¿Qué es lo que hay exactamente cuando la ciudad termina? ¿Dónde está el límite entre ciudad y naturaleza? ¿El paso del tiempo afecta igual en estas zonas que en el epicentro de una ciudad? Son preguntas a las que han querido dar respuesta los siete fotógrafos que conforman el colectivo Punto de Catástrofe con su primer trabajo, Limiferia, que se expone ahora en la primera planta del Pabellón de Mixtos de la Ciudadela.

Más de dos años de trabajo en común han sido necesarios para que el colectivo Punto de Catástrofe se diese a conocer con la presentación de su primer trabajo. Forman parte de él María Azkarate, Meryan Rivers, Dani Sánchez, Jorge Tellechea, Kike Balenzategui, Jaime Urtasun y Marta Contín, autores que se conocieron a través de un taller del fotógrafo pamplonés Carlos Cánovas. “No habíamos trabajado nunca juntos y con esta experiencia hemos aprendido muchas cosas, así que nuestra intención es continuar trabajando los siete en otros proyectos que contengan una mirada crítica a diferentes realidades”, cuenta Azkarate, en representación del grupo, quien comenta que Limiferia parte de una reflexión sobre los límites de la ciudad y termina en la conclusión, a través de una proyección, de que esta es un fenómeno global.

La muestra se compone de alrededor de un centenar de fotografías y se podrá visitar hasta el 15 de marzo. En ella, se propone la limiferia como un territorio de transición en el que la entropía y el azar juegan papeles fundamentales. “Es el lugar de unión entre la ciudad y lo que hay después y conforma un territorio donde todo está a punto de derrumbarse y, al mismo tiempo, puede durar eternamente”, subraya la fotógrafa. Así, surgen siete miradas diferentes sobre este concepto que lo proyectan como un punto de “supervivencia y libertad, frontera y encuentro”. “Se trata de reconocer la complejidad de una ciudad, sus diferentes capas, y dar valor a cuestiones que pueden tener un interés no solo fotográfico, sino también crítico”, añade.

siete miradas Su trabajo, Ciudad genérica, se apoya en un ensayo del arquitecto holandés Rem Koolhaas para cuestionarse qué pasa más allá de los centros urbanos donde se encuentran los polígonos industriales y áreas comerciales y de ocio que constituyen la masa principal de la ciudad contemporánea. “La ciudad en esas áreas no es legible, carece de todos aquellos atributos que nos permiten imaginarla y, sin embargo, esa es la ciudad que habitamos de manera cotidiana”, dice. A su lado se encuentran las fotografías de Marta Contín, quien, con el nombre de Abrazando la urbe, quiere mostrar la importancia de “disfrutar del tiempo y el espacio que nos rodea”, en referencia a unos lugares que frecuentamos pero de una forma rápida, sin atención, sin interés.

Después, el trabajo Vida al margen de Jaime Urtasun se centra en el paisaje limítrofe habitado. “Las huellas que nos ofrece el territorio, como las ventanas o las luces, nos muestran que ahí hay una vida oculta, una vida en un espacio sin desarrollar, que nos conecta con el origen de la ciudad”, apunta. Por su parte, Dani Sánchez reflexiona en La persistencia de lo provisional sobre el paso del tiempo. “Estos espacios no son lo que han sido ni serán lo que son; el paso del tiempo contribuye a su degradación, al caos y al desorden, a su desatención”, dice el fotógrafo, para quien “estamos condicionados por la provisionalidad”. Kike Balenzategui propone en Paseo monumental una mirada diferente a todas aquellas construcciones que han quedado inutilizadas en la periferia, la cuales denomina “ruinas románticas”. Para él, “estos monumentos no caen en ruina después de haber sido construidos, sino que crecen hasta la ruina”.

Por otro lado, Jorge Tellechea se centra en “el fin de la ciudad y el principio de la naturaleza” en Territorio híbrido. “El ser humano vive a espaldas de la naturaleza y me interesa mucho ese diálogo entre el espacio colonizado y el no colonizado, por ello me centro en esa línea invisible en la que la ciudad deja de ser ciudad y ser convierte en naturaleza y, lo mismo, viceversa”, destaca. Meryan Rivers cuenta que, al no vivir en Pamplona, no conocía bien este territorio y es esa sensación de “vértigo por enfrentarte a lo que no conoces” la que quería transmitir con La permuta de ser. Por hecho, ha fotografiado una serie de elementos “típicos de estos lugares” y los ha descontextualizado y modificado -su trabajo se sitúa entre la realidad y la ficción-.