Las formaciones musicales invitadas son, sin duda, uno de los platos fuertes del bien preparado festival internacional de bandas IFOB. La primera en asomar sus bruñidos cobres es la Municipal de Bilbao, que se presenta con detalles de contrabajo, arpa, violonchelo, banda de chistus y dantzaris. Pero, sobre todo, con un sonido magnífico, a mi juicio de lo mejor escuchado en estas formaciones, porque es redondo, muy bien empastado, muy dúctil hacia los matices en piano, que es donde más se nota la calidad de una banda; y con unos fuertes redondos y no chillones -brillo de plata, más que de cobre-. Es un acierto la búsqueda y configuración de ese sonido, a partir de los graves. Al frente, un excelente director: de gesto enérgico, entusiasta, claro, que contagia los matices pedidos y que controla muy bien el volumen, se vio en el acompañamiento al solista. Comenzó la velada con la suite ballet Magic Potion, muy para que se luzca la banda, con sus episodios eminentemente rítmicos (Dance of joy); otros más en matiz piano, donde se hace notar el contrabajo; otros de claro virtuosismo -en trompetas, por ejemplo, muy a lo Berstein (Euphory)-; para seguir con un bello lirismo en flauta y oboe (impecables); y terminar en el esplendor de la marcha (Folk Festival) donde todo el conjunto alcanza la plenitud sonora, siempre redonda y hermosa. El concierto para clarinete de Oscar Navarro es una composición hecha de clarinetista -el compositor-, a clarinetista -el intérprete-. Su comienzo muestra el, a mi juicio, más bello sonido del clarinete: el sonido grave, de terciopelo, en un fraseo lento, de fiato infinito, humano como pocos, que sienta cátedra de comunicación con el oyente, y crea el ambiente, un tanto de embrujo, de la obra, con sus recursos de palmas y castañuelas. En los tramos lentos, la flauta, el oboe, el violonchelo, le dan la réplica, -el tema es muy amoroso-; en el último movimiento, el ambiente es muy danzón, implicando a la banda por familias -magníficas tubas-, en un ambiente de vorágine de danza que hasta recuerda la tradición Klezmer; por la influencia de culturas que se adivina. El éxito de este concierto -francamente gustó mucho-, estuvo unido, claro, a la soberbia versión de José Franch-Ballester, cuyo dominio del clarinete es de esos que parece que tocarlo es fácil, y que no hace falta respirar. El dominio técnico del virtuosismo es lo más vistoso; pero la verdadera calidad estuvo en el fraseo, en los matices, en la hermosura del sonido. El matiz en pianísimo de la propina Oblibion de Piazzolla, magistral.

De la Noche de San Juan de Miguel Asins, me quedo con el desfile de solistas que propicia la obra: oboe, corno inglés, chelo, la joven trompista? aunque, el tema de la obra, que se repite, tarda un poco en despegar, hasta que alcanza al tutti de la banda.

Para finalizar, los de Bilbao, tuvieron el detalle de “homenajear” a la Pamplonesa, a través de su director titular, con la inclusión, en el programa, de las estupendas variaciones sobre el Agur Jaunak, que Egea compuso en 2007. Siempre nos gustan las variaciones, porque sigues, con verdadero entretenimiento, los recovecos compositivos a donde va el tema -en este caso tan conocido-. Con el protagonismo del txistu -gran categoría los municipales de Bilbao-, el Agur se solemniza, se esconde en disonancias, se baila -en el pop, y en los estupendos dantzaris-, y resplandece al final. De propina: Arin Arinak de Pierre Wekstein, en versión para banda de Angel Briz, con protagonismo de txistu y dantzaris. Un éxito.