pamplona - Una familia ensombrecida por la tragedia. Y por un secreto. Dos hermanos. Una madre. Algunos fantasmas. El mundo de arriba y el de abajo. Ismael Martínez Biurrun (Pamplona, 1972) traza una historia en la que el pasado pesa demasiado y la presencia del malvado es alargada.

¿De dónde sale esta oscuridad?

-Está claro que todo sale de mi cabeza, pero, precisamente, el objetivo de escribir suele ser evitar psicoanalizarte y tratar de que todas estas oscuridades se conviertan en ficción, que es una forma de exorcizar los demonios propios. Por supuesto, todo lo llevamos al extremo más espectacular; no creo que haya en mi cabeza nada equiparable de las cosas que les pasan a mis personajes, pero todo sale de mí, sin duda.

De todos modos, como me dijo cuando hablamos con motivo de la publicación de ‘Rojo alma, negro sombra’, todos llevamos oscuridad dentro y es estremecedor cuando la descubrimos.

-Sí, es verdad, y yo siempre he tenido esa inclinación por convertir esa oscuridad en relatos. No sé muy bien por qué, quizá porque era un niño introvertido y absorto en mis fantasías y en mis pesadillas, pero, como dice, esto es algo que tenemos todos, y a la hora de escribir no sé muy bien por qué un escritor se decanta por una dirección o por la otra. Luego hay que decir que en la vida cotidiana los autores de terror somos personas completamente normales, risueños, y nos gusta que haga sol, no nos gusta dormir en un ataúd ni nada por el estilo (ríe); aunque a la hora de crear historias por algún motivo sentimos ese magnetismo por lo oscuro y siniestro. Se podría analizar, de hecho, en su día leí un montón de libros de Jung, pero llega un punto en que te preguntas para qué racionalizarlo todo tanto, no vaya a ser que pierda la gracia de la ficción, que consiste en no ser capaz de interpretar del todo el sentido de tus historias. Porque cuando empiezo a escribir nunca me lo planteo, pero al acabar a veces tampoco acabo de saber del todo qué quería transmitir. Hay temas a los que más o menos me acerco, pero es una indagación, no hay respuestas al final.

En varias de sus novelas el peso del pasado está muy presente. ¿Le interesa esa corriente que de algún modo marca a los personajes en su acción o inacción?

-Totalmente. Esto es muy propio del relato gótico clásico, que tiene que ver con las maldiciones familiares. En Mujer abrazada a un cuervo quizá queda más claro, pero, en realidad, en todos mis libros hay traumas relacionados con sucesos del pasado, con pecados de los padres que acaban pagando los herederos, como si la sangre llevara alguna carga... Y, como digo, esto siempre ha estado relacionado con los inicios del terror gótico. Además, en mi caso también existe ese territorio mítico que todos guardamos y que es la infancia. Todo lo que nos ha pasado en la infancia se convierte en algo a lo que le buscamos significado una y otra vez. Por ejemplo, los personajes de Sigilo, que ya son cuarentones, se encuentran en ese momento de pararse a pensar cuál era el propósito de su vida, que muchas veces tiene que ver con el sitio del que venimos. Y ahí siempre está nuestra infancia, y en nuestra infancia están inevitablemente nuestros padres.

Hay uno de los personajes, Andrés, que en un momento dado dice algo muy duro: “No me cuidasteis”

-Es un reproche durísimo, lo peor que te pueden decir como padre. Siempre esperamos de nuestros padres que nos protejan y nos cuiden, y los padres, a la vez, tenemos ese impulso protector. Pero, claro, por el camino también hay mucho sacrificio personal. Como padres, perdemos muchas cosas por el camino. También hay imperfecciones, errores y decisiones equivocadas que en algún momento alguien podría tener la tentación de analizar y pedir cuentas. Pero creo que eso no tiene sentido, pedir cuentas al pasado o a las personas que se equivocaron con nosotros solo te aboca a la frustración. El pasado no se puede cambiar, solo puedes asimilarlo.

En este caso, un secreto mueve a los personajes, aun cuando no son conscientes de que está ahí.

-Es un suceso que pasó en la infancia de los dos hermanos y que implica al padre e indirectamente a la madre, y en efecto, no son conscientes de que es como un motor que tienen oculto dentro de la cabeza y que ha estado toda su vida llevándoles en determinada dirección. La novela se pregunta un poco si existe una relación entre nuestro carácter y nuestras decisiones. El carácter que tenemos hoy está muy relacionado con las decisiones que hemos ido tomando en nuestra vida, y, al mismo tiempo, esas decisiones responden a nuestro carácter. Son las dos caras de la misma moneda. Y la historia se pregunta hasta qué punto uno puede sentirse culpable de las decisiones que ha tomado o debe asumirlas como rasgos de su carácter. Aunque ya digo que no me suelo hacer estos planteamientos al empezar, simplemente puse a mis personajes en marcha, introduciéndoles esta semilla traumática para ver hacia dónde evolucionaban sus caminos.

La estructura del libro es especial, con caminos separados y personajes que nunca se cruzan, salvo en los pensamientos o en los recuerdos.

