continúa la bronca mediática entre el presidente norteamericano y los medios de comunicación en un desesperado intento de la Casa Blanca por doblegar la función social de cabeceras indómitas e informativos agresivos, que practican la sana y democrática tarea de fiscalizar las actividades y decisiones del ejecutivo, que cada mañana bombardea con distintos tuits la política interior y exterior de EEUU, con estilo directo, provocador y digital. Trump habla de conspiración de la prensa hacia su quehacer presidencial y se muestra últimamente como víctima de una fabulosa maniobra más propia de guion de serie televisiva, que dialéctica mediática en una democracia sana y participativa. Estamos en el ecuador de la legislatura republicana y la gresca no amaina a la búsqueda de un proceso que inhabilite al desaforado presidente. Un reciente estudio universitario señala que la credibilidad de los medios tradicionales se mantiene al alza y asegura un futuro en cierta medida halagüeño para prensa, radio y tele que compiten en pelea desigual con redes sociales que atraen millones de usuarios cada día y sin pagar un ochavo. El fenómeno de fake news y la aceleración informativa que ha supuesto internet, está socavando los cimientos del negocio periodístico tradicional, que desde la crisis soporta embates complicados de aguantar y sobrellevar. La audiencia sigue manteniendo la credibilidad y confianza en los sistemas tradicionales de consumir información y opinión, y la confianza cotiza al alza, garantía de supervivencia. Hoy es más necesaria que nunca la actividad periodística. Más periodismo en estos momentos de cambio de rumbo mediático. La tele es capaz de influir en los votantes a través de machacona y agresiva redundancia de los candidatos y proclamas y soflamas, repartiéndose ministerios e intercambiando cromos, alianzas y otras menudencias de campaña, en un ejercicio reiterativo y aburrido. Manejar la tele puede ser la clave del éxito electoral.