pamplona - Desde ese lugar de encuentro en el que los océanos no separan, sino unen, Rocío Márquez y Jorge Drexler presentan Aquellos puentes sutiles, un viaje por los cantes de ida y vuelta. De Sudamérica, a España. De aquí, a allá. Porque al fin y al cabo, “las canciones van y vienen”, resume Drexler. Y no hay más.

Aquellos puentes sutiles es la historia del encuentro entre dos artistas, pero ¿cuál fue el punto de partida? Aquellos puentes sutiles

-Me propusieron una idea preciosa: interactuar con alguien del flamenco. Estuve pensándolo y la única variable que me importaba es que hubiera una conexión real con la persona con la que fuera a trabajar. Así fue como me junté con Rocío y fue un flechazo artístico. No se me ocurre alguien más apropiado que ella para esta interacción, tiene no sólo las tablas de estar cantando en peñas desde la infancia, con el duende que eso trae... Es que además es una erudita y tiene una formación cultural que entre nosotros, los colegas del mundo de la música, que muchas veces somos gente intuitiva, es muy difícil encontrar. Para mí fue un lujo, como una especie de posgrado en flamenco (risas). Es un privilegio compartir proyecto con ella y hemos aprendido mucho. Rocío conoce el mapa emocional y geográfico del flamenco y lo cuenta con un amor y una generosidad...

¿Qué puentes se han trazado durante esta investigación musical?

-Empezamos a investigar no en lo que se ve en la superficie, por eso no son los puentes evidentes, sino los sutiles. Es como un mapa que comunica dos regiones por debajo. El flamenco y el folclore de mi región, de Río de la Plata, y de Latinoamérica en general, beben de un acuífero común que es el romancero poético, el octosílabo en la estructura del verso, la guitarra como instrumento que lo vertebra, los palos afrohispanos, digamos... Vienen del norte de África, llegan a España, pasan a Cuba y al resto de América y regresan a España de vuelta. Ahí se teje un territorio que ya no es solo de ida y vuelta, sino de ida, vuelta, ida, vuelta y volver (risas).

Un mapa sonoro que demuestra que no estamos tan lejos de un lado al otro del charco.

-Hay una frase de un libro que me dio Rocío que lo resume, ya que la gran conclusión sobre los cantes de ida y vuelta a la que llega el autor es que el océano es un conector, no un separador o una barrera. Las vías de trayecto entre regiones en esa época eran principalmente marinas, así que en ese sentido tener un océano en el medio era un puente. Y es muy impresionante, estuvimos investigando la genealogía de los que habían tendido puentes y vimos a Marchena y la colombiana, el último palo del flamenco que se incorpora a los centrales, y cómo lo trajo Marchena y cuál es el vínculo con América... A mí me gusta una parte poco visitada en el mundo del flamenco, esa literaria que son los textos. Porque si bien hay palos que visitamos comunes a los dos lados, como la chacarera, los tanguillos, la baguala con el fandango, la rumba flamenca con todos los palos afroamericanos... que son evidentes, guitarra y acordes, la identidad poética que hay a uno y al otro lado del océano para mí es todavía mayor. Casi todos los textos son octosilábicos, de textos tradicionales como el romancero.

Y desde estos puentes sutiles, en el concierto, ¿cómo son esos paisajes sonoros que podemos otear?

-Vas a encontrar un paseo por los cantes de ida y vuelta, que por mi lado está la chacarera, la milonga, la zamba, el samba, los palos brasileros... Y por el lado de Rocío, la colombiana y muchísimos palos ternarios como los tanguillos, los fandangos, que ella viene de Huelva también... Hay un hincapié de cosas que tienen algún elemento en común. Todas las canciones que tocamos en conjunto tienen algún elemento temático, o métrico, o rítmico, o armónico que está relacionado con esa conexión.

Si vamos al repertorio, ¿habrá lugar también para defender temas de sus carreras en solitario?

