soqquadro italiano

Intérpretes: Vincenzo Capezzuto, voz y danza; Luciano Orologi, saxo, clarinete bajo y melódica; Simona Vallerotonda, archilaúd; Leonardo Ramadori, percusión y piano de juguete; Marco Forti, contrabajo; Fabio Fiandrini, electrónica; Mauro Bigonzetti, coreografía. Programa: Música de Vivaldi (Stabat Mater) y anónimos del siglo XII. Programación: Fundación Gayarre. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: 5 de abril de 2019. Público: algo más de media entrada (36 euros).

Los dos últimos conciertos ofrecidos por el ciclo de cámara de Gayarre nos han cambiado un tanto el paso. Carlos Mena y su concierto fusión, que entraba a saco, con los ritmos y estilos del pop y del jazz, en Dowland, y los barrocos, no dejó de crear polémica: más por algún dudoso arreglo de obras maestras, que por el hecho investigador en sí, y, Vincenzo Capezzuto, con el concierto que hoy nos ocupa, diluido en una propuesta músico dancística difícil, también, de encuadrar, y que insiste en la manipulación, más o menos acertada, del Stabat Mater de Vivaldi, se han puesto de acuerdo. A mí, si he de ser sincero, ninguna de las dos propuestas -con ser interesantes y concitar buenos intérpretes- me ha convencido del todo. Pero reconozco que estamos ante el umbral de algo que se está moviendo -Classical Crossover, lo llaman-, porque es significativo que dos grandes de la música antigua, como son Mena -al que seguimos desde hace lustros-, y Vincenzo Capezzuto -que canta con L’Arpeggiata o Il Pomo D’Oro- se estén implicando, no sin riesgo, en ello. Parece ser que la excusa es la idea de que muchas composiciones que hoy divinizamos, en su origen, eran muy populares y estaban cantadas sin tanto refinamiento; o sea que se trata de devolverlas a lo que hoy es más popular: el pop, rock, jazz, etcétera. Bien.

Ciñéndonos a la función de Soqquadro -en italiano, agitación, poner todo al revés-, a mi juicio, el espectáculo hubiera funcionado si la coreografía hubiera estado a la altura de la narración del Stabat Mater. Yo creo que la música del ensemble estaba orientada más a la danza, y que, incluso el canto, hacía de introducción al movimiento. Capezzuto tiene una voz muy original, resulta atractiva y cálida; no se define como contratenor, aunque, en un principio al estar amplificada, parece un contratenor. Él se define, más bien, como tenorino napolitano, y es una voz que resulta juvenil y cercana al alto. Con ella sirvió un precioso fraseo -doloroso y convincente- de fragmentos del Stabat Mater de Vivaldi: la atmósfera que consigue es acogedora y cálida. El grupo instrumental Soqquadro le acompaña muy bien, investiga timbres que van desde el archilaúd hasta el piano de juguete -tiene gracia ese timbre tan metálico-, o la melódica, pasando por el sonido pregrabado -ojo, habiendo voz, esto está a un paso del karaoke-, los saxofones, clarinete, contrabajo y percusión. Todos muy profesionales en lo suyo. Capezzuto es, además, un gran bailarín: se le nota en su dominio del equilibrio sobre un pie, del tempo que imprime al movimiento, de la elegancia al surcar una diagonal; pero la coreografía fue muy pobre: basada en una pretendida trascendencia y mística que no salta al público, que no acaba de convencer; con figuras un tanto facilonas, como la flagelación, y otras, hermosas, sí, como la representación de la Magdalena de la Crucifixión de Masaccio, pero que tuvo que explicar de viva voz. Por supuesto que estoy totalmente de acuerdo con Sasha Waltz -la gran coreógrafa cercana a Pina Bauch- cuando dice que la música barroca está orgánicamente unida a la danza -recuerdo también el bellísimo espectáculo de Almudena Lobón-, pero las coreografías han de estar a la altura. En fin, lo mejor de estas propuestas, fue el cine forum de después. En el de hoy hubo quien se emocionó, y quien se sintió timado -esto es más de un civivox a 5 euros-. Por mi parte, quizás tendría que haber hecho como Pío Baroja, que, como crítico de teatro, hizo esta escueta crítica de una obra: “Hoy he ha asistido a una obra de teatro de la que no se qué decir”.