Seguimos en las celebraciones del centenario de La Pamplonesa: una agrupación que se ha ido agigantando con los años, hasta llegar al estupendo momento actual de calidad y fidelidad incuestionable de un amplísimo sector de público que llena, continuamente, sus comparecencias. Fidelidad, también, por parte de la Pamplonesa con esa cierta tradición no escrita, de programar zarzuela -ese género tan en los atriles de las bandas, como en el corazón de sus públicos-, en torno a la fiesta de San Saturnino. No hace muchos años, había toda una temporada de zarzuela, con los títulos más importantes del género, y un final de Antología, con las romanzas más famosas. En el programa que hoy nos ocupa, y en versión concierto, una de esas muy queridas zarzuelas: Gigantes y Cabezudos, llena de conocidas y tarareadas -literalmente, por lo bajo, durante el concierto- melodías. Una versión un poco apelotonada de efectivos, en el escenario del Gayarre, pero que, hasta dio para un espléndido baile de jota, sin duda uno de los puntos álgidos de la velada que, como cabía esperar, fue todo un éxito. Por supuesto, los elementos estables -Pamplonesa y coro de la AGAO- funcionaron muy bien; y los solistas -de casa- salvaron la papeleta, con una María Ayestarán que fraseo estupendamente sus romanzas, dándoles todo el sentido y los matices que requieren, tomando el tempo adecuado para llenar su actuación de emoción; pero, con micrófono -aún discreto de potencia- que siempre cambia el color vocal. No entendí por qué se amplificaron las voces solistas, que, en el Gayarre se oyen perfectamente; máxime con la actuación de la Pamplonesa, que estuvo siempre impecable en el acompañamiento, muy comedida y cuidando las voces tanto de solistas como del coro. En fin, supongo que la cosa se estudió convenientemente. La Pamplonesa nunca avasalló, es más, tuvo detalles de finura extrema, como por ejemplo el solo de trompeta en la jota: pulcro, nada chillón, cuidando la melodía. Como siempre, el coro de la AGAO se desenvolvió con seguridad y soltura tanto en la sección de mujeres (Si las mujeres mandasen, Anda ve y dile al alcalde), como en la de los hombres (coro de repatriados); aunque, este coro, adquiere todo su esplendor cuando actúa; aquí estaban deseando salirse de la quietud, y gesticular. Mención especial merecen las nueve bailarinas de la Escuela de Danza del Gobierno de Navarra, que supieron medir muy bien los cuatro metros de escenario que se les asignó, para ofrecernos una jota llena de gracia y colorido. Aunque, seguramente, el argumento de la obra lo conocíamos todos, hilvanó la función Luis M. Rodríguez, como narrador, quien, en una alocución, más o menos rimada de los acontecimientos, recitó unos muy bien traídos versos de Quevedo a cuenta del coro de repatriados, “Miré los muros de la patria mía?; y subrayó escenas y diálogos, con la moraleja final: pase lo que pase, “no haya dolores donde hay amores”. Fuertes aplausos para todos, y canto del Cumpleaños feliz para la banda, por parte del público.