pamplona - Han pasado años desde que Joseba Yerro Izaguirre bailó en Pamplona por última vez. Fue como alumno de la Escuela Almudena Lobón, recuerda el navarro, que mañana volverá a bailar en su casa, pero esta vez sobre el escenario de la sala principal de Baluarte. Lo hará como miembro de la compañía sueca GöteborgsOperans, referentes en danza contemporánea y con quienes Yerro trabaja desde hace tres años. Presentarán a las 20.00 horas un programa que reúne dos piezas, Skid y Autodance. Las entradas tienen precios de 16, 24 y 34 euros.

Es su cuarta temporada con la compañía sueca, ¿qué balance hace de estos tres años?

-Es una compañía bastante conocida en el mundo de la danza contemporánea y cuando me mudé a Gotemburgo estaba en un conflicto porque tenía que llegar al nivel. Había un punto de presión que fue interesante porque me hizo reflexionar y decir “voy a hacerlo”, pero también me costó al principio porque la gente ya estaba dándole fuerte, es un grupo muy grande, yo entraba nuevo... Pero mientras pasaban los meses, fui teniendo un proceso y, poco a poco, he ido adecuándome y cogiendo mi sitio, que creo que es importante en esta compañía: ser tú mismo, tener tu propia voz y ver qué puedes aportar.

Como dice, GöteborgsOperans se ha convertido en referente en cuanto a innovación en la danza contemporánea nórdica, ¿cuál diría que es el sello de su trabajo?

-Diría que la calidad de los bailarines, que son muy apasionados y con diferentes tipos de cualidades de movimiento, artístico, teatral... Hacen desde una pieza teatral, en la que hay mucho texto, a una pieza muy minimalista. Son personas con una capacidad intelectual y emocional fuerte, capaces de dar lo mejor en cada pieza. Eso es el sello porque claro, tener este tipo de bailarines atrae a coreógrafos que también son interesantes y que vienen a hacer sus coreografías.

En Baluarte veremos dos de las últimas creaciones de la compañía. En primer lugar Skid, una propuesta de Damien Jalet que parte de un escenario con una inclinación de 34 grados. ¿Cómo es ese diálogo entre vértigo y danza?

-Lo que se verá en Baluarte es exactamente eso: vértigo y danza (risas). Bailamos sobre una rampa que, al tener una inclinación de 34 grados, llega a tener diez metros. Durante la pieza, los cuerpos van cayendo, suben, entran en conflicto con la rampa físicamente... Es un poco la relación del cuerpo en sí con la rampa. También está la metáfora de caer y de subir, de enfrentarse a esa subida o de dejarse llevar en la caída... Metáforas que se pueden hacer con la vida. Para nosotros, como bailarines, es interesante porque no estamos acostumbrados a bailar sobre una rampa y estar directamente ahí, de pie, cambia por ejemplo el punto de apoyo de los pies en el suelo. Notas cómo todo el peso va más hacia los dedos de los pies, tienes que echarte un poco para atrás... Y cuando nos ponemos a bailar cambia completamente la forma de moverte que habías aprendido hasta ahora. Tuvimos que reinventarnos un poquito y crear un nuevo vocabulario.

¿Qué hay de la segunda pieza, Autodance, creada por la coreógrafa israelí Sharon Eyal a partir del movimiento puro?

-Sharon Eyal trabajó muchos años con Ohad Naharin, un coreógrafo israelí de renombre. Hay similitudes con su trabajo, pero Sharon lleva al extremo la interpretación que ha hecho del trabajo con Ohad. Es un trabajo físico y de movimiento, de sensaciones internas, y está muy conectado con las entrañas, con los órganos, con los músculos, con la piel... Es muy sensorial. Poner todos tus sentidos en esto y llevarlos al límite es lo que crea al final este movimiento. Se inspira mucho también en el ballet y en su estética, pero no pretendemos ser bailarines clásicos, sino que lo distorsionamos de una manera tan extrema, que en vez de pensar en la forma, viene más de una sensación y desde la imaginación. También hay música, porque Sharon siempre trabaja con el DJ Ori Lichtik y la combinación de los dos es muy interesante. Es un trabajo minimalista y un poco vanguardista... Muy limpio, de entrañas y de conectar físicamente.

“Nuestro objetivo es cambiar la percepción del arte”, apunta la compañía GöteborgsOperans en su biografía. Y parece que, al menos, la sorpresa en el público está asegurada.

-Puede ser muy chulo para el público, sobre todo el de Pamplona, porque creo que no está acostumbrado a ver ese tipo de cosas. Puede ser una experiencia física incluso para ellos y ellas, de dejarse llevar y no estar tanto en el cerebro, sino que les afecte lo que están viendo y reaccionen al respecto. Que vayan con la mente abierta y sin prejuicios, aunque es muy difícil ir en esa dirección... Pero la danza contemporánea es eso: la mejor manera de conectar con este arte es dejarse llevar y no esperar algo que se haya visto antes. Estar sentado, observar y ver qué te produce física o emocionalmente. Incluso puede producirte asquerosidad o aburrimiento, pero eso también es una forma de sentir y de reaccionar.

“Mi sueño es tener una compañía que me hubiera hecho en su día quedarme en España”, comentaba Joaquín de Luz, bailarín y nuevo director de la Compañía Nacional de Danza. ¿Qué visión hace de la situación actual de la danza en España?

-La verdad que bastante mal (risas). Las únicas opciones interesantes están en las ciudades grandes del país y artísticamente son muy específicas. Además, no hay muchas subvenciones y las que hay no son suficientes... Y claro, eso crea que mucha gente tenga que estar haciendo cincuenta mil trabajos a la vez, no sólo como bailarines, sino como profesores de yoga o de danza incluso... Y eso no es condición de vida para poder llegar a fin de mes y pagar el alquiler. En su día, cuando me fui, yo también tenía ganas de salir del país porque es una experiencia muy chula el estar con diferentes culturas. Me ha enriquecido mucho, pero es verdad que a veces digo: “Qué bien estaría el pasar un poco por casa...”.