Carlos Mena, director y contratenor solista, nos ha deparado, con sus abundantes huestes, una grandiosa y emocionante velada musical. La inmortal partitura de Haendel -imperecedera y que no nos cansamos de escuchar- ha tenido una buena versión en su criterio directivo: siempre controlada, marcando todas las entradas; fluida en los tiempos; sonora, pero no embarullada; muy bien acentuada por la orquesta; bien recibida por la acústica de la iglesia de San Miguel; con detalles del que sabe del historicismo interpretativo, pero, también, con libertad y sin “talibanismos” puristas, para sacar al “generoso instrumento sonoro”, toda la expresión y hermosura posibles; teatral en los tramos más dramáticos; algo adornada en las voces solistas -en tenor y bajo, creo, que innecesariamente-; y manteniendo siempre el alto estado de ánimo que transmite la obra, tanto entre los intérpretes como entre el público. Por poner un ejemplo: el Aleluya, que siempre se presta a excesos, Mena lo trabajó desde los matices en piano, hasta el escalonado y progresivo entusiasmo final. Ese tactus optimista y motriz que brota de la batuta lo bien interpreta, en primer lugar, la orquesta: esa magistral base musical que lo cementa todo: La Sinfónica Navarra concreta su buena actuación en la soltura y el staccato, para aclarar el sonido; en la acentuación -maravillosa en el prestísimo del aria de contratenor, For he is, por ejemplo-; en la calidad de sus solistas -los dos violines del Amen, la trompeta, clave juguetón preparando algunos recitativos?-, y en el bajo continuo, fundamental y reforzado en contrabajo y chelos. La Coral de Cámara de Pamplona -(Favoritenchor)- cumplió, salvando las comprometidas vocalizaciones; pero algunas entradas fueron algo destempladas, con algunas voces sueltas. Cumplieron estupendamente las dos corales invitadas -Erenitza y Camino de Santiago-, con una aportación sobresaliente a la sonoridad en los momentos más solemnes; las sopranos, por ejemplo, muy luminosas y afinadas en los agudos. En cuanto a los solistas, la soprano Jone Martínez -(de magnífico recuerdo en el Mun)- responde muy bien en expresión, voz y trasmisión, a lo que se espera, por ejemplo, del famoso Redjoice: unas pulcras vocalizaciones al servicio de la narración; también, en las arias más tenidas se luce. El tenor Diego Blázquez aporta una voz hecha, que, a mi juicio, no tiene el vuelo barroco para los adornos que intentó; mejor no hacerlos. El barítono Victor Cruz, imprimió mucho dramatismo a sus recitativos; muy bello el “pianísimo” expectante antes del aria de la trompeta, que, ya es lucida de por sí, y es mejor no exagerarla con adornos que, además no encajan con el vuelo de su voz. Otra cosa es la voz de Carolos Mena: convincente y homogénea, y que, con buen criterio, fue austero en el adorno. Un acierto, sin duda, la inclusión del Mesías en la programación, y dentro de él, la implicación local. Prácticamente todos de casa. Esa es la verdadera cultura. Éxito apoteósico. Enhorabuena a todos.