Los hay de todas las clases y colores, pero pocos en el paisaje muralístico que cambien con el paso tiempo, o mejor dicho, con el calor, con la lluvia o con el viento. Es el caso de la espectacular obra de arte urbano que hay en Vitoria, en una de las paredes de la calle Cuchillería, 36, esquina con el cantón de San Francisco Javier, con un cielo que tiene un cierto aire al que plasmó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, solo que en vez de escenas bíblicas aquí lo son mucho más terrenales: las de los vecinos del corazón del Casco Viejo gasteiztarra, que posaron el año pasado para una serie de fotografías tomadas frente al museo Artium, y que fueron la base para dar forma a esta nueva intervención, hecha por y para sus residentes, quienes serán los que podrán seguir la evolución de este arte urbano y decidir, en su caso, si merece la pena plantear una conservación preventiva o por el contrario su abandono, dependiendo de su conexión emocional con él.

El mural lleva el sello inconfundible del artista castellano Gonzalo Borondo, uno de los creadores más respetados dentro y fuera del Estado, cuyas fuentes de inspiración son, precisamente, los grandes maestros de la pintura europea clásica y el arte callejero moderno, gracias a su simplicidad, espontaneidad, rapidez de factura y una gran técnica de ejecución.

En concreto, en esta fachada del cantón de San Francisco Javier ha querido hacer una reflexión de los efímero y lo perdurable, a través de dos secuencias. Una, que se conservará a largo plazo: el alma del mural y otra, que irá desapareciendo, de modo que el proceso de degradación del muro llegará a ser parte de la propia pieza.

Y aunque Borondo no ha tardado los 30 años que al maestro del Renacimiento le costó pintar los frescos de la historia de la creación del mundo y la expulsión de Adán y Eva del paraíso, sí que le ha llevado su tiempo hacerla realidad, dado que en septiembre de 2018, tuvo que interrumpirla por unos imprevistos con la grúa.

Pero ello no hizo que se olvidara de ella. De hecho, este mismo miércoles regresó a la capital alavesa para culminar esta obra, aunque otra vez la maquinaria les volvió a dar un pequeño susto cuando se negó a elevarse. Pero, finalmente, lo hizo, logrando al día siguiente, finalmente, zanjar este reto que surgió durante el congreso de restauración del grupo español del International Institute for Conservation, GE-IIC, celebrado en Gasteiz a finales de 2018, donde se llegó a un acuerdo con este artista.

Para materializarla, ha contado con la inestimable colaboración de la impulsora del itinerario muralístico vitoriano, Verónica Werckmeister, que se encargó de coordinar el trabajo y de asistir a Borondo durante su proceso de creación. Y de los vecinos, a los que Werckmeister quieren agradecer su generosidad y disposición durante todo el proceso, así como la gran respuesta para posar y participar en el diseño.

“Esencialmente distinta” En esta segunda intervención, Borondo asesorado por las conservadoras del GE-IIC, Elena Gayo y Sandra Gracia, ha realizado pequeñas transformaciones en la obra que harán que sea “esencialmente distinta” durante un tiempo corto, pero difícil de predecir.

Se trata, por tanto, de un mural vivo, cambiante, gracias a unas capas de pintura efímeras. En este caso, se ha confiado en la firma de pinturas al silicato Keim. “Vamos a aplicar materiales sensibles a la humedad. Unos más resistentes que otros y el muro irá cambiando dependiendo del tiempo que haga”, detalla Elena Gayo.

Hay un tanto por ciento que se deja al azar, ya que es imposible saber el tiempo que va a hacer y el modo en que afectará al mural. Es una experiencia nueva, impredecible, tanto como la de dejar en manos de los vecinos la decisión de si debe perdurar en Gasteiz.