Orquesta Sinfónica de Navarra

Intérpretes: Asier Polo, violonchelo. Pablo González, director. Programa: “The walk to the Paradise Garden” de Frederick Delius. Concierto para violonchelo y orquesta de Fernando Velázquez (1976), estreno encargo de la orquesta. Tercera sinfonía de Beethoven. Programación: ciclo de la orquesta. Lugar: sala principal del Baluarte. Fecha: 17 de mayo de 2019. Público: Tres cuartos (15, 30 euros, con rebajas para jóvenes: 5 y 9 euros).

con la residencia artística de Asier Polo, esta temporada, en la Fundación Baluarte, hemos abarcado, prácticamente, todas las posibilidades del violonchelo. De las suites bachianas al estreno que hoy nos ocupa. Un estreno muy bien encajado en la programación de la tarde, porque la música, muy lírica y placentera, de Delius, nos adelantaba, en parte, una atmósfera lírica, que también se da en los tramos de cuerda, por ejemplo, del segundo movimiento de la obra de Velázquez. El concierto para violonchelo y orquesta del compositor vasco, ofrece los diversos mundos habitados por este joven músico: el del violonchelo, al otorgar al instrumento solista, un protagonismo casi agotador para el intérprete -muy pocos compases de espera-, y concretar una coda, en la conclusión del segundo movimiento; una orquestación -y tonalidad- fílmica, con esas aperturas al tutti orquestal tan panorámicas; y el entrañable mundo personal del folklore vasco -tercer movimiento-. Se abre la partitura en la zona grave de la cuerda: un paisaje brumoso e inquietante, del que se eleva, y va tomando cuerpo sonoro, el chelo solista: matices en piano bellísimos. Este primer movimiento, que ronda el drama íntimo, crea una atmósfera densa, poderosa, me recuerda un poco, al sinfonismo del polaco Górecki (para entendernos); este primer movimiento, me gustó, francamente, mucho. El segundo cambia, radicalmente, a terrenos más enérgicos, con golpes orquestales, rítmicos, en fuerte, de los que se defiende el violonchelo con un virtuosismo continuo, que se deja oír más en los tramo calmados; hay una exhibición del solista que, partiendo de unas dobles cuerdas, a lo Bach, traza una escala ascendente impactante. Toda la orquesta -con el chelo bien incorporado- se explaya en un final de esos luminosos. El tercer movimiento está marcado por el zortziko, con conocidas melodías de fondo. Sigue el violonchelo muy presente, a veces incluso adornando -o sirviendo de base- a los solos de trompeta, clarinete, flauta? Puntualmente surge cantando la melodía. El final está en la tradición conclusiva brillante y rotunda. Es una obra que se escucha muy bien. Gustó al público. Orquesta y director, totalmente implicados con el solista, aunque, también, en algún momento quedaba el chelo un poco enterrado.

Pablo González hizo una tercera de Beethoven magníficamente planteada desde un criterio de orquesta clásica: tempo ligero -excepto la marcha fúnebre-, sonoridad suelta, sin retórica, o sea, sin cargar los cortes de resonancias, ni alargar calderones; con muy marcados “esfonzandos”, diversos estratos de intensidad en la acentuación, baquetas limpias en la percusión, cuidados detalles en lo que subyace acompañando al tema, no sólo en lo que sobresale, y una dirección un tanto bailada, pero muy eficaz y transmisora: daba gusto ver al espigado director agacharse y que la orquesta respondiera con un “pianísimo” increíble. Así, el primer movimiento, va del ese matiz muy “piano”, a la más rotunda energía que pide Beethoven. La fuerza, siempre va a venir de la minuciosa claridad, del garbo rítmico, del contraste, y de dejar que cada familia se exprese: trompas, por ejemplo; o violines segundos, violas? La marcha fúnebre está marcada por los contrabajos -muy bien-, se retiene el tempo por necesidad del drama; bellos reguladores. En el final -atacca-, se da tiempo a que la solemnidad invada a la orquesta para estallar una rapidísima conclusión, con los profesores al máximo de sus posibilidades. Gustó al respetable.