pamplona - Atalaya vuelve a Shakespeare después del Ricardo III que estrenó en 2010, ¿por qué Rey Lear y por qué en este momento?

-Es una obra que siempre he tenido presente. Recuerdo haber trabajado algunos de los monólogos cuando empezaba a dar clase o en mis inicios como director. Me ha acompañado toda mi vida como un referente, esperando poder hacerla alguna vez. En Atalaya funcionamos como una compañía estable, una de las poquitas que siguen existiendo en el país, y yo no voy a contratar a un actor conocido de televisión para que haga el papel, así que tenía que esperar a que una persona tuviera ya el poso para poder interpretar este papel.

Esa persona ha sido Carmen Gallardo, que últimamente había hecho Celestina y Madre Coraje.

-Eso es. He tenido esperar a que tuviera unos años para que pudiera interpretar a estos tres grandes personajes del teatro universal.

¿Tuvo claro desde el principio que iba a ser ella la que diera vida a este emblemático personaje masculino?

-Lo cierto es que había otro actor en el que había pensado antes, porque, aunque es más joven que Carmen, estaba más deteriorado físicamente, como suelo decir en broma. Pero, precisamente, por ese deterioro físico no ha podido afrontar un personaje de este calibre, así que el azar propició que tuviera que ser Carmen. Ya teníamos el proyecto lanzado y, afortunadamente, no hay mal que por bien no venga. Nunca nadie hubiese podido dar los registros que ha dado ella. Me ayudó a tomar la decisión descubrir que grandes actrices como Nuria Espert y Glenda Jackson habían interpretado al Rey Lear. Me tranquilizó. Sabía que Blanca Portillo había hecho Hamlet y Segismundo, pero no es lo mismo, porque Rey Lear es muy especial, está lleno de matices.

Pues el público y la crítica le ha dado la razón.

-Sí. Carmen alcanza unas cotas de fragilidad tan extremas que provoca una gran emoción y conmoción en el espectador. Ningún actor que conozca lo logra; incluso he visto grabaciones con Ian McKellen y Anthony Hopkins o de Alfredo Alcón en España, y no logran ese poder de conmoción tan extremo que provoca Carmen y que ha hecho que le lluevan premios, nominaciones a los Max y lo que queda por delante. El espectáculo no lleva ni un año y ya hemos recorrido media Península y ya tenemos previstas giras y más giras. Y a ella le llegarán reconocimientos de todo tipo por su soberbia interpretación. Igual que la de sus compañeros.

Es un personaje que atraviesa todo el arco de emociones y de pasiones humanas. Alguna vez ha comentado que no hay otro personaje igual.

-No hay ni una obra ni un personaje igual. Es el Everest del teatro, pero no el que hemos visto en los últimos tiempos, lleno de turistas. Con Rey Lear nosotros hemos tenido que subir el Everest en invierno y sin oxígeno, aunque, una vez arriba, en la cumbre, uno ve que todo el resto del teatro universal está unos palmos por debajo. Es tan grande su calidad literaria y el poder estremecedor que Shakespeare alcanza con esta obra... Por un lado está el existencialismo de Hamlet; por otro, la ambición de poder de Macbeth o Ricardo III, y luego está Rey Lear, que tiene algo que no tiene ninguna de las otras, esa empatía con los desarrapados, con los miserables.

¿Es una obra política?

-Contiene una toma de postura política y social que creo que es la razón por la que estuvo siglos no tanto oculta, pero sí transformada. Hay personajes como el bufón, que es determinante con un monólogo que yo he cambiado de sitio, que no existía en las puestas en escena de los siglos XVII, XVIII, XIX e incluso principios del XX. Era una figura proscrita.

Dice cosas muy incómodas.

-Claro. El bufón es un azote para los reyes, para los poderosos, para los de arriba en general. Es que en muchas puestas en escena, la obra acababa con un final feliz. Uno de los primeros que la retomó y la mostró en todo su esplendor fue Peter Brook en 1970. Fíjate, en la segunda mitad del siglo XX. Luego la hizo también Kozintsev y a partir de ahí nadie se atrevió a volver a censurarla. Porque hasta entonces había sufrido censura política y social, lo que seguramente provocó que no tuviera la misma consideración que otras obras. Bueno, siempre se la ha considerado una de las grandes, pero es que para mí no lo es: Rey Lear es la más grande de largo del teatro universal. Y reto a cualquiera que me diga qué otra se puede comparar con esta. Ni Hamlet, ni Macbeth, ni Medea, ni Electra, ni La Orestiada... Porque tiene todo lo que tienen esas otras y mucho más.

En su adaptación ha reducido bastante la obra original, ¿ha querido ir a la esencia?

