- A sus 83 años, y sin necesidad de echar la vista muy atrás, porque para Joxe Ulibarrena no hay nada pasado, todo es, todo vive y todo late en presente, asegura que siente “una gran satisfacción” de cómo ha vivido. Lo dicen sus ojos, de un gris vivo -sí, vivo-; sus manos, fuertes y acostumbradas al trabajo artesano; lo dice, también, el saludo mañanero con el que responde a los buenos días de cada nuevo visitante que entra en su casa-museo de Arteta, donde vive hace casi cuarenta años: ¡Felices! Así corresponde. Y así dan la impresión de ser, para él, todos los días.

Posiblemente, porque el escultor vive como quiere y dedicado a lo que quiere. “No tengo complicaciones con ninguna cosa”, sentencia. Así, llano, sencillo y expresivo, como su hablar, es su arte. Su vida. “Es que para mí el trabajo no es trabajo, sino una gran preocupación que uno tiene para desarrollar su vida. Yo disfruto pasando el tiempo así, ocupadamente. Con una sola gran jornada de belleza, se me van todos los disgustos. ¡Pero bien lejos!”, cuenta.

De que Ulibarrena siempre está activo, dan fe las cerca de 10.000 piezas del Museo Etnográfico que, a lo largo de 38 años, él mismo ha ido recopilando y colocando en la Casa Fantikorena. Dan fe, también, las esculturas monumentales que albergan incontables espacios públicos, como la que lucirá en el futuro Parque de la Memoria de Sartaguda. “En mes y medio estará terminada”, adelanta el artista, que paró la obra por el frío del invierno, eso sí, sin desaprovechar el tiempo. “Mientras, he hecho varias piezas, figuras como éstas, de pelotaris del remonte”, cuenta, al tiempo que muestra un par de ellas. Porque él defiende que el arte “hay que verlo y sentirlo”. Por eso le cuesta tanto entender a “los abstractos”. “No se entienden ni ellos. Porque lo abstracto es igual a nada, no se puede explicar. Puede estar de moda y venderse mucho, y eso es porque es algo industrializado, comercializado. Pero no es humano, porque ¿qué cosa puedes hacer tú que no se pueda explicar? A ver”, plantea alguien como Joxe Ulibarrena, tan apegado a lo cercano, tan dispuesto a acercar lo suyo a otros.

Difíciles de asimilar, para Ulibarrena, los “modernismos”. Y “los modernícolas”, como llama a quienes se benefician de los adelantos del paso del tiempo; casi, el resto del mundo. Él, a pesar de vivir en una inmensa casona de hace más de 300 años con 23 habitaciones, apenas ocupa diez metros de un cuarto con cama, mesa y cocina. Sin frigorífico. El resto, museo, pero también hogar. Los únicos indicios de modernidad en la Casa Fantikorena son el teléfono y la televisión, que el escultor sólo enciende para ver la pelota. Como dice Alodia, hija de Ulibarrena, “él con cuatro cosas se apaña”. “¿Y qué necesitas más que despertarte, lavarte, vestirte, desayunar y tener un trabajo al que dedicarte para poder vivir? Eso es netamente lo preciso”, afirma el artista.

Cuatro años en París, siete en Venezuela, viajes, idas y vueltas, hogares varios... Pero nada ha contaminado la esencia de un Joxe Ulibarrena que parece impermeable a los cambios. “¿Sabes qué he hecho para lograrlo? Seguir en la preocupación de qué es Bellas Artes, de qué es la belleza. No hay nada que se imponga a las cosas que son hermosas, dignas de ritmo, que tienen una proporcionalidad y una tridimensionalidad correctas, humanas”.

A los 11 años, Joxe Ulibarrena presenció un hecho que se le quedó grabado para siempre. “Vi como fusilaban en la Vuelta del Castillo de Iruña a tres chavales”, cuenta. “Esa imagen no se me borrará nunca”, afirma. Cuando tenía esa misma edad, mataron a su padre “y a una primica de 15 años”, recuerda.