-Es un 80% en conjunto, pero también tenemos un sector cada uno, en el cual aquello que nosotros entendemos que son puentes sutiles dentro de nuestro repertorio, lo desarrollamos. Como te habrás dado cuenta, estoy eludiendo específicamente contar el repertorio (risas). Pero hemos hecho poco este concierto -anteriormente en Granada y Huelva- y nos gusta que sea como una pequeña narración. A veces se cita más que a un género, a un autor, como Marchena o Morente. Es curioso, hasta Leonard Cohen aparece.

Parece como si, de alguna forma, todo pudiese estar conectado por esos puentes sutiles.

-Tenemos cuidado con eso, ya que una cosa es que exista una conexión profunda, y otra que uno pueda ponerla en evidencia y la puedas fundamentar. Si partimos de la base de que daba igual porque todo estaba conectado, hubiéramos cogido un manojo de canciones preciosas y hubiésemos hecho un concierto y siempre hubiésemos encontrado un fundamento. Pero nos metimos en un tipo de canciones hechas para la inmensidad y la distancia, que tienen el mismo carácter. Quien escucha el concierto ve que intentamos ir más allá de tocar, que podría ser porque Rocío viene con dos músicos maravillosos -Miguel Ángel Cortés (guitarra), Agustín Diassera (percusión)-, y yo con otros dos maravillosos también, Borja Barrueta -percusión- y Martin Leiton -leona y guitarrón-. No es una clase de flamenco, es un concierto que intenta emocionar, pero intentamos emocionar con esa historia, que la gente se sienta partícipe en este momento tan peculiar.

¿Momento peculiar en qué sentido?

-Estamos en un momento para recordar que las canciones van y vienen, que los palos van y vienen y que nunca se sabe muy bien dónde están originados... Se difuminan mucho las categorías radicales estéticas en la música de la misma manera, a eso quería llegar, en que se difuminan las barreras humanas, por ejemplo. Y cuando acabamos de ver una cosa como la que pasó con el Open Arms, que es una vergüenza... No es que no debiera haber fronteras, porque no soy jurista ni soy tan ingenuo como para decir venga todo el mundo a vivir en todos lados, pero hay unas regulaciones que respetar y hay unos códigos éticos y deontológicos de cómo se trata una nave de náufragos en el mar. Pero sobre todo, lo que te decía es que los palos van y vienen porque los traen personas en barcos, que recordemos ahora que gran parte de las personas que trajeron los palos, fue también en condiciones espantosas. Que entendamos que la interacción humana genera cosas maravillosas y genera entrecruzamientos de géneros, de gastronomía, de música, de palos... Que no tengamos tanto miedo. Ni somos tan españoles como creemos, ni ellos son solamente africanos: somos mucho más complejos que eso y todos somos recién llegados de alguna manera.

De hecho, llevado al flamenco, algunos quizá olvidan que el cajón es un cajón peruano...

-Claro, por supuesto. La gente le llama cajón flamenco, pero se sabe exactamente en qué día, en la embajada de Perú, Rubem Dantas, un percusionista brasilero, trajo ese cajón. De eso hay un dato muy concreto pero lo mismo habrá pasado con la guitarra en su momento, sólo que no está conectado... Pero sí que está documentada la décima espinela -estructura métrica-, por ejemplo, que llegó a América y fue inventada aquí en 1591 por Vicente Espinel. Cuando tenemos documentación se enriquece mucho la narrativa y coge mucho peso. No es ya simplemente dos músicos en dos sillas sintiendo una emoción, que también, sino saber que eres parte de una historia común y que no siempre fue trazada con alegría, ya que también se trazó con mucho dolor y sufrimiento. Tenemos que tener presentes esas cosas hoy en día: los palos no fueron llevados por libros ni por pájaros, fueron las personas las que los llevaron con su vida digamos.

“El concierto es un paseo por los cantes de ida y vuelta: la chacarera, la milonga, los fandangos, los tanguillos...”

“Tenemos que entender que la interacción humana genera cosas maravillosas y no tener tanto miedo”