-Es que la original dura más de cuatro horas. Se podría hacer como ejercicio y representarla unas pocas veces al año, pero nosotros queríamos que fuera nuestro gran espectáculo para varios años, y que todo el público, y no el de élite, pueda verla, allá donde sea. Además, tampoco podíamos hacer un montaje de cuatro horas porque, físicamente, ni siquiera los actores de Atalaya la aguantarían. Nuestro montaje dura 1 hora 45 minutos y en la adaptación me he ido al tuétano, al big bang que tiene la obra dentro, quitando todo adorno, recurrencia o elementos prescindibles, de manera que en ese tiempo se produce un estallido de los sentidos y de las pasiones.

¿Qué me dice del coro?

-El coro participa en los cambios de escenografía, pero sobre todo proporciona una especie de trama musical que va provocando sensaciones. Hay un ambiente sonoro como de los bosques de Europa. Las canciones que ejecutan los actores de Atalaya proceden de Polonia, Bielorrusia, los Balcanes, Ucrania... Contribuyen a transmitir frío, inquietud, misterio, oscuridad y a la vez potencia de voz.

¿Es el trabajo más complicado al que se ha enfrentado?

-Sí, sí, sin duda. Recuerdo que en la Asociación de Directores de Escena (ADE) hice unas notas de dirección y en este caso escribía claramente que para mí ha sido como subir al Everest sin oxígeno, donde el mal de altura te puede matar. En este caso, el mal de altura era el enorme nivel de los personajes. Como decía Al Pacino en Looking for Richard, los personajes de Shakespeare están a mucha distancia por encima de los humanos, de los actores, de los directores, del público, y eres tú el que te tienes que poner la mochila y subir adonde están ellos. Y añadía que el actor británico hace eso, mientras que el americano se baja el personaje a su vida cotidiana y le quita toda la magia y la grandiosidad. De hecho, en Looking for Richard está esa idea de que Pacino se viene a Europa a aprender a hacer a Shakespeare. En nuestro caso, como cuando hicimos Ricardo III tuvimos la suerte de contar con grandes como Will Keen y Esperanza Abad o maestros de danza buhto, entre otros, fuimos adquiriendo un legado, una mochila para subir a la cumbre. Porque nosotros somos mochileros, hacemos teatro de aventureros, no vamos con la maletita de ruedas, sino con carga en la espalda. A veces llevas tanto peso que te caes, ruedas unos cuantos metros, te das cuenta de que te has equivocado y vuelves atrás y pruebas otra vez. Imagínate que hemos hecho 140 ensayos para esta obra, cuando lo habitual en España son treinta o cuarenta.

Esta es una obra con varias llamadas de atención. La primera y evidente, a las familias, de donde todos procedemos; pero también a quienes se dejan regalar los oídos de aduladores en lugar de rodearse de gente honesta y competente. De eso hay mucho hoy.

-Yo he visto montajes de esta obra de directores amigos que han puesto el acento en el culebrón familiar, y yo creo que eso es solo una pequeña parte. Pasa lo mismo con Celestina, que lo de Calixto y Melibea no lo es todo, porque son mucho más importante la lucha de clases y la idea de la corrupción. En Rey Lear también está la lucha por el poder, en el caso de las hermanas, y la traición. Pero la idea del caos es la más importante. El caos que engendra Lear, al que, como se diría hoy, se le va la olla y decide dividir su reino en tres, pero no por generosidad, sino para que se lo agradezcan con intereses. Eso es falsa generosidad, como cuando Amancio Ortega hace unas donaciones y luego te enteras de lo que paga a Hacienda... Lear provoca un caos tan grande, que es como el que tira una piedra en un lago y genera sucesivas ondas expansivas. Porque el siguiente nivel de caos que produce tiene que ver con la sociedad, cuando su reino empieza a desmoronarse. Y el tercer nivel es el del universo, con tempestades, eclipses... La naturaleza se manifiesta ante el desastre de este hombre.

Se diría que Lear se parece a algún que otro mandatario actual.

-Es que la obra es tremendamente actual. Fíjate en el caos que están generando Trump o Bolsonaro en el planeta, intentando cargarse el clima y la Amazonia. Son personas que tienen destrozados sus cerebros, posiblemente estén destrozando sus países y el planeta que conocemos. Ese triple nivel, lo personal, lo social y lo universal es muy interesante y yo solo lo he visto en Rey Lear.

Pues esperamos al rey en el castillo de Olite.

-Y nosotros vamos con mucha ilusión porque Olite es el único festival prestigioso de España en el que Atalaya no ha estado. Sí lo ha visitado TNT con las mujeres del Vacie, por ejemplo, pero Atalaya, no. Y también echo en falta llegar a Pamplona, hace muchos años que no vamos. Hemos recorrido 40 países, tenemos premios en todo el mundo y hemos estado en la Escuela Navarra de Teatro mostrando parte de nuestro trabajo, pero no hemos podido estar allí como cuando vamos al Lliure o al Teatro Español. En el Gayarre parece que no quieren saber de nosotros, así que aprovecho para dar este tirón de orejas.