-Son tres personajes, dos hijos y una madre, vinculados por su relación familiar, pero en ningún momento llegan a cruzarse físicamente, si acaso simbólicamente. Me gustaba que cada uno tuviera su propio periplo en un escenario distinto, pero que corriera en paralelo, como una tela de araña con ese centro en común que tiene que ver con su pasado. Y sobre lo de arriba y abajo me fui dando cuenta a medida que escribía. Existe una cierta verticalidad en la relación entre los personajes. Uno de los hermanos acaba sumergido en el fango dentro de un coche y el otro trabaja como agente de seguridad en un rascacielos, donde tiene lugar el clímax de su historia. No sé muy bien qué me gustó de esta idea, lo más lógico es identificar abajo con la muerte y arriba con la vida, pero realmente me gustó más el juego geométrico, vertical.

En la novela nos presenta una fraternidad aparentemente rota, pero que, sin embargo, sigue ahí. ¿Esa conexión es tan fuerte?

-De las novelas que he escrito, esta es la que más claramente aborda el tema de la hermandad. Es una relación muy especial, incomparable con cualquier otra. Incluso aunque pierdas el contacto, el vínculo sigue ahí, seguramente por esa infancia en común, aparte de lo genético, que para mí es menos interesante. La experiencia y los padres en común son más importantes. En ese caso, son dos hermanos que han perdido el contacto, pero esa conexión sigue en su cabeza, y ahí es donde entran también elementos del código fantástico.

Entrando en lo fantástico, ¿por qué República Dominicana y la figura de la ‘mambo’?

-Lo primero que surgió en mi cabeza fue el personaje de Magaly como cuidadora de la señora mayor. Me interesaba mucho. Y por la experiencia que tengo en Madrid de conocer a mujeres cuidadoras vi que en Tetuán hay una colonia dominicana bastante importante, así que me fui a pasear por allí y vi que había bastantes santerías. Me pareció irresistible introducir este elemento, aunque cuando uno hace estas cosas siempre tiene el miedo de que le acusen de apropiación cultural. En este caso, lo hice con la excusa del personaje de Magaly, que es una dominicana que hace años que vive en España, pero aun conserva una conexión muy viva con su isla y con su infancia, cuando conoció a una mambo, una sacerdotisa vudú. Aunque la palabra vudú no sale en ningún momento en la novela y no creo que ellos la empleen. Esta religión africana llevada al Caribe se mezcló con el cristianismo, como se ve en sus rituales. Estuve indagando en ellos, con la intención de desmitificarlos y de no relacionarlos con magia negra, porque son ritos en los que se pueden pedir cosas positivas y que en el fondo tienen el propósito de crear comunidad más que otra cosa.

Magaly es una mujer que se siente perdida también.

-Sí, y yo quería darle cierto poder. Está bastante marginada, tiene problemas laborales y personales, pero hay un elemento en su biografía, que es este poder de invocación de los espíritus del vudú, y lo emplea. No quiere hacerlo, pero quiere ayudar a la mujer a la que cuida. O lo intenta, porque la ayuda que reciben de estos espíritus es un poco ambigua. Al final, ellos también se cobran su propio tributo.

¿Qué me dice de Coppel, ese enemigo que sobrevuela toda la novela?

-El nombre está inspirado en el famoso relato El hombre de arena, de Hoffmann, en Coppelius, un socio del padre que tiene una parte oscura. Yo me apropié de ese apellido para generar esa especie de reverso oscuro del padre de los protagonistas. En ausencia del padre, es este personaje, Coppel, el que emerge desde el pasado. En su nueva encarnación es el líder de una secta contactista inspirada en Heaven’s Gate, cuyos líderes convencieron a los adeptos de que se suicidaran. Hay vídeos de Marshall Applewhite en Internet y la verdad es que tiene esa mirada inquietante... Coppel está inspirado en él.

Esta novela tiene, por supuesto, su parte fantástica, pero parece más realista que las anteriores, ¿es así?

-Sí, totalmente. No era algo planeado, y sí que tiene un elemento fantástico al final, pero incluso en ese clímax también me permito sembrar la duda y dar a entender que tal vez se pueda analizar en clave realista. Por algún motivo es un libro que me ha llevado más por el camino de creación de personajes y no tanto por la especulación fantástica. No sé si es algo que continuaré o no, esta historia me lo pedía.

En todo caso, Ismael Martínez Biurrun no es amigo de las etiquetas.

-No, lo que pasa es que al final tienes que pasar por el aro quieras o no. En este caso, el libro ha salido en la colección Runas, que es estupenda, y se está vendiendo como literatura de terror, de lo que no me quejo en absoluto, porque estar en una estantería al lado de Poe, de Lovecraft o de Stephen King me parece maravilloso. Por otro lado, piensas que hay público que inevitablemente te puedes perder. En esta novela hay quizá más elementos de thriller porque hay extorsión, hay armas... Aunque a mis personajes cuando cogen armas no les sale nada bien. No es lo suyo (ríe). En fin, que la novela se esta comercializando como terror, aunque creo que a un lector de thriller o más realista también le podría interesar.

El título, ‘Sigilo’, tiene varios significados en esta historia.

-Y me gustó por eso. Por un lado es como se llama a los símbolos de determinados rituales de santería, pero, por otro, tiene que ver con el secreto que guardan los personajes. Y también con silencio. Andrés es sordomudo y el silencio tiene mucho que ver con esta historia.