también, el número 6 de su oratorio de Navidad (For unto us), ejemplo, explica el maestro, de superación de los momentos más depresivos del compositor. Viene al caso el apunte. Las diferentes cuerdas del coro, cumplen con las agilidades. El Notre Pere de Durufle, resulta especialmente acogedor, con exhibición de excelentes graves. El coro de la cantata 147 de Bach, con su magnífica introducción, aquí con flauta, oboe y continuo, es muestra como un gráfico del fluir continuo de la música. Esta vez, Bach parece discurrir hasta por los goteros. Y un rítmico espiritual negro, pone el contrapunto al melancólico oboe de La misión de Morricone. Un muestrario, en resumen, acomodado a los oyentes.

Y LA MEMORIA. La segunda parte del recital recoge la buena idea del recuerdo, y es que la mayoría del público es muy mayor. Y sonaron, como una llamada a la emoción -para cada cual en su territorio- los himnos a las vírgenes de Ujué (Reina la más hermosa, Virgen bendita de Ujué), del Puy -(Salve Reina Inmaculada del Puy)- y de Roncesvalles (Orriako ama), armonizada para coro por el Kapellmeister sobre la melodía de Narbaitz. Ciertamente estos himnos devocionales, de grosor asambleario, de exaltación de santuarios y alrededores, fueron cantados por algunos oyentes. Algunas -que son más las mujeres- en su idioma materno: el de Roncesvalles. Y, en su memoria, los gloriosos días de romerías, de encuentros con pueblos vecinos, de saludos que, hoy, se repiten. Y, aún en ese panorama de quietud física impuesta, un estado de gratitud en sus rostros, nos alecciona. Un Regina coeli de García Salazar esplendoroso y una propina, la preciosa canción de Uharte-Arakil, Agur Jesúsen ama, pone fin a esta tarde hermosa, compartida con los enfermos. Salud para todos.