A las 21.10 horas, veinte minutos de hora antes de que comenzase el concierto, había muchos sitios libres para aparcar en las inmediaciones del Navarra Arena, algo poco habitual cuando el lujoso pabellón alberga algún evento. Al entrar, sin embargo, había mucha gente, tanto en la pista como en las gradas. Y es que Melendi tiene tirón: en su última vista a tierras navarras reventó el Anaitasuna y en esta ocasión le faltó poco para hacer lo mismo con el Arena. El asturiano venía a presentar su más reciente material discográfico, Mi cubo de Rubik, y un público multitudinario y de todas las edades acudió a la cita.

Comenzó la actuación con una potente introducción musical: los músicos de la banda se lucían con sus instrumentos mientras sus imágenes se proyectaban en unas pantallas cuadradas (guiño al título de su disco). A la hora de cantar Canción de amor caducado, Melendi salió desde la parte trasera como una auténtica exhalación. Sin pausa empalmaron Tú de Elvis y yo de Marilyn, que continuó por los mismos derroteros guitarreros. A su término saludó, y dijo que había pasado toda la semana en cama, por lo que pidió al público que le transmitiera la energía que le faltaba. Continuó, en tono jocoso, hablando de su infancia y los motivos de su amor por la música (mencionó Canción de amor propio, de Ismael Serrano, como punto de partida de su vocación). Fue la introducción de Mi primer beso, que sonó solo con acústica y voz, o mejor dicho, voces, porque las miles de gargantas que allí se habían reunido corearon, literalmente, todas y cada una de las canciones de la noche. Daba igual que fuesen baladas de aire italiano (Besos a la lona), medios tiempos rumberos (Un violinista en tu tejado hizo que gran parte de la grada se levantase de sus butacas para bailar), o cortes de pop rock más estándar (Autofoto, dedicada “a las señoras y señoritas presentes, con permiso de los caballeros”). Incluso el antiguo enfant terrible de rumba y rastas regresó en la contagiosa Caminando por la vida, que hizo las delicias de la audiencia.

Visual y sonoramente, el espectáculo fue sólido. Escenario amplio, excelente iluminación y músicos de muchísima calidad a los que se les podía escuchar con nitidez. Todo ello jugando en favor de las canciones, que a su vez fueron de diversos estilos. Por haber, hubo hasta bachata en El arrepentido y aromas cubanos en Desde que estamos juntos. El paseo por Latinoamérica terminó con Déjala que baile. Para el tramo final, la banda volvió a pisar el acelerador de las guitarras (Tocado y hundido, Como una vela). Dejó para los bises Cenizas en la eternidad, algo plana, La promesa, que sí consiguió levantar a la parroquia, o, tras una nueva despedida en falso, Cheque al portamor y Tu jardín con enanitos, estas sí, definitivamente arrebatadoras y con palmas atronando. El punto y final, el de verdad, llegó con Lágrimas desordenadas. Algunas lágrimas se vieron entre el público: eran de felicidad.