humanity and music’

Intérpretes: Orquesta Sinfónica de Navarra, Federación de Coros de Navarra (Alaikapela, Arturo Campión, Gizonok, Salus, Tubala Uxoa, Tiebas, Goikobalu, Paz de Signada). Programa: Humanity at Music, de Fernando Velázquez. Programación: Cooperativa Mondragón. Lugar: auditorio principal de Baluarte. Fecha: 20 de junio de 2019. Público: no llegó a tres cuartos (10 euros).

En Beire, mi pueblo, hay un pequeño y austero monumento dedicado a Don Victoriano Flamarique, que fue cura de Olite y fundó la primera cooperativa allá por 1911. El coooperativismo -en este caso agrícola- fue la salvación de los pequeños agricultores, que nada tenían que hacer ante los precios impuestos por los latifundistas. Recuerdo las cartillas, gestionadas al miligramo, de la cosecha; el orgullo del trabajo duro, pero del fruto tuyo; y aún se puede ver el letrero de azulejos, brillante: Bodega Cooperativa San Isidro, fundada en 1918. El goyarizado compositor y director Fernando Velázquez ha presentado una sinfonía cantata que homenajea el movimiento cooperativista; en su caso el cooperativismo industrial, en recuerdo de otro gran presbítero: don José María Arizmendiarrieta, fundador de la CC Mondragón. Excelente idea que demuestra la talla humanista del músico, al ser agradecido con los hombres buenos del pasado. Los inescrutables caminos de la economía actual, las guerras comerciales con China, etcétera, no sé dónde llevarán el cooperativismo; pero lo cierto es que el pasado de la proverbial iniciativa -que fundó su propio banco rural- es el de una utopía cumplida, espléndida, que ojalá fuera base del trabajo (en realidad, no harían falta ni sindicatos, ni huelgas ¿se imaginan?) para el futuro. A todo este universo de iniciativa, creatividad y trabajo, con unos textos de Jon Sarasúa, pone Velázquez una música tonal, amable de cantar y escuchar, que, en ocho números, desgrana las etapas de las cooperativas.

A mi juicio, Humanity at Music es, sobre todo, la banda sonora de un estupendo musical -la ópera popular de nuestro tiempo-, que narra, muy optimista y gráficamente, las vicisitudes de la idea. Para entendernos -y salvadas todas las distancias, sobre todo ideológicas-, me recuerda el entusiasmo -repoblador de árboles- del oratorio El canto de los bosques, de Shostakovich: quizás la próxima cooperativa sea la que fomente una masiva repoblación forestal para recuperar el clima. El comienzo es un unísono asambleario, a modo de himno: el coro -muy nutrido- suena a masa bien empastada; el texto apunta una revolución, pero silenciosa. El número 2 tiene un joven solista -arrimado al pop- y un hermoso contrapunto entre dos temas corales: invita a crear. El 3 es un fabril y frenético ostinato de trabajo: rítmico, bailable; el coro se comporta bien, no emborrona. El 4 es un tema muy lírico dedicado al dinero, sobre un texto francamente utópico -dinero creador no especulador-, pero deseable, claro. El 5 es muy optimista y luminoso: un tema sólido en una mitad del coro, es adornado por arriba, por el resto: queda bonito. El 6, para mí el más bello, es un salmo de acción de gracias hacia los fundadores: emocionante, lento, íntimo, profundo y poderoso; que la masa coral canta con reverencia hasta quedarse -como una larga despedida- en un infinito calderón final. El siete, solo con piano y batería, es a ritmo moderno, pop, con palmas y todo, como abarcando otras músicas (internacionalización, lo titulan). El 8 y último, arranca con un tema muy pegadizo en la flauta, que pasa a la escolanía, luego al tutti, y que alcanza, incluso, al público que quiera unirse; y cuyo texto insiste en que hay que tener un pi en la tierra y otro en el aire, alentando al oxímoron de una utopía realista. La orquesta, tratada muy al servicio del coro, bordó su actuación, con rotundas incursiones del metal -en contrapunto- fomentando el grosor de la obra, y delicadas injerencias de violines. Un éxito, esta versión, también, muy cooperativa.